Paradoja
Nadie negará que el ministro del Interior, el señor Mayor Oreja, tiene la expresión del rostro y el tono de voz perfectamente diseñados para dar el pésame en cualquier entierro, del mismo modo que el presidente del gobierno, señor Aznar, es el político más dotado para soltar la frase más inoportuna en el momento más inadecuado. A cada muerto en atentado se responde con un funeral parecido, con una declaración idéntica, con la misma pancarta que se había guardado para la manifestación de la próxima víctima. Del otro lado nada se parece tanto a un coche bomba o a un tiro en la nuca como otro coche bomba u otro tiro en la nuca. Todo está ya cristalizado, la violencia y su repulsa, los políticos demócratas y los terroristas, pero lo terrible del fanatismo es la facilidad con que se contagia al otro bando: líneas paralelas son aquellas que prolongadas hasta el infinito no llegan a encontrarse nunca. Si no fuera demasiado siniestro se podría hacer un concurso nacional en televisión con estas preguntas: ¿a qué acto terrorista corresponden estas palabras compungidas, serenas y medidas del ministro del Interior? ¿a qué situación delicada podría aplicarse de nuevo esta metedura de pata del presidente del gobierno?; ¿a qué atentado atribuiría usted este cadáver cubierto con una manta, esta camilla entrando en el hospital, estos destrozos en las fachadas, esta manifestación contra el terrorismo? Sólo los muertos podrían distinguir esas imágenes; en cambio todo es previsible en la política nacional. Y, no obstante, la vida en la calle está llena de paradojas que se corresponden con la imaginación de la gente sencilla. Vas a la barbería y los peluqueros hablan de la Bolsa; entras en un banco y los empleados hablan de fútbol; en los conventos de clausura las monjas tienen que jugar a la lotería porque Dios no les repara el tejado; en los laboratorios algunos científicos invocan al Altísimo para que la reacción química llegue a feliz término. Uno echa de menos esta imaginación contradictoria a la hora de resolver el problema del terrorismo. Quienes se creen protagonistas de la historia, los políticos, los obispos y periodistas expresan siempre ideas codificadas. También los terroristas repiten de forma obsesiva el mismo argumento de sangre: dos líneas paralelas que van a necesitar de esta imaginación de la gente sencilla para que algún día puedan encontrarse.
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