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Jules Renard escribía que cada hormiga recuerda al número 3. Y, en efecto, las hormigas guardan una relación con las cifras, no sólo física sino también conceptual: son algo así como el número Pi de la naturaleza, aislables, pero sin fin. Una hormiga siempre va precedida o seguida de otra hormiga, exactamente igual, y con una misma disposición vital. Sin duda, es el animal que mejor ejerce la coherencia todos los días de su existencia, y por eso los moralistas han visto en ella un modelo de conducta intachable. En cambio, Jean-Henri Fabre odiaba a las hormigas porque se comían los huevos de los grillos. Y llegó a escribir cosas tremendas contra ellas. ¡Diabólicas bestias! decía. Maurice Maeterlinck se irritaba y salía en su defensa, asegurando que era el insecto más calumniado desde la Creación, aunque nunca contradijo directamente a Fabre, al cual admiraba hasta el punto de denominarlo "El Homero de los Insectos". Marcel Proust fue un lector apasionado de Maeterlinck y utilizó abundantemente sus ideas, aunque el uso que hace el escritor de la recherche hubiese escandalizado al casto mirmecólogo. En un pasaje de la Inteligencia de las plantas, Maeterlinck escribe: "Aquellos de nosotros que han vivido un poco en el campo han podido a menudo comprobar el instinto que dirige los tallos de la vid o de las enredaderas hacia el mango de un rastrillo posado en un muro". Imagen que sirve a Proust para explicar las impuras tentaciones de M. de Charlus: "Su amante puede castigarlo, encerrarlo, pero al día siguiente el hombre-mujer habrá encontrado el medio de atarse a otro hombre, al igual que la enredadera lanza sus zarcillos donde encuentra un pico o un rastrillo!". Ya lo decía Fabre, asqueado ante el ataque de las hormigas a sus grillos: "¡El insecto no tiene moral!". Y las plantas, diría Proust, ¡vamos!
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