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Tribuna:LA EXTRAÑA PAREJA
Tribuna
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La suerte y la fe

Me regalaron una pulsera tibetana con piedras de ojo de tigre que, dijeron, estimulan la creatividad. Y ya ven. Al principio me hizo mucha ilusión. Pensé que compensaría mis carencias. Siempre he querido tener una vidente de cabecera, como la que acompaña a todas partes a la ex madre de la ex hija o algo así de un tal Jesulín, vaticinándole las sucesivas exclusivas. Digo yo que, con una vidente, te salen las crónicas raudas y bordadas, es un extraordinario fluir de eventos el que te llega por vía esotérica, cosa de escribir y cantar. Carezco de ello.Por carecer, carezco incluso de un obispo como el de Guadalajara (México), que el tío es un prodigio: nada más salir a la calle y ver a una mujer en minifalda, predice una violación; para que luego digan que la Iglesia no tiene poderes. Al mencionado obispo cabría aplicarle el eslogan de la última película de terror de Kevin Bacon: Tuvo que bajar a las profundidades para abrir las puertas de su mente. Aunque, por otra parte, es una definición que se podría adjudicar a demasiados contemporáneos.

Total, que sin vidente ni obispo, me dije que la pulsera podría rendirme un buen servicio. Es horrorosa, pero otras la llevan. Hace compañía y acentúa el efecto de los golpes de kárate con que suelo moverme entre los taxistas. Por desgracia, no sólo no ha mejorado mi capacidad creativa, sino que este agosto el cupo de taxistas de guardia en Barcelona es notablemente inferior al de videntes e incluso de pulseras. Estoy más tranquila, eso sí, en el apartado tráfico, pero no sé qué hacer con la pulsera, porque en el folleto que venía con el regalo no indicaba qué ocurre si te la quitas.

Las damas más ancianas de mi barrio, con quienes me cruzo cuando voy a por antiácido a la farmacia de turno, llevan colgado del antebrazo el muestrario tibetano completo: ellas también han decidido llevarlas a cualquier precio, con el consiguiente peligro de que los servicios sanitarios queden colapsados y nos encontremos sin auxilios, amén de sin taxistas. Porque hay pulseras de piedras para el amor, para la fortuna, para la simpatía, para el dinero, e incluso piedras contra las piedras en el riñón, y todas ejercen efectos pavorosos en los usuarios, que son mayormente usuarias y algún que otro gay hipocondriaco.

Presa de un malsano interés por informarme, he corrido al quiosco a por las revistas, y allí mismo, mientras el quiosquero, para mi vergüenza, leía a Baudelaire, he repasado las flores de mi mal para llegar a un par de conjeturas desalentadoras. La primera, que las únicas famosas que lucen pulseras tibetanas contra lo que fuere son: Noor de Jordania, Alba Santana y Carolina de Mónaco. De la joven Alba, que es muy mona y tiene los dientes mejor que su padre Manolo y que yo, aunque esto es fácil porque no soy su madre, no puedo decir nada, pues su incipiente vida aún no ha pasado a los anales. Tampoco creo que a Carolina le haya ido demasiado mal, para lo que curra. Pero una cosa les digo: fue ponerse las pulseras y Noor de Jordania vio cómo su hijastro, el rey Abdallah, abandonaba palacio en la noche subrepticia, vestido de pobre, para saber cómo vivían en su país los comunes mortales; eso, al menos, le dijo él. Cualquier día lo trinca en minifalda el de Guadalajara y se lo ventila en un oremus.

La segunda cosa que descubrí fue que ni las infantas ni Claudia Schiffer llevan pulseras mágicas. Y les va de muerte.

Quizá lo que me ocurre es que carezco de fe. Lo cual, por otra parte, no es del todo cierto. En materias de economía, ciencia y técnica, creo como la que más, como creo también en que todo vuelve y nada queda, pero lo nuestro es fastidiarnos. Por ejemplo, a las puertas de la convención demócrata de Los Ángeles, la policía repartió tanta estopa entre la juventud que protestaba como lo hizo (dar leña) en 1968, en la ídem ídem de Chicago en la que postulaba McGovern; con la variante de que entonces la policía obedecía órdenes del Gobierno republicano y ahora las recibe del Gobierno demócrata. A mí me pueden fallar las pulseras, pero la policía nunca me defrauda.

Creo también que la clonación humana con fines terapéuticos es buena (a la Iglesia no le gusta), y que mi hipoteca va a subir un 5%. Y creo, sobre todo, que si alguien tiene intención de regalarme algo, debería decidirse por un Rolex.Carolina

Tampoco creo que le haya ido demasiado mal,

para lo que curra

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