Un trabajo ejemplar
De lo que no cabe la menor duda es de que, poética y literariamente, el texto de Agustín García Calvo Baraja del rey don Pedro (Premio Nacional de Literatura Dramática 1999) es un gran texto. Un texto de vuelo shakespeareano (sus tragedias medievales), pero escrito hoy y desde la historia castellana, en la lucha final entre don Pedro I el Cruel y su hermanastro don Enrique de Trastámara. Un gran texto que, desgraciadamente, viene a ser la excepción, cuando lo lógico en nuestro país sería, a estas alturas, ahora que la infraestructura teatral empieza a ser la de una gran potencia, atraer a las mejores plumas del verso, la prosa y, desde luego, también el teatro, para empezar a construir un imaginario escénico propio. Si eso ocurriera, tal vez valdría la pena, entonces, destacar lo poco teatral del texto de García Calvo, demasiado asentado en la palabra, hermosa palabra, y la escasísima acción dramática.Don Pedro el Cruel ve, desde el castillo de Montiel, cómo llegan, punteando el horizonte nocturno de antorchas, las tropas de Enrique de Trastámara para darle al rey la última batalla, que acabará en derrota. A lo que asistiremos, pues, es a los preparativos de la batalla, a la lucha narrada desde las almenas por las mujeres allí refugiadas, a la derrota y el regreso al castillo ahora cercado, a los intentos de fuga, a la traición y a la lucha final. Todo eso con un intermedio onírico, en el que a don Pedro se le aparece en sueños el prestamista judío que él ha mandado asesinar, y otro erótico, en el que don Pedro yace con las castellanas, madre e hija, en una orgía de amor. Una tragedia, pues, de grandes pasiones escrita en un castellano arcaizante que es, sin duda, lo mejor del espectáculo.
Baraja del rey don Pedro
De A. García Calvo. Dirección: José Luis Gómez. Intérpretes: Alberto Jiménez, Carles Moreu, Ernesto Arias, Javier Vázquez, Gabriel Garbisu, Carles Moreu, Elisabet Gelabert, Josep Albert, Cristina Arranz, Miguel Cubero. Teatro Principal, 22 de julio.
Buen trabajo el de José Luis Gómez, que ha hecho una dirección poderosa, plásticamente tan bella como despojada. Una escenografía de círculos concéntricos, con un gran portón al fondo que será por donde entren y salgan las tropas del castillo. Marcando el tiempo, la espada de Damocles se convierte aquí en lanzas, que van cayendo y pautando la acción, la amenaza que se cierne sobre Pedro el Cruel. Ése es el centro de la diana y el habitáculo de don Pedro, en torno al cual, un pasillo circular será patio de armas, o laberinto de acceso a las estancias del castillo, o camino nocturno próximo al campo enemigo. Alrededor, una empalizada de estacas que, de pronto, prenden en una llama para convertirse en antorchas.
En ese espacio tiene lugar la acción, los diálogos a través de los que iremos conociendo por boca de los protagonistas los motivos de la guerra, las causas de la debilidad de Pedro el Cruel, el origen justificado de su apodo. Vestuario estilizado pero claramente medieval, armaduras y espadones, cetro y corona. No hay duda de que, en conjunto, Baraja del rey don Pedro ha tenido una de las mejores puestas en escena posibles, atenta a la palabra y a darle a ésta el realce que merece para que llegue nítida a la platea.
Buen trabajo, en fin, el de los actores, que sin afectación ni grandilocuencias asumen estos personajes tan próximos al universo escénico de Shakespeare. Ernesto Arias, don Pedro, protagonista prácticamente absoluto, es escénicamente una figura que va creciendo ante el público en los diálogos con su segundo, Alberto Jiménez, con doña Toda y su hija, Elisabet Gelabert y Cristina Arranz. No es un teatro de grandes gestos ni de interpretaciones mayores, porque el texto tampoco matiza tanto los estados interiores de los personajes, pero sí permite un recorrido amplio a los actores. Un trabajo inteligente que vale la pena ver y que debería ser ejemplo para otros teatros más o menos institucionales, como el de La Abadía, que viene haciendo desde su fundación un trabajo admirable.
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