MARINA NÚÑEZ, PINTORA "No pienso vivir de la pintura"
Antes hacía locas, feas, monstruas, momias, muertas, torturadas. Diferentes tipos de mujeres, de perdedoras, que ella representaba con un clasicismo irónico, demasiado canónico para ser cierto. Ahora, la cosa ha cambiado, y Marina Núñez está en otro rollo, aunque sigue investigando las identidades diferentes, lo otro, lo no oficial. Ahora, Núñez está liada con los cyborgs, unos tipos sin dueño ni género, guapos, impresionantes, cachas y estilizados, llenos de chips, músculos y cables. Los expondrá en otoño en la Fundación Miró de Palma de Mallorca, y dice que "son lo más parecido a la vida real" que ha hecho nunca.Nació en Palencia en 1966, y, aunque lleva el pelo teñido de amarillo pollo, es justo lo contrario de un pollo sin cabeza. Tiene talento y una enorme velocidad de discurso. Núñez adora la ciencia-ficción, vive en Madrid y es profesora de Pintura en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra. En septiembre representará a España en la Bienal de Buenos Aires con Ana Laura Aláez. "Sé que de la pintura, o lo que sea esto que hago, no voy a vivir nunca. Y, sobre todo, no quiero. No quiero que el mercado dicte mi forma de vivir".
Pregunta. Así que todo esto son reflexiones sobre la identidad...
Respuesta. Sí, siempre me han interesado las identidades no normativas. Antes las locas y las monstruas, las freaks, y ahora estos tipos, estos cuerpos que están a punto de ser alienizados. Es curioso, porque de repente me he puesto más cerca que nunca de la vida cotidiana. La ingeniería genética, los chips que ayudan a los minusválidos... Al fin y al cabo, el cyborg es una net, y medio mundo está colgado de la net, por cierto, con identidades supuestas. Se está creando un mundo de identidades múltiples, híbridas, impuras, anómalas.
P. Y cuando seamos todos cyborgs, ¿será eso el fin de la identidad, del racismo y el nacionalismo?
R. Un mundo hipotético, en el que la gente elija cuerpos no sancionados por la divinidad, debería acabar con el racismo, con el sexismo, con la elevación de lo propio a dogma. Pero las transiciones son lentas, insidiosas, y en el proceso suceden cosas subversivas. La gente cambia su identidad, pero la reacción lucha porque eso no pase. En la ciencia-ficción popular se radicaliza el género, o son robocops o son ninfas maternales, como si diera miedo trascender el cuerpo; o sea, que las esperanzas son bonitas, pero la realidad es un asco.
P. No parece fácil cargarse de golpe cosas como el reflejo religioso, el miedo a ser libres, el machismo...
R. Sigue triunfando la herencia platónica del concepto de la muerte. El cuerpo tiende a desaparecer y queda el alma, que es lo que vale. Y lo peor es que sólo la mitad de la humanidad tiene teléfono, así que unos se van a cargar de cuerpo (que es un correlato de la identidad) para que triunfen los de siempre. Se primará la conciencia sobre las pasiones. Pero es muy interesante pensar que ya no quedará alma, sino información codificada. Y, a pesar de la tremenda inercia que aún nos mueve, están pasando cosas.
P. Aunque los estereotipos sexuales y sociales también parecen eternos, descomunales...
R. Sí, pero no son definitivos. La identidad es cada vez más variable, más coyuntural, y debe saber de sí misma que no es más que una mascarada. Por eso me gusta trabajar en el mito de Frankenstein, hacer cráneos extraños de los que salen cables, cabezas llenas de planetas, mujeres atadas a una máquina con expresión placentera... Siempre se ha mostrado la unión hombre-alien como una cosa peligrosa, y por el miedo a la simbiosis, a mezclar el yo con el mundo. Yo prefiero un yo con las fronteras porosas, aunque eso, en la vida real, suele acabar siendo mortal.
P. Pero sus locas y sus muertas parecen muy felices...
R. Las hago contentas, sí. Es también un truco, una forma de cubrirme la espalda, porque me preocupa y me gusta mucho llegar al espectador, comunicarme con él, hacerme entender. Y a la vez es una manera de reflexionar con ironía sobre la representación del arte a lo largo de la historia, de tratar de destacar la violencia silenciosa de la representación oficial. Por eso las rodea siempre un entorno muy histórico. A la vez, trato de buscar lo inquietante que hay en la belleza y en lo cotidiano, enseñar lo cerca que estamos del horror.
P. Aunque la voluntad política exista...
R. Bueno, no creo en la revolución total, desde luego, pero me anima pensar que a través del arte se pueden crear lenguajes que ayuden a cambiar un poco la mirada del mundo.
P. ¿Pintando incluso? Eso parece un anacronismo, ¿no?
R. Bueno, se dice que la pintura ha muerto, y mis amigos me lo recuerdan todo el rato, pero no tengo la más mínima intención de forzarme a hacer vídeos, a trabajar en el ordenador o a hacer fotos porque sí. Me gusta decir que soy pintora, sobre todo por desmitificar lo que hago, pero, además, porque el bodrio técnico no me atrae nada. No estoy en absoluto animada a manejarme mal en cualquier medio. Utilizo el ordenador porque las cosas me han llevado ahí, pero para mí el ratón es como un pincel... También he hecho fotos con pinturas, pero no buscando una imagen más contemporánea, aunque en realidad eso ayuda a dártela. Prefiero no caer en el fetichismo de la forma; la contemporaneidad no está en eso, o por lo menos no está sólo en eso. Hay mucha gente que hace vídeos que parecen del siglo XIX. Eso puede pasar si se banaliza la forma y se olvida el concepto.
P. O sea, que eso de irse a Nueva York a estudiar vídeo y diseño por ordenador, nada de nada.
R. Me gusta mucho viajar, ir una semana, pero no quiero irme fuera por irme. Siempre he estado en todas partes a la vez, pero lo que no quiero es dejar mis clases. No pienso vivir de la pintura, estar a expensas de lo que decida el mercado, prefiero estar a cubierto. Y en este momento no tengo ninguna necesidad de irme, prefiero seguir produciendo. Nueva York no cambia a la gente. Hay mucho mito sobre eso. Conozco gente que vuelve de allí y te enseña la obra como si fuera nueva. Y pienso: "¡Pero si es igual que lo que hacías cuando vivías en Vitigudino!".
P. Así que con los libros y el ordenador le basta para sentirse al día, contemporánea.
R. Con los libros y con Internet estás en contacto con todo. Todo va y viene. Por cierto, que estos años he leído mucha ciencia -ficción, un género muy denostado. Con esa mala conciencia de la clase media, pensaba que estaba leyendo literatura de mierda. En efecto, muchos de esos libros eran una mierda, pero ahora estoy encantada, porque he visto que a través de la crítica feminista, por ejemplo, se retoman y se reivindican algunas obras buenas de ciencia-ficción. Eso ha sido primero un susto, pero luego también un gran placer. Ves que lo que te has devorado en secreto sale del círculo de los cuatro pirados y se mete en círculos más intelectuales y te da la impresión de que no te has pasado media vida haciendo especulaciones baratas y ociosas.
P. ¿Qué tipo de cosas?
R. Muchas cosas. Las nuevas subjetividades y los nuevos cuerpos, el héroe y el antihéroe, el género y las hibridaciones, la violencia del ganador, lo que no se cuenta, cómo la representación constituye la realidad... Son discursos de la posmodernidad que siguen siendo muy actuales...
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