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EUROCOPA 2000

El triunfo de la perfidia

Italia alcanza la final al 'catenaccio' ante una Holanda que falló dos penaltis durante el partido y otros tres en la tanda

Santiago Segurola

Cuando se refieren al catenaccio, los italianos lo definen como un principio cuasi geniale que, por lo visto, consiste en matar a la gente de aburrimiento y en devastar al fútbol con tanta saña que no estaría mal la intervención de Greenpeace o cualquier otro organismo atento a los delitos ecológicos. A costa de una victoria que probablemente despertará todo tipo de elogios sobre la capacidad agonística de sus jugadores, Italia tiró el fútbol por la taza del water. Porque además su presupuesto ideológico tiene su punto de arranque en la inversión de la moral, de tal manera que sus adversarios se sienten culpables por no perforar su acorazadísima defensa, por fallar penaltis a troche y moche, por rematar a los palos, por jugar bien y generosamente, como hizo Holanda hasta donde le resultó posible. Lo único que se desprende de partidos como el de ayer es que el fútbol y los valores éticos están peleados, y que a esa conclusión diabólica han llegado los italianos hace mucho tiempo. Cuando los jugadores holandeses llegaron a la tanda de penaltis, se sabían derrotados. Se les veía la derrota en su rostro, en el desánimo que les había provocado su inútil insistencia por ganar. Antes de ganar en los penaltis, los italianos ya habían vencido. Habían alcanzado la orilla con el 0-0, el único resultado por el que pelearon. Entre un equipo que había conseguido su objetivo y otro que se sentía rechazado por la misteriosa alma del fútbol, no había otra consecuencia que la victoria italiana. Así fue.Tienen suerte los italianos de no encontrarse con adversarios que prediquen la misma idea cuasi geniale del juego. Para que exista el catenaccio tiene que haber otro equipo que se niegue a aceptarlo. Lo más mezquino del punto de vista italiano no es su renuncia a la creatividad, al juego de ataque, a la gloriosa posibilidad de una derrota por un rapto poético. Lo peor es su descaro para parasitar a sus adversarios, para aprovecharse ladinamente de todo lo noble que tiene el fútbol. Y con todos los defectos que se quieran, pocos equipos como Holanda para asumir el juego como algo festivo, agradable, querido. Pero no estúpido. Porque el famoso refinamiento defensivo de los italianos no supera un análisis elemental. Si para ganar un partido dispones de una oportunidad -la que estuvo a punto de concretar Delvecchio en el último minuto- y concedes media docena de ocasiones igual de claras, es que algo falla en la lógica italiana.

Estos maestros del arte defensivo han recibido un promedio de casi 20 remates por partido. A la luz de los datos, se trata de una selección sostenida en gran medida por el azar. Después de recibir tres tiros al palo, ayer admitió el cuarto frente a Holanda. Y no tras la expulsión de Zambrotta. El remate de Bergkamp se produjo en el comienzo del encuentro, lo mismo que un tiro cruzado de Kluivert que se escapó a dos dedos del palo, lo mismo que una vaselina del mismo Kluivert.

Italia no remató en todo el primer tiempo. Ni tuvo la intención de hacerlo. Ni con once jugadores, ni con diez. Tras la expulsión de Zambrotta, el equipo se encontró con la excusa perfecta para proseguir su obra cattenacista. Ya podía proclamar a los cuatro vientos que no había más remedio que arracimarse en su área y aguantar el chaparrón. Pero no había excusa posible.

Durante la primera media hora, Italia no se acercó jamás al área. Algo quiso decir la jugada inicial. Sacaron los italianos, recibió el balón Di Biagio y lo lanzó deliberadamente fuera de banda. Semejante grosería sólo podía significar el regreso italiano a la caverna, a la clase de fútbol que tanto daño hizo en el final de los años 60 y en la década de los 70. Ocurrió además frente al país que había rescatado al juego de la miseria con el Ajax de Cruyff y la Holanda que deslumbró al mundo en los 70. Esta Holanda no tiene la misma categoría, pero mantiene muchos de sus viejos principios a través de un hilo invisible que permite la existencia de gente como Kluivert, Overmars o Bergkamp. Y sobre todo, que permite pensar en el fútbol como un universo feliz. En el otro lado, esta Italia se ha instalado en un orden represivo, desagradable excepto para los cínicos.

Holanda, que terminó por reprocharse sus numerosos errores, debió llevarse el partido hasta con comodidad. Siempre jugó razonablemente bien, y a veces muy bien. Tuvo paciencia y no le faltaron oportunidades. Dos penaltis, por ejemplo. Un tiro al palo. Llegadas constantes al área. Una sensación aplastante de poder sobre un rival que se atrincheró y confió a partes iguales en el azar y en las distracciones que suelen cometer los equipos desesperados. Pero tampoco en este capítulo se equivocó Holanda. Siempre jugó con paciencia y criterio, quizá sin el filo necesario para tumbar a una selección que, a la vista de lo sucedido, sólo tendrá un objetivo: profundizar en su principio cuasi geniale. Y al fútbol, que le den.

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