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Un historiador concienzudo y perspicaz

Un historiador es un personaje extrañado por la vida cotidiana, ninguneado por la vida administrativa y reclamado por la intensidad política, si llega el caso. La historia es, como el presente, compleja, panorámica o circunspecta, maleable o saludable según cada cual y sus circunstancias, llena de aristas en las que esculpir un discurso y un argumento razonable o irracional (de todo hay en los libros de texto).Manuel Montero (Ea, 1955) es historiador, es decir, intérprete del pasado, bajo el tamiz del rigor de la evidencia. Pero además ha alcanzado un estatus singular, el de cronista histórico, es decir, alguien capaz de romper los intralenguajes, los círculos concéntricos, los mundos interiores hasta acercar a la inmensa minoría el detalle histórico, el balance cercano del pasado, la historia como referente inmediato.

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De pronto, la historia se ha convertido en elemento arrojadizo, en arma cargada de presente por obra y gracia de la política más perversa, hasta desvirtuar un debate necesario. No se trata tanto de saber si la historia desde Cataluña, Andalucía o el País Vasco es más o menos veraz o completa que la historia nacional como de preguntarse si la historia general es en sí misma adecuada para la educación general.

Contaba recientemente Rosa Montero en este periódico que la Unión Europea encargó un resumen de la historia de Europa a un colectivo de historiadores (representantivos de la UE) y que nunca se hizo porque fueron incapaces de ponerse de acuerdo.

Manuel Montero es un historiador concienzudo y perspicaz. Reúne las dos miradas, la que apunta a los adentros del acontecimiento y la que se fija en los contornos del dibujo, para que no falte de nada.

La Universidad, que le hizo historiador, le ha robado una parte de su trayectoria. Ahora como rector estará necesariamente más apegado al presente, como obligación, y al futuro, como perspectiva. Un guiño del destino. Un historiador obligado a investigar entre las previsiones del futuro.

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O quizá el guiño sea más sensato de lo que parece y la historia (el vicio histórico) permita disponer de un poso razonable ante la necesidad de crear nuevos proyectos, nuevas expectativas, nuevos retos.

A Manuel Montero muchos le reconocerán en la interpretación histórica (la recreación es siempre interpretación) de lo cercano: de la Euskadi industrial, del movimiento obrero, de la vida y obras cotidianas de este país, de Bilbao, y sus etcéteras. Pero es mucho más: una vocación histórica imperturbable, un deseo por solidificar los fundamentos de nuestros aciertos y errores. Más allá del Rectorado, una tarea para la historia.

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