"¿Por qué llamas? ¿Ha pasado algo?"
El político está en bañador, disfrutando de sus hijos, un domingo tranquilo en una playa del sur. El teléfono móvil suena de pronto y el político -en este caso del PSOE, pero bien podría ser del PP- mira la pantalla y ve que lo llaman desde San Sebastián, prefijo 943. No pronuncia el "diga" habitual, su voz es de alarma:-¿Por qué me llamas? ¿Ha pasado algo?
No, no ha pasado nada, pero la llamada inesperada al teléfono de un político vasco, de un periodista o de un empresario cada vez se parece menos en Euskadi al ejemplo de democracia que ponía Churchill. Aquí no es el lechero y sí una mala noticia causada por los de siempre. Aquí el móvil suena demasiadas veces para decir que pistoleros de ETA han matado a Jáuregui, a José Mari, que ha explotado un coche bomba o que hay un autobús ardiendo en cualquier barrio de la ciudad.
"Vives con el corazón en vilo constantemente", dice el político del PSOE, ya repuesto del susto; "no te atreves a apagar el teléfono por si pasa algo y cada vez que suena temes lo peor".
Una variante de aquel síndrome del norte que sufrían los policías que pasaban largo tiempo en una comisaría del País Vasco. Al volver a su tierra, aunque sin motivo, pensaban que los etarras continuaban vigilándolos desde la acera de enfrente y seguían mirando cada mañana en los bajos del coche, ocultando su identidad por si el vecino...
"Ahora somos muchos los vascos", añade el político socialista, "que vivimos esa situación. Ojalá esta ofensiva etarra termine pronto. No es justo seguir viviendo así".
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