Cuatro horas de buen flamenco
El 40º festival de Las Minas, en La Unión, arranca con una soberbia noche de cante y toque
Casi empieza con susto el festival de este año. Niño de Pura, el guitarrista de Pansequito y Aurora Vargas, cuando venía de Sevilla conduciendo su coche de gran cilindrada, fue embestido por otro vehículo que destrozó totalmente el suyo. Siniestro total, del que salieron milagrosamente ilesos los viajeros. Y la guitarra, hecha pedazos.Ni el susto, ni el cuerpo dolorido, ni la guitarra destrozada, impidieron que el Niño de Pura tuviera una actuación formidable. Con una guitarra prestada, acompañó a los dos cantaores citados, y lo hizo con su brillantez habitual, su técnica impecable y sin fisuras, una gran fuerza y un enorme corazón. Era como si el guitarrista quisiera demostrarse a sí mismo que sigue siendo capaz de hacer su toque difícil, tan intenso y que tantas veces bordea lo imposible, con la jondura y la capacidad de seducción a que nos tiene acostumbrados.
Pansequito y Aurora Vargas hicieron el cante que se les conoce y de cuya solvencia dan fe sus largas trayectorias artísticas. Él tiene esa voz opaca, no brillante pero muy flamenca, que hace su cante distinto. Por soleá, por bulerías, en largas tiradas de coplas que sólo a él le están permitidas por su capacidad para ligar los tercios, el cante de Pansequito es inconfundible. También el de ella, más ligero pero tremendamente efectivo, por su frescura, por la facilidad con que transmite gratas sensaciones, que culminan cuando se pone en pie y baila su cante por bulerías con una gracia refrescante.
Esperanza Fernández sigue ahí. Su maternidad la tuvo alejada un tiempo de los escenarios, pero vemos que sigue ahí, en tan buen estado de arte -o mejor, incluso- que antes. Sentada junto a la guitarra de Cortés, hizo un recital muy clásico, con todos los estilos de mayor respeto llevados a donde deben
ser llevados por una cantaora de casta, que en las bulerías se suelta el pelo -es un decir- con un baile arrebatador. Esperanza Fernández es un valor seguro que tendrá mucho que decir todavía.
Y Eva la Yerbabuena, por fin. Se está escribiendo mucho de ella últimamente, y queda poco que añadir. Otro valor seguro, en plenitud, con mucho arte por delante. Las cantiñas que bailó esta noche, con delicadeza y exquisito gusto, fueron un prodigio, yo diría que de magia. Y los martinetes finales, sola con los tres cantaores, algo que quisiéramos guardar para siempre en nuestro personal archivo de bellezas incomparables.
Sólo una pega: un espectáculo de más de cuatro horas, aunque sea bueno, hoy se hace largo.
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