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Reportaje:Panel de agosto

El balcón de Madrid

Partidarios y detractores

Desde su inauguración, hace ahora ocho años, el Faro de la Moncloa se ha convertido en una de las atalayas de Madrid. Alabado por unos y denostado por otros, el Ayuntamiento justificó su construcción en que quería que fuese el estandarte del Madrid del año 2000. El faro es hoy, con sus 92 metros de altura, el balcón de la capital,tras la clausura de la Casa de Cantabria, en la Torre de Madrid de la plaza de España.El faro está gestionado por la empresa Campo de las Naciones. Acceder a él cuesta 200 pesetas a los adultos y 100 a los niños. Dos guías turísticos acompañan a los visitantes en la ascensión a la plataforma del mirador. Ellos son los encargados de explicar a los visitantes los edificios más simbólicos que se ven en el horizonte. Desde allí se puede observar la magnífica extensión de la Casa de Campo, la Ciudad Universitaria y el entramado de calles y tejados del distrito de Moncloa. Más lejos, y con menos polución, Torre Picasso, las Torres KIO de la plaza de Castilla y algo parecido a un platillo volante, que corresponde a la cubierta de la plaza de Vista Alegre.

La ascensión a lo más alto del faro se efectúa lentamente en un ascensor para evitar la sensación de vértigo. A una media de 2 metros por segundo, los 92 metros de altura se recorren en 45 segundos. "Muy despacio para evitar así que la gente tenga problemas", apunta Celestino Bartolomé. Él es uno de los guías que se conocen al detalle las tripas del ascensor panorámico.

En la calle de Isaac Peral, un termómetro marca 37 grados a las 11.30. Arriba, en el mirador, el calor se multiplica. Bartolomé explica que el faro está cubierto de acero y el sol sacude de plano durante 12 horas al día. "A 100 metros de altura no existe ni sombra, ni consuelo alguno", explica Bartolomé. El mirador se convierte en un horno donde el aire acondicionado sólo se advierte por el ruido de los aparatos. Por eso, las visitas se producen a primera hora de la mañana o última de la tarde. Para evitar la sofoquina, la empresa que explota las instalaciones mejorará próximamente la aclimatación con un nuevo y potente sistema de aire acondicionado.

La sala panorámica tiene 400 metros cuadrados diáfanos y tres telescopios. No hay restaurante. "La existencia del restaurante forma parte de los bulos míticos de la torre", cuenta Bartolomé. Sin embargo, el local se puede utilizar para celebrar cenas de empresa, entregas de premios, y promociones comerciales, siempre que las instalaciones estén cerradas al público.

El balcón de Madrid también tiene su leyenda negra. La corona posterior de la plataforma está cerrada al público desde que un hombre se lanzó al vacío. "Aquel hombre salió y, sin decir nada a nadie, se tiró. Abajo todavía se mantiene el árbol sobre el que cayó y las ramas rotas, consecuencia del impacto", explica el guía. "Desde entonces, esa zona se mantiene cerrada por precaución", añade.

En estos ocho años de historia, el faro se ha hecho con una clientela propia. "Quien más lo visita son los acompañantes de los enfermos que están internados en los hospitales próximos (la Clínica de la Concepción y el Clínico de San Carlos). "Suelen venir aquí de vez en cuando a ver Madrid o a leer el periódico tranquilamente. Sacan un bote de refresco de la máquina y cuando les apetece se van".

La vida del balcón de Madrid está llena de pequeñas historias. "Una vez vino un señor solo y se puso a llorar. Nos contó que la semana anterior había estado con su hijo, que poco después ingresó en el hospital Clínico, y que estaba solo porque su hijo había muerto".

Las visitas en las horas centrales del día son escasas. Aun así, la recaudación diaria suele rondar las 80.000 pesetas. La media diaria de curiosos asciende a 200, según Bartolomé. Otros prefieren observar el faro desde su base. Esteban García, de 23 años, se refresca en el parque más próximo. No ha subido nunca al faro y tiene claro que nunca lo va a hacer. "Me niego a mantener semejante locura arquitectónica. Este artefacto ha roto el entorno de la universidad, del distrito, del Arco de Triunfo y de toda la plaza en general. Aquí no pega ni con cola", se queja García.Una mujer que pasea a su perro sostiene lo contrario. "No sé si está o no en el lugar oportuno, pero no hay ningún otro sitio que ofrezca estas vistas de Madrid.Y creo que la ciudad lo necesita".

Los turistas extranjeros son los principales clientes. Son los únicos que pululan por Madrid en estas fechas sin importarles el calor. Ellos no están dispuestos a perder detalle de la ciudad. "Llevamos en Madrid tres días", cuenta un grupo que espera para subir, "y venimos al faro porque está en todos los catálogos turísticos que se reparten en la ciudad. Y, claro, queremos conocerlo".

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