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Tribuna
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Integristas

La censura es un método clásico para conocer la ideología de quien la impone. Una ideología más general que las de las distintas creencias: la de la coacción y la intransigencia como métodos de gobierno. Censurados estaban los libros en las escuelas religiosas durante los cuarenta años de paz franquista; censurados fueron espectáculos y publicaciones en tiempo de los nazis; de la censura procedía, y procede, el Índice establecido por la Iglesia, y férrea censura sufrieron los ciudadanos en todas las etapas del poder soviético. Y ahora también censurados están ciertos teólogos que se permiten opinar sobre los sacramentos en unos términos que el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, considera inaceptables. La censura es una indicación del talante de quien la impone más que un método eficaz de prohibición, ya que tarde o temprano provocará reacción y curiosidad, y acabará en rebelión.El inquisidor que censura, lo que quiere es imponer su propia verdad, la que considera inalterable y eterna, la que le permite defender unos intereses que lo harán permanecer y, en consecuencia, no admite el debate. El debate le horroriza, la manifestación de ideas distintas, la investigación, las comparaciones, las nuevas interpretaciones de textos, le traen por el camino de la amargura. Lo que significa que ni cree que sean necesarias ni puede admitir la fuerza de la inteligencia y la libertad del individuo de armonizar sus creencias y sentimientos con lo que la mente le desvela. Sólo han de privar sus creencias, y siempre a costa de lo que sea. O de lo que pueda. Por esto es tan peligroso dar poder a esos doctrinarios que ya conocemos y que han escrito con sangre la historia de los grandes movimientos autoritarios que dividen el mundo entre los que tienen la verdad y aquellos a los que hay que imponérsela por la fuerza.

En nuestras latitudes creíamos habernos liberado de aquellos yugos con la llegada de la libertad; sin embargo, persisten aún doctrinas que exigen obediencia ciega y paralización de la inteligencia. Aunque hoy sabemos que esta forma de actuar, venga de donde venga, tiene siempre el mismo nombre.

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