México: democracia y burocracia
Las elecciones mexicanas del 2 de julio son singulares por dos razones. La primera es el sentimiento muy extendido de que las puede ganar un candidato de oposición, Vicente Fox Quesada, candidato por el Partido Acción Nacional, con lo que se rompería la continuidad en la presidencia por más de 70 años del mismo partido, el actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), heredero del Partido Nacional Revolucionario, creado en 1928 por Plutarco Elías Calles. La segunda, quizá menos llamativa, pero de cierta importancia política, es el dominio de la agenda electoral por la cuestión de esa posible alternancia, con un relegamiento absoluto de las propuestas políticas concretas de los distintos candidatos.Se puede entender que sea así, desde luego: 70 años son demasiados para casi todo, y no deja de ser curioso que el PCUS desapareciera tras cumplir 74 años en el poder. Por otro lado, el PRI en el Gobierno ha dado serios disgustos a los mexicanos, no siendo el menor la desastrosa devaluación con la que comenzó el sexenio del actual presidente, que hundió la economía por dos años. A su vez, esta crisis -cuyos efectos sobre otras economías, como la argentina, se denominaron efecto tequila- venía a confirmar la supersticiosa creencia en una maldición del final del sexenio, que condenaría a los mexicanos al desbarajuste económico al final de cada periodo presidencial. El malestar creado por la devaluación de 1994-95, más la culpabilización del presidente Salinas, llevaron a Cuauhtémoc Cárdenas, rival de Salinas en las elecciones de 1988, al Gobierno del Distrito Federal en 1997, tras una victoria arrolladora sobre el candidato del PRI en las primeras elecciones convocadas al efecto (hasta ese momento, el regente del D.F. era nombrado por el presidente).
Pareció así posible que el 2000 fuera el año en que Cárdenas obtuviera al fin la satisfacción que se le había negado en 1988 -mediante el fraude, según opinión muy extendida- y en 1994, cuando en un clima económico triunfalista (por la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos) y en medio de graves incertidumbres (la insurrección de Chiapas y el asesinato del candidato oficial, Luis Donaldo Colosio), los mexicanos prefirieron jugar sobre seguro y dieron una clara victoria al sustituto de Colosio, Ernesto Zedillo Ponce de León. Sin embargo, las cosas ahora no parecen ir por ahí: una gestión poco brillante y demasiado breve en el D.F., más una aureola de perdedor que el triunfo de 1997 no logró compensar, han ido postergando a Cárdenas en las expectativas de los electores y poniendo en el primer plano de la oposición a Vicente Fox, un personaje populista y desmesurado, ajeno a la tradición política del PAN que tan cuidadosamente ha estudiado Soledad Loaeza (El Partido Acción Nacional: la larga marcha, 1939-1994).
Tras una prolongada serie de reformas electorales, y la construcción de una compleja y cara institucionalidad para garantizar la transparencia de los resultados electorales desde el Instituto Federal Electoral, existen casi todas las condiciones para que sea posible la alternancia, y las encuestas han ido mostrando, además, a Fox acortar la distancia que le separaba del candidato del PRI, Francisco Labastida, que se benefició inicialmente de haber sido seleccionado en unas multitudinarias elecciones primarias, rompiendo con la tradición del destape presidencial. El resultado no deja de ser llamativo: en un espectacular giro hacia el posible vencedor, intelectuales y políticos que habían apoyado anteriormente a Cárdenas o al PRI se han pasado con armas y bagajes al carro de Fox, afirmando que el bien supremo de la alternancia todo lo justifica.
Fox, por supuesto, ha favorecido por todos los medios la tendencia a postergar las diferencias programáticas con tal de sacar al PRI de la presidencia, ofreciendo incluir en su Gobierno a gentes de todos los colores políticos y hacer suyo el programa del PRD cardenista. Las contradicciones de esas propuestas no parecen preocuparle, y a sus nuevos conversos (desde la izquierda) tampoco les quita el sueño que Fox sea enemigo del aborto, considere degenerados a los homosexuales o posea una trayectoria muy poco adecuada para poner el combate contra la pobreza en el centro de sus preocupaciones. Con tal de que se produzca el milagro de ver al PRI fuera de la presidencia, lo demás es secundario.
Quizá por ello, ni Fox ni sus seguidores parecen reparar en que el problema fundamental de México en estos momentos no es la democratización del acceso al poder, sino la burocratización de su ejercicio, en la oportuna distinción de Sebastián Mazzuca. La alternancia dejaría intactos algunos rasgos insostenibles del funcionamiento del poder en México: el uso clientelar del empleo público, la discrecionalidad de los funcionarios -que abre la puerta a la venalidad-, la inseguridad jurídica y práctica de los ciudadanos frente a la Administración. La salida del PRI de la presidencia crea demasiadas expectativas que no puede satisfacer: en este campo, por ejemplo, Fox ha prometido no tocar los niveles inferiores de la Administración, lo que es buena táctica electoral y revela sensibilidad social, pero no augura grandes reformas.
Quizá sea necesario un cambio en la titularidad del Gobierno federal para que la política mexicana se centre en la discusión de las políticas concretas. Y puede que sea necesaria la derrota del PRI para que comience a disiparse una áspera cultura del antagonismo que justifica todo lo que se haga contra el Gobierno (un excelente ejemplo es la pasividad que ha permitido a un minoritario comité de huelga paralizar durante meses la Universidad Nacional). Pero lo malo de la democracia es que no pueden garantizarse los resultados electorales, y una victoria de Labastida, una nueva victoria del PRI, no sólo crearía una fuerte frustración en la oposición -que ha hecho declaraciones insensatas condicionando la aceptación de los resultados-, sino que pospondría nuevamente el debate sobre los males de México, en eterna espera de una alternancia mitificada.
Ludolfo Paramio es profesor de investigación en la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.