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EL PERFIL -MANUEL PASTRANA

Incorrección de clase

Tereixa Constenla

Todavía sin adulterar por los usos políticamente correctos de la mayoría de dirigentes sociales, el secretario regional de UGT es capaz de soltar una invectiva pública si algo le indigna. De salirse de madre sin mucha fineza y ninguna hipocresía. El último ejemplo ocurrió, hace unas semanas, en una conferencia de prensa convocada para firmar un convenio entre los sindicatos de clase mayoritarios y la Consejería de Asuntos Sociales, un acto de baja intensidad.Pastrana se soltó con una filípica contra el Ejecutivo por su discurso en el tema de la inmigración. Estaba indignado, la mayoría de los periódicos reproducían en sus portadas de ese día la imagen de una mujer muerta. Desparramada sobre la arena, con ropas y cabellos apelmazados después de que la marea escupiera su cuerpo a una playa de Tarifa llamada Dulce Nombre. Una más. Cuando a Pastrana le dieron la palabra, lo más suave que dijo del Gobierno fue que estaba alimentando "una nueva corriente de xenofobia desde la institución pública". Habló durante casi 20 minutos sin gran corrección política y con mucha franqueza sobre lo que pensaba de la línea gubernamental en materia de inmigración.

Esos dos rasgos, entresacados de una mera impresión superficial, casan a la perfección con su pasado. Con su condición de hombre de campo, donde la gente no desperdicia verbos y jamás regala lindezas. Manuel Pastrana (Archidona, Málaga, 1961) fue casi jornalero al tiempo que niño. El segundo hijo de un matrimonio que trabajaba la tierra de otros para que sobrevivieran los suyos. Tanto Manuel como sus cinco hermanos bregaban a la par con los libros y el campo. No pasaron hambre, tampoco excesos. Ir a la escuela exigía un ejercicio físico de dos horas diarias entre idas y venidas a Villapocas, la barriada de Archidona donde vivía la familia.

Pastrana fue, pues, monaguillo antes que fraile, aunque cuando arrimaba sus hombros infantiles desconociera por completo las teorías sobre la lucha de clases. Más bien tímido e introvertido, no ha tenido más remedio que vencer esa tendencia al vértigo público cuando comenzó su carrera en el sindicalismo. Y se adentró en un sector que, de niño en Archidona, tal vez le hubiera sonado un tanto exótico: en la rama de los empleados públicos.

Antes de llegar a la Federación de Servicios Públicos de UGT, Manuel Pastrana se trasladó a Jaén para sacar adelante el bachillerato. Para costearse los estudios donde no alcanzaba la beca, comenzó a trabajar en una residencia gestionada por los salesianos donde acogían a niños abandonados o desatendidos por su familia. El contacto diario con las víctimas más desprotegidas de la marginación se convirtió en el primer baño concienciador. Nada extraño, por otra parte, teniendo en cuenta que al observador adolescente le precedía la infancia en una casa de jornaleros.

En Jaén, una ciudad a la que se vinculó estrechamente desde entonces, comenzó a estudiar Psicología y a trabajar como educador en el departamento de servicios sociales de la Diputación. En 1984, con 23 años escasos, se afilió a UGT. Acabaría siendo el responsable provincial del área de servicios públicos, una federación de gran peso dentro de la organización. Para entonces, ya se había casado y, en cierta medida, creado raíces en Jaén.

Sin antecedentes familiares con alguna inclinación por el sindicalismo o la política, la trayectoria de Manuel Pastrana sorprendió un poco a los suyos, conocedores de que su tendencia natural le empuja a la introversión. Los allegados destacan su bondad por encima de cualquier otro rasgo. Lo cierto es que, tras su inesperado y ajustado ascenso a la secretaría regional de UGT, ni se abrió caza de brujas con el sector no afín ni se inauguró una etapa de guerrillas internas. Mérito exclusivo o no, lo cierto es que, pasado el turbulento congreso, la organización se sosegó y no volvió a escucharse una palabra más alta que otra.

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Pastrana llegó a la dirección regional de UGT desde el área de servicios públicos, donde llevaba algunos años como responsable regional. Su candidatura, una alternativa postulada por críticos a Juan Mendoza, a la sazón secretario regional y bendecido por Cándido Méndez, desde la secretaría estatal, ganó por cuatro votos el congreso celebrado en marzo de 1998. Contra pronóstico, claro. Como una alteración del orden natural de las cosas, tan frecuente en esa literatura suramericana que Pastrana devora en cuanto puede. Realismo mágico y canto gregoriano. Dos instrumentos para evadirse. Igual que cuando se sube a la bicicleta para pedalear durante las mañanas por Sevilla y, sobre todo, cuando su mujer y sus tres hijos, de 13, 12 y 9 años, pueden escaparse en la caravana a recorrer España.

Las huidas, sin embargo, son infrecuentes. Pastrana pertenece al prototipo de trabajadores infatigables, tal vez porque la energía les fluye de la vocación. Igual que el discurso, sobre todo el políticamente incorrecto, le sale visceral más que calculado. Incluso está en vías de imponerse a su impenitente tabaquismo, después de fracasar en numerosas intentonas. Tantas que sólo arrancaba gestos de incredulidad y sorna entre la familia cuando anunciaba la enésima tentativa para renunciar a la nicotina. La última fue el pasado 31 de diciembre, durante la cena familiar de Nochevieja. Nadie lo creyó. De momento, lo está consiguiendo.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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