"Este penalti lo tiro yo"
Mendieta disfruta de un carácter ganador que le lleva a asumir responsabilidades como la de lanzar la pena máxima ante Yugoslavia
El penalti lo tira quien más fresco esté, física y mentalmente, había advertido el seleccionador, José Antonio Camacho. Llegado el minuto 92 del partido ante Yugoslavia, Gaizka Mendieta corrió a por el balón, miró a los ojos a Guardiola y a Raúl -los jefes del grupo en ausencia de Hierro- y los vio asentir. No se oponían. Puso el cuero en el punto blanco y quizá entonces se acordó de Oleg Salenko, aquel goleador ruso que le enseñó en el Valencia a lanzar los penaltis de esa manera: "Te esperas a que se caiga el portero y la colocas al otro lado", le había dicho. Gaizka lo aprendió perfectamente, como se observa en una fotografía del penalti tomada desde detrás de la portería que publicó ayer el diario As: Mendieta, a punto de disparar, está mirando fijamente a Kralj, a la espera de que éste se eche a tierra. La mirada de Mendieta tiene algo especial, según uno de los médicos que lo ha atendido en su carrera. Es la mirada de un ganador. No está ni especialmente rápido, ni especialmente fuerte. Pero sí posee la mirada afilada, la misma que aparece en los ojos de Raúl en las grandes citas. El pasado 27 de marzo, Gaizka debutó con la selección española en Mestalla ante Austria -a la que vapulearon 9-0-, y ese mismo día cumplió 26 años. Demasiadas coincidencias. Un magnífico presagio. Desde entonces ha sido 16 veces internacional y ha marcado tres goles. Ha subido peldaño a peldaño. En silencio. Con mucho respeto. Dentro de poco será el capo de la selección, aseguran quienes lo conocen bien.A Mendieta le gusta asumir responsabilidades. Pero sin atropellar a nadie. No es aquello de Farinós, que en uno de sus primeros partidos en Primera forcejeó por el balón con el Burrito Ortega para lanzar un penalti. Gaizka guarda los tiempos. Lo hizo en el Valencia: primero se ganó el derecho a ejecutar las faltas; después, los penaltis. Y lo está haciendo ahora con España. Aprovechó que había muchos suplentes en el reciente amistoso ante Luxenburgo para encargarse de una falta y marcar. Ante Yugoslavia ya se atribuyó esta faceta. Pero también los penaltis, puesto que ni Guardiola ni Raúl parecieron querer comerse ese marrón el miércoles en Brujas.
Su manera de tirar los penaltis es la más arriesgada posible: se lo juega todo a una carta, la de engañar al portero, y pone el corazón en un puño a sus seguidores, que van en aumento. No es más que el reflejo de su fortaleza mental y de su madurez. "No es un farol. Es una especie de penalti a lo Panenka", comenta uno de sus allegados, que recuerda los dos penaltis que ha fallado hasta el momento: uno ante Stelea en Salamanca hace dos años y otro en la pasada campaña ante el Racing en Mestalla. Gaizka siempre ha sabido lo que tenía que hacer en el fútbol. Otra cosa es que no supiera cómo. De ahí que empezara a fijarse. Aunque comenzó más bien tarde, a los 15 años. Hasta entonces había jugado al baloncesto, al balonmano, pero sobre todo se había dedicado al atletismo, en lo que sobresalía especialmente.
El fútbol lo miraba de soslayo hasta que cierto día, a los 15 años, participó en un entrenamiento que dirigía su padre, Andrés, en un equipo de la Primera Regional castellonense, el Oropesa. El tiempo libre que le dejaba el atletismo, lo empezó a emplear en el fútbol. Sus compañeros en el Oropesa esperaban al partidillo del viernes para caer en el mismo equipo que aquel chavalillo rubio, que ya se salía con los abuelos de 30 años. Le tramitaron la ficha y el Oropesa, complacido con su rendimiento, le dio un vale de 5.000 pesetas para que se comprara unas botas. En esos instantes tomó una de las decisiones de su vida. Había unas botas de 8.000 pesetas y otras de 11.000. Le pidió a su padre las más caras, asumiendo en ese momento que se dedicaría profesionalmente al fútbol. Ese año ya se vinculó al Castellón infantil y tres años después llegaría al Valencia, donde Héctor Núñez lo hizo debutar en Mestalla. Tenía 18 años.
Desde ese día, Mendieta pasó por una travesía del desierto en el Valencia. Jugó intermitentemente. Fue tratado como un jugador vulgar, que es lo que parecía. Pero aguantó. Tragó con muchos desprecios. El de Guus Hiddink, por ejemplo, que lo devolvió al filial valencianista. Carlos Parreira lo recuperó como lateral derecho para el primer equipo. Allí actuó con Luis Aragonés y con Valdano, hasta que Claudio Ranieri, por pura chiripa, lo situó donde empezó con 17 años en el Castellón: en el centro del campo. Y disparó su progresión. Se convirtió en una esponja, en el gran aprendedor: las faltas de Mijatovic, los penaltis de Salenko, el equilibrio mental de Zubizarreta,... No se le escapaba detalle. Fue camino del liderazgo del Valencia del mismo modo que ahora va del de la selección. Firme pero silencioso.
Ha vivido dos temporadas tan apasionadas como extenuantes: ha logrado una Copa del Rey, un subcampeonato de la Liga de Campeones, está en la Eurocopa y firmó un contrato millonario con el Valencia tras rechazar una oferta del Real Madrid. Entre medias, más de 130 partidos disputados. Suerte que la música, el rock sobre todo, le permite desconectar del fútbol. Y suerte que una lesión en los gemelos en mayo pasado lo tuviera un mes de descanso obligado: un tiempo excelente para que haya llegado mentalmente a punto a este torneo.
Tras la Eurocopa, Gaizka quiere irse de vacaciones con su novia a donde no lo conozca nadie. Que no le pase lo del año pasado, cuando en el aeropuerto de Nueva York se le acercó alguien y le dijo: "Te conozco, eres Michel Salgado". Y le firmó un autógrafo. Antes, eso sí, le pedirá al Valencia un poquito de compasión, que le dé un mes de vacaciones para recuperarse de estos dos años. El Valencia, en cambio, quiere tenerlo listo para principios de agosto, cuando empieza la Liga de Campeones. Y vuelta a empezar. El chavalillo rubio sigue creciendo.
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