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'Terra baixa' en Convergència PILAR RAHOLA

Es cierto que, puestos a citar obras de Guimerà, esto de Convergència se puede parecer más a la gesta de Indíbil y Mandonio que al Manelic de Terra baixa, tan puro y tan pastor él, limpio de los efectos devastadores de esa sociedad egoísta y corrompida que le rodea. Pero una, noticia tras noticia, va oyendo cómo los buenos militantes de la cosa, limpios y puros también, levantan taciturnos las cejas y temen la llegada del llop. ¿Qué pasará cuando Pujol nos deje? ¿Habrá sang i fetge entre los dos hereus que se disputan la herencia? ¿Quedará en pie la histórica masía, testigo último de la Cataluña inmemorial? Y miren ustedes, me viene Terra baixa: el más nacional de todos los dramas nacionales, para el partido más nacional de todos los que es fan i es desfan. Convergència, algo menos que un partido, mucho más que un movimiento, pero sobre todo una catedral donde el Santo Grial de las esencias patrias es guardado, protegido y celosamente patrimonializado. Por ello la elección del líder se parece más a un cónclave papal que a una elección política: no se escoge a un político, sino al sucesor del mismísimo Moisés, a un patriarca que tenga el valor de recoger el pueblo elegido y enfrentarlo a las murallas de Jericó. Si Pujol ha hecho la travesía del desierto -y casi ha emulado en años al líder bíblico-, el próximo tendrá que ser un digno elegido del pueblo bis. Ésa es la dificultad: que mientras que los partidos vulgares escogen líderes políticos, los esenciales, los llamados a ser guardianes de la fe, tienen que escoger líderes espirituales. La patria, como bien indica la semántica, necesita patriarcas..., que sólo los traidores de izquierdas la dejan en manos de simples políticos.Y ahí están los dos, cada cual en su estilo, bien planchados para la ocasión, tan ordenadamente convergentes que sólo difieren en la pequeña tontería de ser de partidos distintos. Duran i Lleida y Artur Mas, tan preparados para el carrerón sucesorio que ya han corrido lo suyo antes de dar la salida, y eso que el gran sacerdote aún no ha bendecido la carrera... Hablemos, pues, de esta carrera que aún no existe ni nadie la corre, pero que sin embargo ya nos ha dejado la perdiz hecha un asco de tan mareada.

Primero está Pujol, que, puestos a leer la Biblia, sabe que antes de nacer la luz existió el caos. ¿Y qué mejor que el caos para activar las hormonas sucesorias del personal? Que si no se presenta, que si él no lo ha dicho nunca pero lo dicen por él, que si tampoco no lo descarta, que... Coherente con esa actitud mesiánica que ha definido su postulado por la tierra, gobernante de un partido que no debate ni discute, que sólo acata y espera, Pujol reina sobre la incertidumbre, la trabaja, la mima. Sólo los grandes autarcas del poder -y 22 años dan para mucha autarquía- consiguen ese vacío a su alrededor, caídos todos los coroneles, elevados a categoría los sargentos, abducidas todas las iniciativas que no parten del único que toma iniciativas. Si Convergència tiene un problema relevante con la sucesión se debe en una parte sustancial a ese mesianismo pujolista que todo lo ha absorbido y que nada ha permitido crecer. Como De Gaulle y algunos otros, esos napoleónicos de sí mismos gustan de pensar que después de ellos no hay nadie, sólo está el abismo. Que ya dijo Silvia Plath que la perfección, ese monstruo, no puede tener hijos...

Pero la biología es tan sorprendente que hace crecer la hierba allí donde cada día se pasa la segadora, y así ha nacido Duran i Lleida, a cobijo del cortante porque ha llegado con prado propio. En su caso, la carrera por la sucesión casi empezó antes de nacer, justo cuando la tieta, niño en brazos, aseguró que era el más guapo. No sé si Pujol estaba preparado para ambición tan pura y tan bien planificada, pero lo cierto es que ha permitido que su caché creciera a expensas de los propios, a través de un partido que ha compartido con Convergència el poder pero nunca el desgaste que el poder significaba. Así Duran ha podido salir en la foto durante años y años, cual Job paciente, sin mácula alguna -lástima de esas minucias de Trabajo...-, dejando que fuera Convergència la que convergiera en los escándalos y en los patinazos. Podríamos decir que, después de la Monarquía, es quien se ha trabajado más y mejor al planeta mediático. ¿Ideológicamente? Todo en orden: centralidad nacional -es decir, vivir de la reclamación nacional, pero sin que la nación se mueva del mapa-, centralidad moral -o de cómo volver a las cruzadas cristianas sin que se note demasiado- y centralidad social -es decir, derecha, derecha, derecha-. ¿Puede ganar? Creo que no porque creo que Pujol prefiere al sobrino disciplinado que ha ido tomando el café de los domingos con la Marta, antes que al pariente rico sobrevenido de las Américas.

Y con esas llega el sobrino y desenfunda el fusil. Artur Mas ha empezado la carrera. Entiendo que corra, puesto que Duran lleva años corriendo, pero sorprende que se acelere de golpe. ¿Qué está pasando? Pues que están aflorando con rapidez las familias silenciadas, y las contradicciones, con la losa del pacto con el PP a las espaldas, son cada vez más pesadas. Mas tiene que correr porque el otro le lleva ventaja, pero sobre todo para atar antes que nada se desate, para controlar antes que se descontrole y para demostrarle al jefe que él puede ser tan autarca como el patriarca. Un partido que no ha sido partido, sino movimiento, no puede digerir de golpe la dialéctica. Que quien vive de las esencias, y no de las ideas, no puede tener debates sin evitar la descomposición...

¿Quién ganará? Ésa es la ventaja, que ya lo suponemos. Ganará quien Pujol quiera porque ¿qué sentido tendría haber mandado tanto, si uno no manda después del mandato? Quien ejerce el poder como lo ha ejercido Pujol, no deja su sucesión en manos del vulgar. Que una cosa es que el pueblo sea el elegido, y otra que al elegido lo elija el pueblo...

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