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El alpinista que no escalaba sin la compañía de su hermano

Aunque el alpinismo evoque como pocas otras actividades la lucha solitaria contra la naturaleza y contra uno mismo, los peligros de la montaña se sortean en grupo, en pareja principalmente. Se escala en equipo y en compañía se afrontan empresas que la soledad convertiría en ejercicios impensables. Una cuerda une dos voluntades, cuatro manos montan una tienda en mitad de una tormenta, cuatro piernas se turnan para abrir huella o para progresar por el hielo y dos bocas se turnan para animarse y regalar el único calor posible en el frío Himalaya. En este sentido, los hermanos Iñurrategi formaban la cordada soñada: estaban el uno para el otro, atados simbólicamente por una confianza a prueba de egoísmos o debilidades. Hace tres años, de madrugada en Barajas poco antes de embarcarse en una expedición, Félix explicó que la escalada no tendría ningún sentido sin su hermano: "Si él lo dejara, yo le seguiría porque no me veo escalando sin él. No, sinceramente, lo dejaría". Alberto, menos extrovertido, no escuchó los propósitos de su hermano; se ocupaba de facturar el equipaje de mano. De los medios de comunicación se ocupaba Félix, el hermano mayor que parecía el menor. Ahora, todas las atenciones se centran en Alberto. "Alberto diría lo mismo que dijo Félix porque en el fondo eran muy parecidos", revela José Luis Sesma, que ha compartido en Pakistán la última expedición de Félix. "Uno ha fallecido y resulta imposible no pensar en el dolor del que ha sobrevivido. Todos los que les conocimos sentimos una gran inquietud, una enorme curiosidad por saber cómo reaccionará Alberto. No veo el momento de cenar con él y comprobar cuál es su estado", confiesa Sesma.

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"Tiempo para reflexionar"

Alberto Iñurrategi relató con una entereza ilógica pero muy de acuerdo con su carácter reservado, el accidente de Félix. Recordó nada más aterrizar en Bilbao cómo pudo haberle tocado a él, cómo vio a su hermano deslizarse hacia el vacio, impotente, consciente de la tragedia que se desarrollaba ante su mirada incrédula. "Vi como chocaba en su caída contra las rocas y comprobé que había quedado destrozado al fondo del precipicio. Ni se me ocurrió bajar a buscarlo. No había nada que hacer", resumió. Más allá del relato objetivo de lo sucedido, Alberto no revela nada, tan solo pide tiempo para salir del "profundo agujero" en el que se halla y reflexionar. Sobre todo reflexionar y refugiarse en una tregua emocional. Asegura que le espera "una escalada larga y difícil". La primera escalada que afronta sin la referencia de su hermano.

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