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Esquerra mueve pieza JOAN B. CULLA I CLARÀ

La obra llevaba meses ensayándose, pero su estreno solemne se ha llevado a cabo en los últimos días. Hablo del acuerdo orgánico de Esquerra Republicana de ofrecerse a CiU como socio en el Gobierno de la Generalitat, y del inmediato y púdico rechazo con que tanto Convergència como Unió lo han acogido. Lo previsible de ambos hechos permitirá a adversarios y comentaristas hablar de teatralidad, de comedia, de representación hacia la galería. Y sí, en unos tiempos en los que la política es sobre todo imagen, hay bastante de eso. Pero no todo. En cualquier caso, estamos asistiendo a los primeros escarceos de una larga partida cuyo resultado va a redibujar el mapa partidario del nacionalismo catalán, y la trascendencia del asunto demanda que tratemos de analizarlo con alguna profundidad.A mi juicio, el objetivo mayor de la conferencia nacional celebrada por ERC en Manresa el pasado sábado no era tanto obtener la venia de las bases para pactar con Pujol como consumar una revolución cultural interna. Como consecuencia de sus crisis y convulsiones intestinas de los últimos lustros, Esquerra desarrolló y se acomodó a una cultura antisistema, de resistencia y testimonialismo, que la dirección encabezada por Josep Lluís Carod ha procurado superar y transformar paulatinamente y que la reunión en la capital del Bages debía enterrar de una vez por todas. Según reza la ponencia oficial allí debatida, el objetivo de ERC para los próximos tiempos es "que la mayoría de la gente nos perciba como un partido responsable, capaz, de mayorías, de gobierno, abierto, útil, independiente e inmerso en la cotidianidad"; "debemos romper la imagen de que somos el eterno partido para el mañana, ERC debe estar presente en el hoy". Partiendo de la constatación, difícilmente refutable aquí y ahora, de que "la mayoria de la gente no tiene la sensación de vivir oprimida por el sistema institucional", el documento apuesta por el posibilismo, aconseja "relativizar la controversia lingüística" y se propone mostrar al histórico partido de Macià y Companys como una organización "abierta y no excluyente", "con una clara vocación de mayorías", "sólida, útil y de gobierno", capaz por todo ello de presentar a CiU, el próximo otoño, una propuesta seria, digna y creíble de acuerdo para gobernar Cataluña sin el apoyo del PP.

Frente a tales intenciones, afloraron en la asamblea todas las resistencias, todos los recelos y los tics propios de una cultura política amateur: las objeciones procedimentales, la idea de que una decisión es más democrática cuantas más horas se han empleado discutiéndola, la retórica basista según la cual los militantes de base son los depositarios de una pureza que los dirigentes ya han perdido, el fundamentalismo doctrinal, la preferencia por la "presión popular" sobre la acción institucional, la concepción del partido como un tarro cuyas esencias se evaporaron apenas abierto, etcétera. Esas resistencias cristalizaron alrededor de una enmienda a la totalidad cuyo texto sostiene, entre otras cosas, que "sólo nos respetarán cuando seamos un problema político tan grave como el de Euskadi", invoca como clave de futuro una primigenia "combatividad del pueblo catalán", hoy narcotizada, y propugna una estrategia de "arraigo social y electoral de ERC hasta llegar a la mayoría absoluta de los parlamentos de los Països Catalans. Una vez alcanzada esta mayoría, este Parlamento estará legitimado para proclamar unilateralmente la Republica Catalana...". Si recordamos que, en Cataluña, Esquerra posee hoy el 8,7% del voto, mientras que en las comuidades valenciana y balear oscila entre el 0,12% y el 0,33%, habrá que convenir que se trata de una estrategia no ya a largo plazo, sino a plazo geológico.

Que, en la conferencia nacional del pasado día 8, dichas tesis fueran apoyadas por el 34% de los participantes muestra lo mucho que a Carod y su equipo les queda aún por hacer en orden a reconducir el talante asambleario de Esquerra, a flexibilizar unos dogmas tan reconfortantes como estériles, a fortalecer las estructuras dirigentes, a devolver al partido el carácter de eficaz political machine que poseyó en los años treinta; en el caso de que para esa metamorfosis necesitasen un modelo reciente, Josep Antoni Duran Lleida les podría explicar la que ha encabezado en Unió Democràtica... En cambio, no creo que lo ocurrido en Manresa sea síntoma de una especial hostilidad hacia CiU entre los republicanos; no, la reserva es hacia una participación minoritaria en el Gobierno, con sus limitaciones y sus servidumbres. Si, en otras circunstancias, el socio posible fuese el PSC, opino que las reticencias serían muy semejantes (véase, como indicio, la experiencia de la Entesa Catalana de Progrés). Y, si tomamos por referencia los textos de la enmienda a la totalidad debatida el pasado sábado, no hay en ellos menos desdén ni menos críticas hacia el "regionalismo catalán" de Convergència i Unió que contra esa "izquierda española" integrada y sin referentes que es el PSC.

Con más dificultades de las deseadas, pues, la mayoría de ERC ha conseguido centrar el balón y situarlo en el área de CiU. Es ésta la que debe jugarlo ahora, a ser posible con algo más que las fintas verbales de los consejeros Mas y Duran y el descarnado pragmatismo del presidente Pujol. Si, como parece probable, el Partido Popular entroniza y traslada a todos los ámbitos el "espíritu de San Millán de la Cogolla", ¿seguirá Jordi Pujol preconizando el wait and see?

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