¿Adolescencia irresponsable? JOAN SUBIRATS
Los comentarios de café entre padres y madres de adolescentes derivan a veces hacia los complicados procesos de iniciación sexual de los quinceañeros. Los tópicos, la rumorología o una variada colección de anécdotas nutren esas tertulias. Entre los tópicos destaca el que reza que por mucho que les cuentes y les expliques, sólo su propia experiencia les acabará guiando y sirviendo. Entre los rumores sobresale el que afirma que "ahora empiezan mucho antes". Las anécdotas se nutren de conversaciones pilladas al vuelo sobre discotecas de tarde sólo para 14-16 años o de los temibles impactos que sobre el rendimiento en los estudios tiene el despertar de otros apetitos en esas franjas de edad, todo ello adornado con el inevitable comentario sobre el derroche telefónico.Debido a la aceptación inconsciente de una invitación para que participara en unas jornadas sobre sexualidad y anticoncepción en la adolescencia, mi información ha aumentado notablemente. Y las noticias no son del todo buenas. Por un lado, las estadísticas disponibles no indican avances significativos en la edad en que se producen las primeras experiencias coitales. La edad media de las primeras relaciones se sitúa entre los 15 y los 17 años. Tampoco hay datos que nos indiquen que haya aumentado el número de embarazos no deseados en jóvenes menores de 19 años. Más bien ha descendido, aunque sí han aumentado notablemente los abortos. En España las cifras indican que unas 18.000 españolas menores de 19 años se quedan embarazadas sin desearlo. Eso representa algo más de un 8 por 1.000 de las jóvenes de entre 15 y 19 años. Muy por debajo del casi 30 por 1.000 británico, pero muy por encima del 4 por 1.000 holandés y algo superior al 7 por 1.000 francés.
En Francia han decidido intervenir de manera drástica desde el año pasado; las enfermerías de los centros de secundaria franceses disponen de la píldora poscoital, también llamada "del día después". La ministra Royal precisó, ante la alarma de algunos sectores, que sólo se les proporcionaría a los estudiantes la píldora en el instituto si la atención inmediata en un centro sanitario no fuera posible. Esas medidas se añaden a las más de 30 horas anuales de educación sanitaria y a una guía de la contracepción que se distribuyó este año en todos los institutos. El éxito del programa holandés se basa en el clima abierto y laico de la educación sexual que se ofrece a los niños y jóvenes holandeses desde los 11 años, y en las grandes facilidades que se dan a los menores para acceder a cualquier método anticonceptivo. En Holanda todos los profesores de biología del país disponen de un maletín en el que se exhiben todo tipo de preservativos femeninos y masculinos, y cuentan incluso con un minicomputador que analiza la orina para la prueba del embarazo.
Las cosas en este país no son ni mucho menos así. La falta de información es aún muy significativa. Si las enfermerías en los institutos brillan por su ausencia, no digamos las pastillas del día después. Son excepción los centros escolares que ofrecen información explícita, no sólo teórica, sobre el tema, con demostraciones de, por ejemplo, cómo colocar los preservativos o qué hacer y adónde acudir si se tienen dudas sobre posibles embarazos no deseados. Los servicios sanitarios públicos, con poquísimas excepciones, tratan de quitarse de encima ese tipo de problemas típicos del fin de semana, aludiendo a que la cuestión no es urgente o que no quieren correr riesgos ante posibles actuaciones a posteriori de los progenitores. Al mismo tiempo, esos centros mantienen escrupulosamente la obligatoriedad de registrar todos los datos del menor, no dándose la mínima sensación de empatía ni de respeto a la intimidad. En Holanda la ley exime de la obligatoriedad de informar a los padres si se entiende que esa información puede perjuidicar al menor. Son pocos los lugares, como el Centre Jove d'Anticoncepció i Sexualitat de la calle de la Granja, de Barcelona, que dispongan de un servicio especializado y plenamente respetuoso con la confidencialidad que se requiere para un colectivo que vive con gran desasosiego esas primeras experiencias. La información que dan es muy completa, explícita y sin tabúes. Se les requiere cada vez más desde centros educativos, pero no con la frecuencia que sería deseable, y confiesan que reciben a muchas personas derivadas o desencantadas por la manera como se les ha tratado en los centros sanitarios públicos.
La cosa no es mejor, sino peor, si nos referimos a la posibilidad que pueden tener las adolescentes de interrupción voluntaria del embarazo. Son varias las comunidades autónomas de España en las que no es posible practicar un aborto en un hospital público ya que los médicos se niegan a ello, poniendo por encima el derecho a la objeción de conciencia individual que el derecho a la asistencia les piden las personas que desean interrumpir el embarazo. En Cataluña, que es la comunidad con más hospitales públicos que practican abortos, la sanidad pública sólo paga el 22% de estas intervenciones. Si unimos estos elementos de carácter general a la propia condición de adolescentes a la que nos referimos en este artículo, deduciremos la dificultad sobreañadida del asunto.
Se habla mucho de la irresponsabilidad de los adolescentes. En muchos servicios sanitarios se menciona que muchos adolescentes practican el sexo sin protección y luego, ante el miedo posterior, acuden lloriqueando diciendo que se les ha roto un preservativo que nunca habrían usado. En las jornadas que he mencionado, el jefe del servicio de obstetricia y ginecología de un prestigioso hospital de Barcelona afirmó que los análisis que habían llevado a cabo confirmaban que más de un 90% usaban preservativos. Esa misma conclusión se desprende de las estadísticas más serias al respecto. Lo que falta es más información explícita, mayor facilidad y diversidad de acceso, y mayor respeto a la intimidad, y ello exige que nos pongamos las pilas al respecto. Es evidente que la adolescencia es una etapa de grandes cambios, entre los que destaca la voluntad de poner a prueba una potente sexualidad antes quizá de que el desarrollo psicológico se haya completado. En ese contexto, no podemos, como de hecho se hace, poner al alcance de los jóvenes cada vez más libertad y lanzarles imágenes, filmes y demás incentivos para que disfruten sin complejos de su sexualidad, y luego no darles el apoyo para que ello se haga en condiciones y con responsabilidad. Ésa sí es una irresponsabilidad, y no precisamente achacable a los adolescentes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.