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Salvar el pellejo

Fernando Savater

Querido Asier:Me dices en tu carta que estás muy asustado por la situación del País Vasco y sobre todo -reconoces francamente- por tu propio futuro en él. Te ves en peligro, ya que vives en una localidad pequeña de Guipúzcoa -¡qué bonita es, qué terrible!- y porque allí todo el mundo conoce tus nulas simpatías hacia el nacionalismo, que has expresado más de una vez de una manera estentórea que ahora te parece algo imprudente. Como para colmo eres euskaldún y giras habitualmente en ambientes próximos al patriotismo de metralleta, tu inquietud se ve aún más justificada. "¡Esto es la hostia!", me informas, con esa delectación muy del terruño por expresar siempre las demasías con refuerzo teológico: "¡Están matando a todo cristo!". Y luego me pides algún consejo para "salvar el pellejo". ¡El pellejo! ¡Cómo te comprendo! Cierto que el pellejo no es gran cosa, pero la mayoría de los humanos no tenemos otro de repuesto, beneficio del que disfrutan algunos reptiles y no poca gente famosilla que tú y yo conocemos. De modo que voy a intentar ayudarte, aunque no esperes que te resuelva satisfactoriamente el problema: ya sabes que soy aficionado a la filosofía, esa zona de aparcamiento griega de las preguntas sin respuesta. Y déjame que incurra en algunos meandros y disgresiones, según el vicio de mi gremio.

Para empezar, estableceré que efectivamente estás expuesto a esas enfermedades poco frecuentes en la Europa occidental que son el tiro en la nuca o el coche bomba. ¡Calma, no te impacientes, déjame repasar los hechos! Ya sé que conoces de sobra semejante cosa, pero me interesa subrayar algo que para muchos no es tan evidente: tú sí que estás amenazado, mientras que otros no lo están. No es cierto que el terrorismo de ETA cuelgue como la espada de Damocles sobre todas las cabezas, sino que elige sus víctimas. El resto de la población lo siente muchísimo, por qué no vamos a creerles cuando lo dicen, pero "no es lo mismo ver morir que cuando a uno le toca", según la milonga de Borges. Sobre todo no es lo mismo ver morir y saber que a uno puede tocarle que estar seguro de que sólo puede tocarle a otros, pobrecillos. Yo, por ejemplo, compadezco mucho a los magrebíes y subsaharianos que se ahogan cuando las pateras se hunden en el Estrecho. ¡Esas mujeres embarazadas, esos muchachos desesperados! Pero, claro, pese a toda mi compasión, no dejo de recordar que yo no soy de los que tienen que viajar en patera en busca de una improbable prosperidad. Suspiro por ellos, pero no me quitan el sueño ni el apetito. Nunca espero verme en una triste almadía sobre las aguas traicioneras: esa desdicha es su destino, no el mío. También aquí, en Euskadi, hay quien viaja en patera y quien les compadece desde la orilla. Tú y yo estamos en la patera, amigo Asier, mientras otros lamentan nuestra suerte o incluso nos advierten de que nunca debimos embarcar...

Ahí tienes, por ejemplo, a Joseba Egibar, hombre compasivo fuera de toda duda. Para Egibar, el ministro Mayor Oreja es un "cobarde". A veces me cruzo por las calles de Donosti con Egibar, que pasea con su retoño de la manita, despreocupado como un jilguero. Todo un valiente. En cambio, otros donostiarras como Mayor Oreja, María San Gil o incluso algunos que no ejercemos ningún cargo político, tenemos que deambular entre escoltas y sobresaltos: ¡cosas de cobardes! Según Egibar, Mayor Oreja es "una bomba de relojería". Pues ya ves, a José Mari Korta se lo han llevado por delante poniéndole un Mayor Oreja en un coche a la puerta de su empresa y otro Mayor Oreja acaba de explotar en pleno barrio de Chamartín. ¡Qué bien hizo Egibar al advertirnos contra los peligros en que incurrimos padeciendo a tan nefasto ministro! Gran político este Egibar: y muy beneficioso para el País Vasco.

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Es que en la privilegiada clase de los que no viajan en patera ocupan un lugar destacado los políticos nacionalistas. Por ello resulta comprensible que algunos de quienes no lo son intenten mimetizarse con ellos, según una estrategia de supervivencia convincentemente estudiada por los zoólogos darwinistas. Fíjate por ejemplo en el artículo del socialista navarro José Luis Uriz (EL PAÍS, 7 de agosto), escrito tras el asesinato de Juan Mari Jáuregui y titulado ¿El siguiente, yo? El señor Uriz se muestra especialmente inquieto porque ETA mate con el mismo celo a quienes se le enfrentan y a quienes desde la acera de enfrente le guiñan el ojo. El hombre creía haberse hecho un seguro de vida con algunos artículos en Deia y llevando al congreso del PSOE no sé qué ponencia sobre la reforma del marco institucional, pero ahora resulta que a lo mejor todavía sigue en peligro, como si no fuera heterodoxo y conspicuo denunciante del seguidismo al PP. ¡Qué desilusión! Para disimular un poco, Uriz se apresura a aclarar que el "yo" del título de su queja es genérico, y puede incluir también a colegas del PNV y EA, de la corriente Aralar de HB y hasta a algún dirigente de ETA "bueno", que a lo mejor los hay. No, majico, no: mucho escribir en Deia, pero no te lo lees. Allí dejó claro Otegi que ETA no va a atentar contra los políticos nacionalistas. Los hostigará, les quemará los batzokis, pero de momento no va a matarles. Ya llegará ese día, en cuanto dejen de serle útiles en la futura Euskadi independiente donde habrá que competir por el reparto del poder. Pero ahora "no toca", como diría el Honorable. ETA es abominable, y coherente: todos los que han elegido campo político no nacionalista están hoy en la línea de tiro, aunque hablen de diálogo hasta que la lengua se les seque en la boca. Los terroristas esperan que alguna vez llegue a "dialogarse" con ellos pero no buscando razones de buena voluntad sino clemencia.

¿Y José Mari Korta, que según cuentan sus próximos era abertzale? Por mucho que los nacionalistas quieran presentarle como una baja en sus filas, fue asesinado por ser un empresario vasco, de ésos que hace bien poco dejaron claro que no simpatizan con ninguna aventura soberanista y que pidieron respeto escrupuloso para el estatuto y la constitución. Y también lo mataron por no pagar la extorsión, como advertencia a tantos que siguen pagando todavía, empresarios, comerciantes, profesionales, etcétera... ¡hombre, pero si el impuesto revolucionario debería desgravar ya en la declaración de renta! De todas formas, no deja de ser indecente tanto énfasis en el abertzalismo del fallecido, sobre todo cuando también se proclaman muy abertzales los que le han matado a él y a muchos otros que no lo eran. Tanto en el caso de Jáuregui como en el de Korta se insiste lacrimosamente en que "amaban mucho a su país". ¿Qué quiere decir

eso? ¿Que lo amaban más que José Luis López de Lacalle o que el subteniente Francisco Casanova? Albert Camus dejó escrito que él amaba demasiado a su país para ser nacionalista... Pero, además, eso del "amor al país" puede ser muy elogiable, pero no es ninguna obligación. Lo obligatorio es respetar a los conciudadanos, cumplir las leyes vigentes y defender las libertades democráticas mediante las cuales podrían ser modificadas. Los otros "amores" patrióticos vocingleros bien pueden ser patentes de corso para prebendas, cuando no coartada para crímenes.

Vuelvo a tu caso, amigo Asier: no creas que me he olvidado de ti. Pero resulta que no es fácil darte un buen consejo. No quieres ni oír hablar de marcharte de aquí, la solución más frecuente (y aún no veo a nadie pedir el "acercamiento" de todos los periodistas, profesores, empresarios o simples amas de casa que han tenido que irse para poder respirar en paz... por culpa, entre otros, de esos presos cuya proximidad tanto parece urgir). De modo que, aunque duela, sólo te queda un remedio: hazte cura. Ya sé, ya sé que siempre me has dicho que eres antifascista, antimilitarista y anticlerical, las tres razones por las que te opones al mal llamado MLNV. Si no te sientes capaz de una vocación tardía, por lo menos disfrázate de cura. Por poco que sea verdad lo de que el hábito hace al monje, lograrás esa inimitable mezcla clerical de repudio a la violencia y comprensión de los violentos. Para ambientarte, puedes leer una nota reciente de la secretaría del episcopado donostiarra en la que se condenaban los crímenes de ETA y también se explicaba lo indeseable de una solución policial del conflicto. Aprenderás a decir con unción "diálogo sin condiciones": nadie como un cura para vocalizar esa fórmula, desde que murieron Gielgud y Alec Guiness. Además, no hay mejor detente bala en Euskadi que una sotana: ETA ha matado a gente de todos los gremios, pero aún está por estrenarse con los curas... y no será por falta de ellos. Pero ponte sotana como es debido, eh, nada de clergyman. Don Miguel de Unamuno llevaba clergyman perpetuo y ya ves que acabaron echándole a la ría de Bilbao. Empuña el misal, cálate la teja (¡cuanto más antiguo, mejor, los vascos no datamos!) y que Dios te coja confesado. Que nos coja confesados...

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

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