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EL PERFIL -

RAFAEL ROMÁN Altas pasiones

Tereixa Constenla

No todo el mundo está dispuesto a hablar de Rafael Román. Ni siquiera mal, a pesar de la habilidad con la que se crea enemigos por su carácter sinuoso y controvertido. Contar con una henchida lista de adversarios es un buen indicador para medir el tiempo que lleva haciendo política en Cádiz, tan válido como enumerar los cargos públicos que ha ocupado desde la transición: consejero de Cultura (en la etapa de la preautonomía y en la de Rafael Escuredo como presidente), senador hasta 1993 y presidente de la Diputación de Cádiz desde 1995. Al margen de las instituciones, ha ocupado la secretaría provincial de UGT y la presidencia del PSOE, entre 1994 y 1997.Román, natural de Chiclana de la Frontera, desembarcó en el partido socialista coincidiendo con la muerte de Franco, sin imaginar que a la vuelta de los años acabaría vistiéndose como el dictador durante un Carnaval para demostrar su capacidad para reírse de sí mismo. Una forma inteligente de encarar guasas malintencionadas. Su estatura -bajita- y su rostro -con bigotito- comenzaron a popularizar por Cádiz el mote de Franquito, así que ni corto ni perezoso, un año se disfrazó de Generalísimo.

Sus amigos dicen que no tiene sentido del ridículo -y parece cierto- y sí guasa sobrada. Que es el alma en una fiesta, entre otras cosas porque tiene un vitalismo a prueba de bombas. Rarísimo es verle apesadumbrado, aunque cuando algún problema le perturba especialmente se come las uñas, un hábito de adolescente inseguro que probablemente conserva desde que pasó por el seminario en Salamanca.

Malévolos comentarios

El triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero le ha catapultado a primera fila. Aunque Román apostó inicialmente por Rosa Díez, su defensa del resultado del congreso está provocando malévolos comentarios sobre su arribismo -algo que le irrita sobremanera- y su habilidad para agarrar un paracaídas. En su entorno discrepan. Sostienen que su apuesta por la renovación se ha materializado en la práctica con su renuncia a acudir de delegado al congreso federal, por un lado, y en la apuesta por nuevos aires, que tanto habría podido encarnar Díez como Zapatero.

No parece que la renovación que preconiza Román -habla de dar paso a una nueva generación- incluya su retorno a la enseñanza. Para definirlo, recurren a la manida fórmula de que es un animal político sobrado de intuición y olfato para anticiparse a los acontecimientos.

Cuando nadie barruntaba el abrumador triunfo de Teófila Martínez en Cádiz en las elecciones municipales de 1995, él lo leyó en los contenedores de basura como quien descifra posos de café. Se asomaba a otearlos cuando practicaban el puerta a puerta por los barrios de la ciudad y los veía llenos de propaganda socialista. Comenzó a decir que no tenían nada que hacer. Como así fue.

Tenaz para conseguir lo que quiere e implacable para no olvidar una deslealtad -alguna de sus rupturas con amigos de toda la vida han sido sonadas-, acaba de descubrir los placeres del internauta, como leer la prensa a las cuatro de la madrugada si trasnocha, o bregar con el inglés desde la pantalla. Se escribe discursos plagados de referencias literarias, filosóficas y políticas y frecuenta la amistad de flamencos como Chano Lobato o Rancapino.

Antes de que la alcaldesa se retratase con Ismael Beiro en el Ayuntamiento, Román se había anticipado al acudir al plató de televisión el día de la final del concurso, en compañía de la madre del gaditano, a la que acababa de conocer en el avión.

Es impulsivo y conversador saltimbanqui, al que cuesta fijar en el mismo tema más de dos minutos.

Casado en segundas nupcias, tiene dos hijas de su primer matrimonio, le gustan los arroces, el ron añejo, el rioja, los toros y el Tour de Francia. Y los decretos. En seis meses ha firmado 7.000, según una reciente denuncia del Partido Popular, que le acusa de haber convertido la Diputación en una república bananera.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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