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Julio

VICENT FRANCHLos meses del año, los días de la semana, y las horas del día tienen nombres curiosos, mágicos, cabalísticos o canónicos, según las culturas. El ambiguo mes de julio, por poner un solo ejemplo, en una cultura tan próxima como la judaica ni siquiera comienza el 1; los tres primeros días pertenecen a Sivan, y Tamuz empieza el 4. Julio, que tiene nombre de emperador, con los años se ha convertido en un mes de tránsito, de bóvedas inseguras y carreras imposibles hacia abismos (agosto) que se prometen felices, apacibles y regeneradores. Despreciado por el común de las gentes; pues los estudiantes estarán medio mes a la espera de sus condenas; los padres de los escolares sufren la angustia de la devolución de sus hijos al hogar; las abuelas ven llegar las pateras repletas de nietos en pos de la anarquía, del paraíso; los trabajadores comprueban que entre los planes soñados, las exigencias del entorno, la declaración de la renta y la realidad de la virtual paga extra se da una disparidad acongojante; o, en fin, las administraciones de toda laya se adormecen como si estuviesen bajo servicios mínimos dignos de mejor causa; el mes de julio, decía, no goza de prestigio, y nadie le da más rango que el de ser el bacín donde purgan los meses que empezaron en septiembre del año anterior.

Además es un mes políticamente inerme desde que las revoluciones ya no necesitan que la tropa pase al raso las primeras noches de incertidumbre. Pero algunos, quizás añorantes de riesgos no tan lejanos, aprovechan este estado de catarsis o idiócia que invade las redes familiares y profesionales para lanzar sus mejores prendas al aire y alegrar los ponientes sin misericordia que alternan con tormentones a traición en unos días donde reinan en caos el aire acondicionado, los sobacos umbríos de sudor y la letanía impertinente de quienes añaden al bochorno la evidencia verbal con apelaciones excesivas al calor que tienen, al que hace y al que hará.

Por eso el gobierno, sabedor de que andamos todos a medio huir, confundidos y agobiados se tomó este julio infausto como excusa para enarbolar la bandera de España en San Millán y la guillotina en las boticas: una de cal y otra de arena, como reza la castiza tradición española. Poner orden en las escuelas sólo dos semanas después de levantar la liebre de la historia, asegurando con el aquelarre popular que este julio del 2000 no va a quedar impune.

El caso es que no hay julio aburrido que valga. Y en éste, por si el precio de los carburantes no estaba suficientemente disparado, se han plantado hogueras en las esquinas para que el consumo no decaiga. El mes en mantillas, y la alarma ya está servida. Porque todo el mundo sabe que si el informe de la enseñanza de la historia que tanto polvo ha levantado, o la reunión canónica del cabildo parlamentario del PP en San Millán, se hubieran producido vísperas del 19 de julio la casualidad habría sido el detonante de la crítica fácil y de las conexiones indeseables que se hacen a una derecha con mayoría absoluta que ha de hacer algunos gestos, unos pocos, para recordarles a bastantes de sus electores, no a todos, que su victoria tiene color nacional y que no va a pedir perdón a nadie por ello. Si, además, se avecina el congreso del PSOE, provocar un par de buenas noticias a la semana para que lo otro pase inadvertido, como las falaces bajadas de la temperatura que hubo ayer, parece casi una obligación.

Vicent.Franch@uv.es

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