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Ley del amor

Un juez de Madrid tiene que determinar si hay fraude en los numerosos matrimonios organizados por una red dedicada a estafar a inmigrantes deseosos de regularizar su situación en nuestro país. Por lo que se sabe, mujeres españolas recibían por la boda 250.000 pesetas, sin tener que convivir con el improvisado marido extranjero, a quien le costaba todo el asunto alrededor de un millón. Además, los novios estaban obligados a ciertos compromisos por un frío y calculado contrato privado. Qué duda cabe de que estas requetefalsas parejas han de ser disueltas de inmediato. Primero, los contrayentes son empujados a la ceremonia por la imperiosa necesidad de sobrevivir, no voluntariamente. Y segundo, es un claro negocio de compraventa con contrato y todo, aunque, a diferencia de otros contratos, no tan lejanos en el tiempo, no se adquiere a la mujer en sí, sino sólo el estado de casado.De cualquier manera, la confusión del caso sobrepasa sus propios límites, porque es evidente que estas parejas de ostensible conveniencia no se aman, pero, ¿y el resto, las que no han sido negociadas por la banda, se quieren como Dios manda? El juez no parece tenerlo fácil. En el Código Penal no se contempla con claridad el delito de falso matrimonio, o sea, de falso amor. Y eso que regular la más intensa de nuestras emociones ha sido uno de los mayores empeños del derecho en todas las sociedades a través de la institución del matrimonio, que por eso mismo vive bajo perpetua sospecha, quizá porque en cuanto se legaliza, o sea, se firma un papel y se hacen cuentas el afecto se carga de una enorme complejidad muy difícil de tipificar.

El caso es que la duda puede extenderse: ¿y si también son falsas esas bodas entre ricos y famosos, respaldadas por severos contratos económicos, que hacen pensar que ya no se fía el uno del otro? ¿Y los que se mantienen bajo el mismo techo porque uno de los dos no tiene dónde ir? ¿Y los que hacen el paripé y cada uno lleva su vida? Y lo más grave, esas mujeres maltratadas, cuando no asesinadas, por el bestia del marido, del novio o del amante, cuya disolución conyugal tendría que ser inmediata. ¿Por qué la ley es tan vergonzosamente lenta y timorata en corregir una situación de odio que se fundó en el amor?

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