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Contra el KGB vivíamos mejor

Miguel González

Entre la nostalgía y la ironía, el alemán Wolfgang Hetzer, jefe de análisis de la Cancillería alemana, aludió a la guerra fría como "los buenos viejos tiempos". Para los espías, tenía sus ventajas: el enemigo estaba claro, los Gobiernos no escatimaban medios y las opiniones públicas no se cuestionaban por qué debían aceptar limitaciones en sus derechos fundamentales. En la guerra, como en la guerra. Pero la paz es más complicada.Antes de la caída del Muro, nadie hubiera imaginado que responsables y ex responsables de los servicios de espionaje de nueve países -Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Canadá, Holanda, Jordania y España- se reunirían para debatir en público su papel en el siglo XXI, como han hecho esta semana en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) en los cursos de verano de la Universidad Complutense.

La invitación del servicio secreto español Cesid fue aceptada con entusiasmo por los participantes, deseosos de abandonar la penumbra en que trabajan y dar la cara. Quizá, porque como dijo su director, Javier Calderón, "se nos juzga por nuestros fracasos, que salen a la luz pública, pero no por nuestros éxitos, que sólo conocen nuestros Gobiernos".

La pregunta crucial la formuló el almirante Gianfranco Batelli, director del servicio militar italiano, Sismi. "La auténtica decisión", afirmó, "es si los servicios de espionaje deben existir o no". Dijo algo más, pues añadió, aunque luego adujera que se trataba de una provocación: "Si deben existir, debemos aceptar cierto nivel de ilegalidad, pues la actividad de espionaje es básicamente una actividad ilegal".

Muchos de sus colegas, incluido el propio Calderón, discreparon de que el espionaje tenga que estar reñido con el Estado de derecho, pero todos estuvieron de acuerdo en la necesidad de los servicios de espionaje. El peligro de los tanques del Pacto de Varsovia ya no existe, adujeron, pero en su lugar hay una multiplicidad de riesgos, más difusos aunque no menos reales: el crimen organizado, el narcotráfico, el blanqueo de dinero, la inmigración ilegal, el terrorismo, la ciberguerra o la proliferación de armas de destrucción masiva.

El vicepresidente del servicio exterior alemán, BND, Siegfried Barth, sostuvo, por ejemplo, que el boicoteo europeo a los diamantes de Sierra Leona sólo podrá instrumentarse con el apoyo de los servicios de espionaje. No serán los fabricantes de joyas, alegó, quienes revelen su origen.

El problema radica en que muchos de los nuevos objetivos que permiten a los servicios secretos asegurarse un hueco bajo el sol son competencia de la policía. Su enfoque, explicaron, es distinto. A los centros de espionaje sólo les interesan en la medida en que constituyan una amenaza para la seguridad. Pero no pueden ignorar a los delincuentes si se dan de bruces con ellos, lo que les obliga a colaborar con las fuerzas de seguridad. Algo tan fácil de decir como difícil de hacer.

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Elizabeth Rinsdkopf, ex consejera principal de la CIA, explicó que en 1994 se le encargó que estudiara este problema. El estudio todavía no se ha concluido.

De nuevo, el almirante Battelli puso el dedo en la llaga: la labor de la policía consiste en aportar pruebas al juez, pero los servicios secretos no pueden hacerlo sin revelar sus fuentes.

La delicada relación entre servicios secretos y Justicia se resuelve en EE UU con el estilo característico de la única superpotencia realmente existente. "Dentro del país", dijo Rindskopf parafraseando a un ex director de la CIA, "se cumple la ley. En el extranjero, se defiende la Constitución". La de Estados Unidos.

Cada país europeo tiene su propio sistema, pero en todos hay un mecanismo que permite a los servicios secretos realizar pinchazos telefónicos bajo control del Gobierno, la magistratura o el Parlamento. Salvo en España.

La disparidad de las leyes, y el celo en preservar uno de los últimos reductos de la soberanía nacional, es uno de los obstáculos con que tropieza el proyecto de crear una comunidad europea de espionaje, como defendió el ex representante de la UE en Bosnia Carlos Westendorp.

El otro obstáculo es la desconfianza. Los países anglosajones han sido acusados de utilizar la red Echelon, que les permite la interceptación masiva de las comunicaciones telefónicas y electrónicas por vía de satélite o cable, para obtener información confidencial de empresas europeas y emplearla en concursos internacionales. "El único problema", alegó Gerald Warner, ex coordinador de los servicios secretos británicos, "es que los demás países no tienen un sistema tan eficaz como el nuestro. Si lo tuvieran, harían lo mismo".

En todo caso, matizó, ni Echelon se aprovecha para la competencia desleal ni tiene las capacidades que se le atribuyen, pues no puede "descifrar los mensajes en tiempo real". No todavía.

Para la organización, el curso fue un éxito, tanto por el nivel de los debates como por el público. Más de 100 matriculados y casi el doble de asistentes en alguna conferencia. Entre los más atentos, agentes rusos, húngaros, mexicanos, saharauis o iraquíes.

Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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