Borregos al corral
La tarde fue de borregos y cabestros. La habían anunciado corrida de toros y la gente pagó un precio por verla, pero se quedó con las ganas y hubo de presenciar el correr de los borregos y sus batacazos; la salida de los cabestros con la clamorosa manifestación de su incompetencia supina.Ser cabestro y no saber ejercerlo; porca miseria.
Los aconteceres del redondel carecieron de relevancia y mejor sería que habláramos, por ejemplo, del tiempo. Sea: lucía el sol en Bilbao con tanta fuerza que recalentó el bocho y produjo en las buenas gentes sudaciones corporales por fuera, inquietudes espirituales por dentro. O que habláramos de política. Y sea también: acudió Juan José Ibarretxe, lehendakari.
Domecq / Caballero, Juli / Bautista
Toros de Santiago Domecq Bohórquez, discretos de presencia, varios sospechosos de pitones, borregos e inválidos, tres devueltos por este motivo. Sobreros: 2º, del mismo hierro; 5º, de Manuel San Román, chico, manso; 6º, de Loreto Charro, con trapío, flojucho e inofensivo.Manuel Caballero: estocada tendida trasera y descabello (silencio); espadazo bajo enhebrado que asoma y dos descabellos (silencio). El Juli: estocada corta perdiendo la muleta (oreja); pinchazo, estocada caída saliendo trompicado y dos descabellos; se le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio). Juan Bautista: pinchazo, estocada atravesada y descabello (ovación y salida al tercio); metisaca trasero y estocada baja (vuelta). El Lehendakari presenció la corrida en el palco de autoridades. Plaza de Vista Alegre, 23 de agosto. 5ª corrida de feria. Lleno.
Se hizo presente el lehendakari en el palco de autoridades y fue recibido con los sones del himno de la patria vasca, el público puesto en pie. Luego hubo aplausos. Estas formas son habituales en la feria bilbaína; cada año uno de los días del Aste Nagusia en que se anuncian figuras, acude el lehendakari, se le recibe con el himno, le dan palmas y nadie se vuelve a acordar de él durante la corrida... Sin embargo hogaño llamó la atención que le acompañaran, además del alcalde, todos los lehendakaris que le han precedido, empezando por Garaicoetxea, que ocupaba el primer asiento de la izquierda de la delantera del palco, hasta Ardanza, que tenía asignado el último de la derecha.
"Algo se cuece", comentó un vizcaíno del tendido, medio tartamudeando. Y pareció que el cocido era él.
Salían los mal llamados toros (eran borregos), vacilaban por el redondel, rendían las armas y se caían de boca metiendo en ella una buena porción de la negra arena. El público de Bilbao no es que sea torista (eso era antes, cuando Zumalacárregui) pero tonto tampoco y harto de que le tomaran el pelo iba a armar un escándalo. Sin embargo no hubo lugar: en cuanto arreciaban las protestas, el presidente ya estaba sacando el pañuelo verde, que indica la devolución del borrego al corral.
Caso insólito: tres devolvió el presidente. Fueron decisiones acreditativas de su autoridad y su condición de aficionado; justas pues restituían al público el elemento básico del espectáculo por el que había pagado un precio. No obstante algunos -el cocido entre ellos- maliciaban que de no encontrarse allí, en el palco de al lado, los lehendakaris, el alcalde, el presidente del Parlamento, la tira de jefes, de qué iba a devolver nada al corral.
Devueltos los borregos inválidos, comparecían los cabestros, grandullones, capa blanca, cuerna amplia, cara burros e iban siempre en sentido contrario al que debían, o se juntaban y se quedaban inmóviles mirando a Sopelana.
A la gente le entraba la risa y al toro seguramente también, si no es que le daba por filosofar acerca de lo que ha decaído la raza. Ni siquiera los cabestros son lo que eran en la fiesta de los toros.
Con estas, añadidas al inevitable pegapasismo de la grey coletuda, la función duró cerca de tres horas, que si son difíciles de soportar en corridas de toros, en las de borregos pueden provocar ataques de nervios.
Durante ese tiempo, Manuel Caballero ofreció la más torpe, espesa y aburrida versión del toreo moderno. El Juli lanceó y muleteó con ligazón en algunos pasajes de sus faenas y sin eludir el fundamento de los naturales, que interpretó con templanza. Juan Bautista mostró maneras estilosas en la ejecución de un buen repertorio. Sólo que se lo hicieron a unos borregos inválidos, y la afición decía que a otro can con ese hueso (más o menos).
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