_
_
_
_
Tribuna:SOBREVIVIR EN EL ASFALTO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vatios y sargos ISABEL OLESTI

En la punta del espigón más largo del puerto de Tarragona hay un faro que en otros tiempos destellaba en la Punta de la Banya, del delta del Ebro. Hace 10 años, este faro se trasladó a la capital con el consiguiente descontento de algunos habitantes del Montsià que consideran el acto como un robo. Polémicas aparte, la cuestión es que ahora sus destellos orientan a los petroleros anclados a pocos metros de la costa y de paso iluminan la noche tarraconense, un bullicio de gente que busca cosas tan dispares como la calma de la pesca y el frenesí de los chiringuitos.El sol acaba de ponerse detrás del cabo de Salou y el aire se vuelve dorado y tibio. Los últimos bañistas apuran lo que queda del día mientras los pescadores de caña montan su puesto en las rocas cercanas a la playa del Miracle. Pescar acostumbra a ser cosa de hombres, pero en este atardecer reluciente encontramos a dos mujeres holandesas que acompañan a sus presuntos maridos. Aún es pronto para fisgonear en los cubos si ha habido suerte y nos vamos al coto de pesca del puerto reservado a la Societat Recreativa de Pescadors de Canya. Dirigimos el coche hacia el espigón del faro del delta (con perdón de los tarraconenses). Hace dos años había comido allí las almejas a la marinera más buenas de mi vida. Era un restaurante de manteles de papel y grandes platos de pescadito frito y gambas a la plancha. Las mesas estaban a lo largo del espigón y se podía contemplar el trajín de los pescadores en las rocas. Ahora las rocas son bloques de cemento, es imposible aparcar y han instalado un carril para ciclistas, patinadores, corredores... Todos conviven en perfecta armonía mientras se encienden las primeras luces de Tarragona y los pebeteros de las petroquímicas de Constantí -entiéndase chimeneas- tiñen el cielo de un rojo intenso, como si la ciudad estuviera en llamas. Un espectáculo.

Entramos en el coto gracias a la llave de un socio. Allí se pesca a la boya o al penjat y lo que se saca son doradas, lubinas, herreras... El mar es una balsa de aceite, los cangrejos se pasean confiados por la pared del espigón; hay tanto silencio que da apuro comentar algo en voz alta. Un padre con sus tres hijos acaba de pescar un sargo mientras otro socio se lo mira. Cuando regresamos, los petroleros, anclados al fondo, parecen buques fantasma.

En el Serrallo es imposible encontrar una mesa vacía: cada noche se montan unas colas impresionantes para saborear los suquets y romescos de la zona. Así que subimos al centro histórico, que, aunque igualmente lleno, ofrece más posibilidades. Es una aberración, en Tarragona, meterse en un restaurante indonesio con el pescado que hemos visto en el Serrallo, pero no nos queda otro remedio. Dicen que la gente se va, en agosto, pero ustedes dense una vuelta por las calles de la Imperial Tarraco y verán.

Sólo nos queda acercarnos al puerto deportivo para contemplar la locura de los chiringuitos. Hasta las cinco de la madrugada -hora oficial-, los teenagers aguantan dosis de vatios, alcohol y otras sustancias hasta tal punto que, asustados, los dueños de las embarcaciones ancladas en primera fila las retiraron porque encontraban condones, vómitos y demás pruebas de desenfreno en su interior. Eso sí, el faro del delta los ilumina a todos por igual.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_