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EUROCOPA 2000

Zidane resuelve a la hora de la verdad

Francia alcanza la final tras tumbar a Portugal en el segundo tiempo de la prórroga con un penalti de oro

José Sámano

Tras un duelo más deslucido de lo vaticinado por la cicatería portuguesa, Francia se metió en la final de la Eurocopa al acertar Zidane con un penalti en el último tramo de la prórroga. Una jugada discutidísima por los portugueses, que terminaron zarandeando al trío arbitral, con el estadio y el césped convertido en una caldera de pasiones. Lo cierto es que Abel Xavier, con un manotazo inocente que pilló uno de los líneas, despidió del torneo a un equipo que en su gran día no tuvo el vuelo de otras ocasiones. Jugó con el freno de mano echado y sin apelar demasiado a los atributos que le han caracterizado. Cambió su fisonomía y lo pagó caro, aunque fuera en el último tramo de la prórroga y de penalti.De entrada, los dos equipos apostaron por su envase más rocoso. Humberto prescindió de Paulo Bento y Paulo Sousa para dar más correa al centro del campo con Costinha y Vidigal. Francia se inclinó por los tres pretorianos -Vieira, Deschamps y Petit- y sentó a Djorkaeff. El encuentro partió con un aire menos seductor de lo pronosticado, sobre todo por parte de los portugueses, que se equivocaron al querer dirimir la batalla en un cuerpo a cuerpo con los franceses. Una faceta del juego que Francia domina como pocos, porque es un equipo que, además de presumir de Zidane, tiene una extraordinaria consistencia física y táctica. La tacañería portuguesa hizo que el juego se convirtiera en un laberinto y el choque tardara demasiado en despeinarse.

Las primeras noticias no presagiaban nada bueno para los portugueses, a los que nada beneficia que Abel Xavier cope todos los planos. Incapaz de abrir la muralla francesa, Portugal se sentía nublada para atajar hacia Barthez. No tenía los artistas adecuados y como sus defensas no son malabaristas con la pelota, el grupo se sintió desnudo. Las broncas constantes de Figo y Rui Costa a su tropa evidenciaban la incomodidad de un equipo cuyo oxígeno es la pelota. Francia, más habituada a fundir los partidos desde la media cancha, ofreció un perfil mejor.

Justo cuando Zidane empinaba su duelo con Figo, una trompicada jugada de Sergio Conceiçao desembocó en un zurdazo desde fuera del área de Nuno Gomes que dejó boquiabierto a Barthez. En su primer remate, Portugal logró el sedante que necesitaba. En este campeonato ha encontrado a su Paolo Rossi particular.

Por unos instantes, el gol de Nuno Gomes, el cuarto que logra en el campeonato, equilibró ligeramente el encuentro. Figo y Rui Costa se sacudieron el polvo inicial y apechugaron con todo el juego portugués. El azulgrana se descolgó del carril izquierdo, donde Thuram no da paso con facilidad, y se enquistó entre líneas, con su socio Rui Costa. Una maniobra que complicó un tanto la vida a Deschamps y sus guardianes. Por primera vez en el torneo, Francia perdía la delantera en el marcador.

El primero en reaccionar fue Zidane, que multplicó su presencia. El marsellés está para todo, jamás pierde la cara al partido, ni en las buenas ni en las malas. Sin un punto de impaciencia dio a su equipo la cadencia necesaria. Zidane tutela el juego como nadie, controla todas los rincones del campo, sabe cuándo acelerar y cuándo parar. Es un satélite para sus compañeros, que le tienen una fe ciega, porque le dan todos los recados y nunca defrauda. Tiene una mente privilegiada y con la pelota cosida al pie es una enciclopedia: la acuna como pocos, tira del tacón cuando es necesario, tiene un amplísimo repertorio de amagues y el corpachón suficiente para acorazarse. De los pies a la cabeza es el mejor de la Eurocopa. Y del planeta.

A partir de Zidane, Francia fue levantándose al mismo tiempo que Portugal daba un paso atrás, sin voluntad alguna por exponer nada. Una zancadilla para sus defensas, que no forman, precisamente, la mejor línea del equipo. Henry y Anelka les desenmascararon en más de una ocasión. Como en la jugada que originó el gol de Henry, discurrida por un gran desmarque de Anelka en diagonal dentro del área. El madridista conquistó la pelota, se frenó, amortiguó la embestida del defensa con su cuerpo y se giró para advertir la presencia de su compañero, otro de los goleadores enchufados del torneo.

El tanto de Henry justificó la mejor versión francesa durante toda la noche. Con un fútbol más envolvente y aprovechando a la perfección sus infinitos recursos, Francia siempre estuvo varios escalones por encima. El grupo de Humberto, demasiado encogido, se limitó a ponerse en manos del destino, al que suplicó que alguna pelota cayera a pies de Figo. Solidario como siempre, el azulgrana no encontró muchos apoyos. Frente a Francia nada es sencillo, ni siquiera para Figo, que algo más ofuscado que otras noches, decidió ponerse el mono con un voluntarismo fabuloso.

Pero Portugal se sostuvo como pudo hasta el final. Baía acertó en un par de jugadas y la noche graduó al máximo su intensidad. Incluso, de forma inmerecida, en su único remate del segundo tiempo, ya en el último suspiro, Portugal estuvo a punto de vencer con un cabezazo de Abel Xavier que Barthez desvió a córner.

La meritoria acción de Barthez condujo a la prórroga, un hervidero para cualquier equipo, máxime con ese premio del gol de oro, que amplifica la lotería del fútbol y borra de un plumazo todo lo sucedido con anterioridad. Todo parte de cero y unos y otros cruzan los dedos. Y el gran duelo terminó como empezó, con una tropelía de Abel Xavier que desterró a su equipo del torneo y agitó los nervios y llantos de los lusos. Un acción que hizo justicia al pagano fútbol portugués, que trastocó su rol en el torneo de forma innecesaria.

En la hora de la verdad, Zidane no falló el penalti y su equipo, fiel a sí mismo, está a punto de marcar una época.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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