La llamada del sur
Cada tierra tiene su forma de entender la vida y los toros. El sur tiene su color, también su calor, lo que ocurre es que sería cruel decirlo cuando las sartenes multiplican los grados. Aquí se aprecia el compás y se pide que se diga el toreo despacio, sin que ello sea óbice para respetar la personalidad de cada diestro, ni mucho menos, pueda emplearse para falsear la llamada del toro, que cuando lo es de verdad, transmite la emoción sincera y sin paliativos a los graderíos, por muy del sur que sea.Luis Francisco Esplá, aunque lleva unos años sin torear en Málaga, es un torero al que se ve siempre con gusto, por su capacidad lidiadora y sus detalles apreciables. El primer guardiola era grandullón de caja, algo desproporcionado, pequeño de cabeza y nada fijo en su bravura, que tendía hacer sosa y dispersa.
Guardiola / Esplá, Ortiz, CalifaToros de Salvador Guardiola, bien presentados, bravo el 2º, mansurrones 4º y 5º
Luis Francisco Esplá: dos pinchazos, dos descabellos (silencio); estocada honda tendida atravesada, dos descabellos (ovación y saludos). Ricardo Ortiz: cinco pinchazos -aviso-, estocada (vuelta al ruedo); El Califa: pinchazo, descabello (silencio); gran estocada (oreja).Plaza de La Malagueta, 11 de agosto. 3ª de abono. Un tercio de entrada.
Esplá banderilleó sin apreturas, mejor el tercer par de dentro a fuera, y comenzó tanteando la embestida con detalles y maneras personales que evidenciaban un deseo de hacer el toreo de manera distinta. Siempre molestado por el viento, que llegaba a tender los trastos horizontalmente, cobró dos buenas series con la derecha, mientras que por el pitón izquierdo, su oponente entraba siempre con la cabeza alta. La faena fue de las de pase y paso, con cierto sabor y mucho saber.
Ricardo Ortiz vino decidido; el toro era bravo, de bonita estampa, serio. Entró el caballo con fijeza y Ricardo Ortiz puso tres pares, haciendo la suerte con mucha verdad y gran pureza. Con la muleta, el pitón era el derecho, y por allí se empleó el malagueño que tuvo sitio y se mantuvo en él, ligó y demostró estar más puesto que lo que cantan los números. Falló con los aceros.
En el quinto volvió a ponerse a porta gayola: si el segundo salió despacio y Ricardo lo despachó con mérito, el quinto le hizo cambiar de lado en el último instante. La báscula señalaba 681 kilos y el toro se confortaba con cierta mansedumbre, que se puso de manifiesto en el caballo. No fue el de banderillas un tercio brillante, pero sí hay que reconocer que, al cuarto intento, reunió con valor y pureza, que fue la mejor nota exhibida en el segundo tercio por Ricardo Ortiz. La labor de muleta se desarrolló bajo el signo del mérito: le plantó cara desde el primer momento y le robó una serie de pases valerosos y vibrantes, en suma, auténticos. Volvió a fallar a espadas.
La labor de El Califa en el tercero fue decepcionante: comenzó con muy buenas maneras por el pitón derecho, que era el bueno, llevándolo muy bien toreado por bajo. Con la izquierda no iba, y por alguna razón de índole desconocida, El Califa se empeñó en hacerle por ese pitón la faena que no tenía.
Las tornas se volvieron en el sexto. El Califa toreó con la difícil facilidad que da el arrojo y la valentía y sus series, tanto por la derecha como por la izquierda, fueron jaleadas por una plaza del sur que gusta de la autenticidad en el ruedo, del toreo que puede parecer simple, pero que es el que no guarda artificio, sino el que se emplea por bajo, siempre por bajo, con quietud y valor. La estocada fue de libro.
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