Agonía
Leo que va a celebrarse el 13º congreso regional de IU y me da por pensar en las agonías trabajosas, en los esfuerzos postreros del cadáver que no quiere morirse: me acuerdo de las novelas góticas que tanto me gusta leer, en las que los personajes sucumben después de años de calabozos, hambre, venenos, o las sádicas maniobras de los niños que empalan insectos o decapitan libélulas mientras las sostienen por las alas. Una larga, larguísima agonía, como la de Schopenhauer, que decía no haber hecho otra cosa sino morirse desde que nació: así es la de IU, algo más aguda y marcada desde las últimas puñaladas electorales, capítulo final de un largo rosario de padecimientos que no presagia un fin muy alentador. Puerco destino el de la izquierda, el de todas las izquierdas: perder guerras, ser fusilada, colocar estatuas de dictadores, quedarse sin muros de contención ante el imperio de las hamburguesas. Y luego, irse apagando como la mecha de la vela que sólo se sostiene en un imposible charco de cera. En mi barrio, había un cuchitril al lado de una cafetería sobre el que alguien había pintado un cartel con toscas letras rojas: Casa del Pueblo. El interior, sucio, servía para dar cobijo a una docena de viejos que rayaban mesas de dominó y a dos o tres de los borrachos más paradigmáticos de los alrededores. A veces, en la época de las litronas, los jóvenes nos sentíamos sentimentalmente reclamados por aquel local sin orear por cuyas paredes flotaban retratos de Lenin y La Pasionaria. Aquel cuarto cambió de cartel con los años, fue sede del PCA y de IU sin que variasen los retratos ni la mugre, y los viejos dejaron de asistir sólo cuando la muerte les eximió del compromiso. Hoy, tras el último revés electoral, el cuarto está cerrado, el cartel se despinta y unos melancólicos pasquines tatúan toda la pared: IU somos todos, dicen, ahora te necesita más que nunca, colabora económicamente.Como votante tradicional de IU que soy, encaro todo este panorama con un rictus de nostalgia en los labios: nostalgia de tener nostalgia, nostalgia de la eterna precariedad de una formación que sabía desde el principio que su destino era marchitarse como una flor en un vaso de agua; soy demasiado joven para que mi voto venga motivado por otro tipo de añoranzas. Este grupo, cajón de sastre de novísimos polluelos y venerables dinosaurios, transmiten esa tristeza nebulosa que adorna a ciertos libros y ciudades: la de haber poseído un antiguo esplendor borrado, la de estar resbalando perpetuamente desde una gloria que debe de ser tan lejana que ya no sabemos ni si existió. La torpeza de IU en la elección de sus dirigentes no siempre ha sido ajena al estado comatoso que ha padecido y padece; no sé si se tratará de una inyección de juventud, de un nuevo espíritu izquierdista, de injertar nuevas agujas en las viejas brújulas, pero es obvio que hace falta una remoción, un cambio, un acercamiento a la realidad que prescinda por fin de la chaqueta de pana y los planes quinquenales. Sobre todo en Andalucía, gracias a personajes que todos conocemos, IU se ha esforzado suicidamente en difundir una imagen terruñera, decimonónica, a medias entre la banda de jornaleros y la de partisanos.
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