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Reportaje:

El regreso del gato

,El último censo nacional sobre lince ibérico, publicado por el Icona en 1990, cifraba la población de este felino, exclusivo de la Península Ibérica, entre 1.000 y 1.200 ejemplares, de los que, como mucho, 350 son hembras reproductoras. Este trabajo puso de manifiesto como, en 30 años, los efectivos de la especie habían disminuido de manera espectacular y la superficie en la que habitaba era seis o siete veces menor.

El tiempo dio la razón a los que argumentaban que el proceso de extinción de la especie no se había detenido. Aunque no ha vuelto a realizarse un censo a escala nacional, los datos recopilados en diferentes comunidades autónomas indican que la población de este carnívoro ha vuelto a reducirse a la mitad en poco más de una década, por lo que ahora no deben de quedar más de 600 ejemplares en toda España.

Las medidas de conservación aplicadas no parecen dar los resultados que serían deseables. Incluso en un territorio estrictamente protegido, como es Doñana, el número de ejemplares muertos, por distintas causas, supera al de nacimientos. Este es un fenómeno particularmente peligroso si se tiene en cuenta que en esta comarca, de unos 3.000 kilómetros cuadrados, sólo viven medio centenar de linces, y el número de hembras reproductoras no pasa de la docena.

Tampoco han tenido éxito los intentos de cría en cautividad. Así las cosas, la única alternativa que queda por ensayar es la de reintroducir la especie, a partir de ejemplares silvestres, en zonas de donde desapareció y que aún reúnan condiciones favorables, algo que, por primera vez en España, se intentará en el Parque Natural de los Alcornocales. En esta extensa selva mediterránea habitó el lince hasta comienzos de este siglo, y todo parece indicar que podría establecerse de nuevo en ella.

En el proyecto, cuyo contenido se ultima estos días para poder concurrir a los fondos Life de la Unión Europea, participan, entre otros organismos, la Consejería de Medio Ambiente, la Estación Biológica de Doñana y el Zoológico de Jerez de la Frontera (Cádiz). El objetivo es conseguir una población viable de linces, distribuida en un área de unas 10.000 hectáreas, con una probabilidad de supervivencia del 95 % en 100 años. Para conseguirlo será necesario liberar de cinco a ocho linces por año durante tres años consecutivos. A cambio de los ejemplares que tendrían que ser retirados de otros territorios, y que apenas supondrían el 1 % de la población total de este felino, se conseguiría, argumentan los especialistas, una nueva población con un gran potencial de crecimiento.

En una primera fase se estudiarán las áreas más idóneas para llevar a cabo la reintroducción, analizando la cobertura vegetal y la abundancia de alimento. Se utilizarán individuos jóvenes (de entre 8 y 36 meses de edad) y cachorros que tendrían que ser adiestrados en condiciones de semi-libertad antes de su suelta. Los animales serían capturados en el Parque Nacional de Doñana y en el Parque Natural de la Sierra de Andújar, zonas en las que, previamente, habría que analizar el efecto de las extracciones para no causar ningún tipo de alteración en estas poblaciones.

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Mediante simulaciones por ordenador será posible conocer la incidencia de estas prácticas, la composición idónea del grupo a reintroducir (número de individuos y distribución por edades y sexos) y sus posibilidades de supervivencia a medio y largo plazo. Aún cuando todos estos datos sean favorables, todavía habrá que tomar ciertas precauciones. Será necesario analizar el estado sanitario de otros carnívoros en el área de reintroducción, para evitar el posible contagio de enfermedades infecciosas, y también habrá que estudiar la actitud de los vecinos del parque natural ante un proyecto de estas características. Cazadores y propietarios de fincas serán objeto de campañas específicas de concienciación, tratando de hacerlos cómplices de esta iniciativa.

El inicio del proyecto está previsto para el mes de mayo del año próximo y, al menos en lo que respecta a las actuaciones cuya financiación se solicita a la Unión Europea, finalizaría cuatro años después. De cualquier manera, un propósito de esta envergadura necesita incorporar labores de seguimiento durante una década. Los especialistas consideran que, tras esos primeros cuatro años, la reintroducción puede considerarse bien encaminada si han sobrevivido, al menos, 15 ejemplares.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Sobrevivir en una isla

Cuentan los cronistas que a mediados del siglo XIX llegaban anualmente a Madrid, desde los alrededores de la capital, entre 200 y 300 pieles de lince para su uso en peletería. Era entonces un animal abundante en casi todo el país. Algunos años después, comenzado el nuevo siglo y en un escenario muchos más cercano como son los terrenos del actual Parque Nacional de Doñana, el lince era cazado sistemáticamente: hasta siete ejemplares llegaban a cobrarse en un solo día. Nada hacía suponer que se trataba de una especie que iniciaba entonces su ocaso y que ya era prácticamente imposible de encontrar en el norte del país.El desarrollismo brutal de la década de los sesenta supuso el golpe definitivo, y lo que eran grandes poblaciones, que se extendían en algunos casos por áreas de hasta 34.000 kilómetros cuadrados, quedaron reducidas a un conjunto de islotes, incomunicados entre sí, que en el mejor de los casos lograban reunir a unos cientos de ejemplares. Aparecía así el problema del empobrecimiento genético, que se ha ido agravando con el paso de los años y constituye la antesala de la extinción.

La caza furtiva, la disminución de presas fundamentales, como el conejo, o los frecuentes atropellos en carreteras o vías férreas han terminado por colocar al lince en una difícil situación. En Andalucía, además de la población de Doñana, Sus efectivos (según el último censo publicado en 1990 que, sin embargo, ha podido reducirse a la mitad según las estimaciones más recientes), van desde los 27 ejemplares que ocupaban algunos enclaves aislados de las Subbéticas de Granada y Jaén, hasta los más de 500 que entonces se extendían a lo largo de unos 4.000 kilómetros cuadrados de la Sierra Morena oriental.

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