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Tribuna
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Becquer

La mesa del escritor se parece en algunas ocasiones a un potro de tormento. Lo escribió Bécquer, un día de verano de 1864, mientras buscaba tema para su artículo, bajo un cielo de plomo candente y una condena solar despiadada, que se colaba en su habitación por las rendijas de la puerta, por el agujero de la llave y por las paredes transparentes de la imaginación. Como el calor inmoviliza cualquier idea, acabó escribiendo sobre El calor, sobre la dificultad de escribir en las ciudades volcánicas del verano, y cumplió así su compromiso con El Contemporáneo, la voz en papel de Bécquer, la publicación más refinada e inteligente de aquellos años según Pérez Galdós.Aunque la leyenda del poeta prefiere cultivar las sombras turbias y miserables de la bohemia, sacando partido a su orfandad y a su llegada indigente a Madrid, Bécquer fue un periodista importante, con cargos de responsabilidad y significación en los intereses políticos de la época. El poeta negó parte de su biografía, y los amigos siguieron el rumbo señalado por él, insistiendo en la pobreza, en las nubes sentimentales, en la sífilis y en los prostíbulos, para consolidar la figura del artista moderno, el héroe marginal que defiende la belleza en medio de una sociedad utilitaria y corrosiva. La leyenda de Bécquer es una creación estética más allá de la biografía, igual que sus Rimas, que utilizan las anécdotas para saltar sobre un espacio nuevo de escritura y componer la primera meditación contemporánea en lengua castellana sobre el origen y los sentidos de la poesía.

La editorial Espasa y la Biblioteca de Literatura Universal acaban de publicar un magnífico volumen sobre las obras de Bécquer, al cuidado del profesor Leonardo Romero Tobar. Se trata de una edición que permite conocer al personaje completo, al autor que juega con las fisuras de la realidad y el misterio en las Leyendas, al poeta que busca materializar en unos versos depurados los sentimientos que huyen de la materia y al periodista que pasea por la ciudad y observa las costumbres del público y la transformación vertiginosa de las calles. Como el profesor Romero Tobar ha justificado en esta y en otras ocasiones, pese a las leyendas biográficas, la figura de Bécquer no puede entenderse sin sus numerosos escritos periodísticos, que reflejan también las raíces de la bohemia y las preocupaciones del autor contemporáneo. El poeta observa como el periodista el espectáculo veloz de la sociedad industrial, el ritmo con el que se transforman las ciudades y las tradiciones. Busca entonces una palabra capaz de condenar esta velocidad, una geografía de impresiones que fije los sentimientos de las horas fugaces. Observa también que los dogmas son gigantes con pies de aire, que las ideas y los valores caen en el vértigo de lo pasajero, igual que las noticias, igual que las murallas y los palacios viejos ante el hambre especuladora de las piquetas. Los versos aprenden así a convivir con la ironía, a desmentir el aire puro de sus promesas, a no perder de vista la miserable piel de la existencia cuando desean elevarse a la túnica ideal. El poeta y el periodista miran el folio en blanco, la vida en blanco, y persiguen al mismo tiempo sus palabras.

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