5.000 personas acompañaron en su dolor a los padres de los adolescentes muertos en Soria
La Reina y un centenar de psicólogos intentaron en vano consolar a los familiares de las víctimas del siniestro de Golmayo
Uno a uno, los coches fúnebres fueron dejando los féretros en el fondo del campo de fútbol, alineados sobre el césped y cubiertos de flores. Detrás estaban los sacerdotes; en las gradas, el público en silencio. No había llegado aún la Reina cuando se escuchó un grito desgarrador, de mujer. Los ojos de las 5.000 personas que casi llenaban el campo de Los Pajaritos se volvieron al túnel de vestuarios. De allí salían, apoyados sobre los psicólogos, sin fuerzas siquiera para llegar junto al altar improvisado, los familiares de 24 de las 28 víctimas del accidente del jueves en Soria. Luego llegó la Reina. Doña Sofía, de luto riguroso, pasó frente a los familiares, parándose junto a cada uno, acariciándoles los rostros y besándolos. Una tarea que ya había ensayado toda la madrugada un centenar de psicólogos. La imposible tarea del consuelo.Una hora más tarde, cuando ya los curas habían terminado el discurso de la esperanza y las autoridades se marchaban tras la Reina, se produjo el momento más terrible. Como si se despertaran de un letargo impuesto por el cansancio, el sol que caía a plomo, la presencia de tantas autoridades y la solemnidad de la liturgia, los familiares se levantaron a una y se dirigieron, instintivamente, hacia los féretros. De nada sirvieron los intentos de los psicólogos por contenerles, de los voluntarios de la Cruz Roja por intentar evitar el fatal encuentro. Tampoco había llegado antes el consuelo de las palabras de monseñor Francisco Pérez, el obispo de Osma-Soria, quien, tras una homilía muy fría, sólo se acercó a los parientes para darles la comunión. Ellos querían estar otra vez con los suyos y así lo hicieron. Buscaron en los ataúdes las placas con el nombre de su hija, de su hijo, de su hermana. Los encontraron y lloraron sobre ellos, abrazados, unos sobre otros, todos sobre el dolor. Sólo se oían sus lamentos, ni siquiera acallados por la hélice del helicóptero de la Reina que se iba.
Y de nuevo la misma escena. El peregrinaje hacia el túnel de vestuarios, apuntalados por una legión de asistentes. A cada familiar que conseguía llegar al lateral del campo lo despedía un aplauso cerrado, convirtiéndole en héroe del nuevo estadio del Numancia. Un aplauso distinto al que premia a los héroes efímeros de una tarde de fútbol. Un aplauso al valor de seguir en pie, enfrentándose a la vida, después de haber perdido a una hija de 14 años o a un chaval de 15.
Hasta el estadio del Numancia se acercaron ayer, además de la Reina, los duques de Soria -doña Margarita de Borbón y su esposo, Carlos Zurita-; los presidentes de Castilla y León y de la Generalitat de Cataluña, Juan José Lucas y Jordi Pujol, respectivamente, así como la ministra de Educación, Pilar del Castillo, y el titular de Administraciones Públicas, Jesús Posada.
La presencia del presidente del Gobierno, José María Aznar, no se produjo finalmente, aunque se rumoreó durante toda la mañana que tenía previsto acercarse a Soria para acompañar a los familiares. Sí envió un telegrama de condolencia, al igual que el Papa Juan Pablo II.
La actividad de Soria se paró ayer. Muchos vecinos se acercaron al estadio con el mismo recogimiento que hubieran empleado para despedir a un pariente cercano. Sus vestidos de domingo contrastaban con la indumentaria improvisada de los familiares. Algunos de los que llegaron de madrugada a Soria procedentes de Barcelona asistieron al funeral en sandalias, pantalones cortos, ropa vaquera. Habían sido arrancados la tarde antes de su cotidianidad e introducidos de golpe en su peor pesadilla. ¿Cómo se iban a vestir de luto si no sabían que iban al entierro de los suyos? El mismo contraste que refleja un campo de fútbol convertido en catedral. El amarillo de los voladizos, las vallas publicitarias apresuradamente tapadas con papel de estraza, césped en vez de mármol, gradas rojas en vez de reclinatorios; en lugar de un retablo, una portería.
Nada más terminar el funeral, y una vez que los familiares se separaron a duras penas de los féretros, los 24 vehículos mortuorios irrumpieron en el césped del estadio para recoger los ataúdes. Ya fuera se formó una comitiva que, escoltada por motoristas de la Guardia Civil, se dirigió hacia Cataluña. Una comitiva muy distinta a la que sólo unas horas antes, sobre las cuatro de la madrugada de ayer, trajo a Soria a dos centenares de padres y hermanos agarrados a una esperanza. Que Carlos esté vivo, que Sergio también, que no sea grave lo de Laura, ni tampoco lo de Oriol. A las dos de la tarde, de regreso a Barcelona, empieza el camino más difícil.
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