Testigos de la farmacia artesanal
Un jubilado almeriense conserva productos de su botica centenaria
Al entrar en la farmacia de Francisco Sánchez Yebra se huele a botamen acumulado de años empleado por su padre y, antes que éste, por su abuelo desde 1871. La saga de los Yebra en el pueblo almeriense de Alhabia, en la baja Alpujarra, es toda una institución que atesora en repisas y cajones pruebas materiales del paso del tiempo, de la evolución de la ciencia y del cambio en los usos y modos de mitigar el dolor al enfermo.A sus 89 primaveras, el ex boticario de Alhabia, que traspasó la farmacia hace cinco años, se niega a tocar una sola caja o frasco de la botica en la que durante más de un siglo han despachado también su madre y sus hermanas. Todavía quedan reminiscencias de productos de otra época, con otros precios y cuestionables fines, que acreditan datos sociológicos y casi etnográficos de un mundo sin industrializar.
Los Yebra conservan aún el producto denominado Parche de Santa Rita, vendido a 5 pesetas y, según su etiquetado, apropiado contra el aborto espontáneo, el dolor en los riñones y la esterilidad; "su uso es indispensable durante el embarazo", reza la caja del milagroso invento. El farmacéutico también conserva envases de las fórmulas magistrales conseguidas por su padre y exportadas al continente africano, como la pomada antiherpética o la Solución Estomacal Sánchez, de "muy buenos" resultados.
Si los ungüentos y remedios del ayer causan perplejidad y asombro, el instrumental de botica conservado por la familia es motivo suficiente de peregrinación hasta Alhabia de curiosos, historiadores o colegas de la profesión que encuentran siempre las puertas abiertas. Juego de pesos, pildoreros, microscopios de todos los tamaños, ventosas para succionar, una máquina prensadora, ensayos de orina, tubos de análisis e incluso un recipiente para duchas nasales. Una imponente máquina registradora de 1903, incapaz de marcar más de dos dígitos, preside el lugar. "El tope está en 99 céntimos, aunque quizá ahora, con el euro, podría volver a utilizarse", bromea el ex boticario.
Francisco Sánchez Yebra se define como un romántico de la botica. "Antes no se descansaba en la farmacia, era noche y día sin parar pero era más científica, que para eso se estudiaba: para hacer medicamentos, no para cogerlos y darlos", critica. En la descripción de las tareas más arduas, rememora la elaboración de las píldoras y supositorios. "Era lo más entretenido porque incluso tenías que echar las píldoras en un bote redondo con panes de oro de verdad, para dorarlas", apunta mientras exhibe los moldes usados para realizar los sellos de oblea de antaño.
Las tareas de un farmacéutico, hace unas décadas, abarcaban desde el etiquetado de frascos y botes hasta el precinto de los mismos con el tamaño oportuno del tapón de corcho, para lo que se valía de un prensador de hierro; todavía el cajón el izquierdo del mostrador rebosa de corchos que jamás preservarán producto alguno.
Las ofertas de compra de muchos de los artilugios que conserva no han sido pocas, pero él, que jamás se casó y no tiene hijos, está decidido a traspasarlo a sus sobrinos. "Después ellos que hagan lo que quieran", comenta en tono resignado.
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