Vivir en una isla
Las dotaciones en transporte, educacióno servicios van siempre muy por detrás de la construcción en los nuevos barrios
Aquel verano de 1995 fue muy caluroso en Madrid. Las noches de aquel verano de 1995 parecían de aceite - espesas y calientes- en Valdebernardo. Y los escasos vecinos, las familias que habían ocupado los primeros 1.000 pisos, de los 6.000 que estaban proyectados, se echaban a la calle buscando el fresco, o la compañía. Tampoco es que hubiera mucho más que buscar.-Había muchas ratas. Salíamos a dar una vuelta y veíamos ratas enormes que cruzaban las calles, que se escondían entre los escombros, en las alcantarillas todavía sin terminar... Fueron años muy duros.
Paca Bujalance, de 47 años, recuerda su primer verano en Valdebernardo, esa sensación como de vivir en un descampado. En un mundo aparte.
Paca, ahora, casi entre risas, casi como quien narra viejas aventuras, como quien recuerda antiguas batallas, habla de la desolación de las calles, de la ausencia de todo.
-Yo decía: "Madre mía. Dónde me he metido, Dios mío". Fíjese usted lo que era haber esperado durante años, haber ido pagando tus letras, tener, por fin, tu casa y encontrarte con aquella soledad.
Aquel año, en Madrid se había iniciado la construcción de 35.024 viviendas -5.000 protegidas- y se habían finalizado 14.527. Y en Valdebernardo habían empezado a entregar las promociones de Vitra, la cooperativa vinculada a Comisiones Obreras. En el barrio, previsto para 6.000 pisos, sólo se habían construido 1.000. El estallido de la PSV -tenía 27 parcelas, con un total de 3.002 pisos previstos de los que no había puesto ni un ladrillo- dejó el barrio en la más absoluta desolación.
-Teníamos miedo. No sabíamos cuándo se reanudarían las promociones de la PSV y, mientras, allí estaban las parcelas desiertas, abandonadas. Estábamos en medio de un erial. Sin nada. Abandonados como conejos.
Aquilino Gabaldón se fue allí en mayo de 1995. No había nada. Ni autobuses, ni farmacias, ni bares. Ni donde comprar el periódico.
-Hasta la basura nos la teníamos que llevar en el coche. ¿Sabe usted lo que es eso? Empezamos entonces a movernos, porque las administraciones públicas no hacen nada.
No es sólo el problema de Valdebernardo, aunque el caso PSV haya agudizado aún más los problemas. Cada año, en Madrid surgen esas islas de carencias, de abandono. En estos momentos hay suelo recalificado en Madrid para 500.000 viviendas en zonas periféricas. En ellas van a vivir más de 1,5 millones de habitantes. Y la mayoría se encontrará sin nada. Los equipamientos van después. Siempre después.
-Nosotros veníamos del barrio de Bilbao. Era un barrio muy congestionado. Y queríamos que nuestro hijo se educara en espacios abiertos, con jardines, con calles amplias...
Espacios abiertos tuvo Encarnación Ruiz. Más de lo que había pedido. Peor de lo que se había imaginado. Nunca pensó que odiaría esos espacios abiertos, que esos descampados, las parcelas desiertas terminarían por provocarle angustia, desesperación.
Héctor tiene ahora 9 años. Pero se acuerda de cuando llegó al barrio.Y eso que sólo tenía 5 años.
-¿Cómo era el barrio, Héctor?
-Había muchas vallas, de esas de las obras.
-¿Y tú te acuerdas de cuando venías a ver el piso donde vives ahora?
-Sí.
-¿Cómo era?
-Es que casi no había piso. Sólo había cosas en el suelo. Luego sí, luego sí había piso.
Ahora Héctor dice que está contento. Y que tiene amigos. Y que en su colegio se lo pasa muy bien. Y que en su clase hay 23 niños. Y niñas. Y que en el barrio hay un cine donde ponen "películas normales". Y que es mejor ver el barrio "lleno que como era antes". Héctor sabe de madrugones. Y él, a lo mejor, ya no se acuerda, pero, como no había colegio en el barrio, Héctor se levantaba a las siete de la mañana. Su madre lo recogía desmadejado por el sueño y se lo llevaba a su antiguo barrio, al cole. Ahora hay un centro escolar y dicen que van a construir otro. En Madrid había en aquel 1995, cuando Héctor llegó a Valdebernardo, 1.442 centros de educación infantil. Pero en su barrio no había nada.
Henar llegó a Valdebernardo cuando tenía 15 años. Ahora tiene 18. Henar dice que empezó a ir a un instituto en Moratalaz.
-Lo pasé mal. Yo tenía mis amigas en Getafe. Mi pandilla. Cuando entré en el instituto las pandillas estaban hechas y yo...
Henar cuenta cómo los chicos de su edad tenían que irse a la Puerta del Sol. Cómo tenían que andar hasta media hora para coger el metro. El autobús, la única línea que había, tardaba en venir. De las 146 líneas que había en Madrid, a su barrio sólo le había correspondido una. Tantos autobuses de la EMT en Madrid -1.840- y a su barrio, al principio, sólo le tocó uno. Un solo autobús que iba hasta la estación del metro más cercana, la de Pavones. Veinte búhos en las noches de la capital y a ella y a sus colegas de Valdebernardo no les tocaba nada.
A Milagros Cabezalí, su madre, el mundo se le cayó encima cuando llegó a su nueva vivienda. Venía de Getafe, del trato con los vecinos, de la farmacia al lado, del centro comercial a tiro de piedra, de la mercería de siempre, de la tienda donde comprar el cuarto y mitad de jamón york para la merienda, y se encontraba...
-Con un cementerio. Esto era un cementerio, una isla en medio de la nada, una crucifixión.
Milagros deseaba que llegara el fin de semana para abandonar aquello. Para irse al pueblo. Otros vecinos suyos los fines de semana tenían que coger el coche e irse a comprar para toda la semana: pan, detergente, aceite, leche o aspirinas.
-No había nada. Ahora ya hemos ido cogiendo cariño al barrio, pero ha costado tiempo.
Recuerda Milagros, con una cierta ternura, a la mujer que con una furgoneta les traía el pan. Primero, el pan. Luego, a medida que iba hablando con los vecinos, cargaba alguna cosa más: leche, yogures, bollos. Era su panadera de guardia.
-Fíjese si faltaban cosas que faltaba hasta la dirección.
Una tontería. Pero una tontería capaz de volver loco a cualquiera. Capaz de hacer que las cartas no lleguen, ni las notificaciones, ni la felicitación de Navidad ni el telegrama con buenas o malas noticias.
Lo malo es que no se trata sólo de los nuevos barrios, las nuevas promociones. De vez en cuando hay gentes que denuncian su soledad, su aislamiento. En Valdebernardo son casi todos jóvenes matrimonios que han tenido aquí a sus hijos. Chavales que hoy toman el metro en el mismo barrio, se divierten en los bares de su calle y van al cine de al lado.
La colonia de Mingorrubio, en El Pardo, se creó hace 50 años. Y en ella viven gentes cuya media de edad supera los 70 años. Viven también en una isla. No hay tiendas, ni panaderías, ni cines. Tienen que ir al pueblo para comprar cualquier cosa.Y tienen dos caminos. Ahora, cuentan, les quieren cerrar uno de ellos.
-Nos quieren dejar aislados.Uno de los accesos pasa junto a la Casita del Príncipe, del Patrimonio, y alguien ha propuesto hacer allí unos jardines muy bonitos. Unos jardines que nos cierran el acceso a El Pardo. Sólo nos quedaría un camino que en invierno está intransitable por el barro y la lluvia. Quedaríamos aislados. Más de lo que estamos. Dicen que todo eso depende de la Casa Real. ¿Usted cree que el Rey sabe que al hacer el jardín nos dejan encerrados?
La doctrina Álvarez del Manzano
Dicen -y, a lo mejor, hasta es verdad- que la Historia siempre se repite. La Historia, así, con mayúsculas, puede que sí o puede que no. Pero la pequeña historia se repite. Vaya si se repite. Lo de Valdebernardo fue hace unos años. Ahora aquello parece cosa del pasado. Hay problemas y carencias, pero menos. Y, poco a poco,se construyen colegios, los comercios abren sus puertas y los autobuses recorren sus calles.En la colonia de Marconi ahora los vecinos viven lo que vivieron hace años los de Valdebernardo. Son 1.000 viviendas -de las que ya hay habitadas 750- y unos 2.000 habitantes. La colonia está en medio de un polígono industrial, el de Villaverde.No hay colegios. No hay comercios. Nada. Bueno, algo sí hay: un foco de prostitución que añade nuevos problemas a los propios de una nueva colonia. Por no haber no hay ni estadísticas -¿quién se empadrona en un barrio en el que no puedes llevar a tus hijos al colegio?-. Pero sí hay un dato que expresa la juventud del barrio: hay 25 embarazadas. Dios las bendiga.
Cuando los vecinos acudieron a la Consejería de Educación para hacer ver el problema de los niños en edad escolar y del que plantearán los que tienen que nacer, se enteraron con espanto que no constaban en ningún sitio.
Les ofrecieron autocares para llevar a los niños al colegio. Pero, ¿dónde? Porque aquí, cada niño tiene su propia ruta. Cada pequeño -la mayoría, vamos- sigue en su antiguo barrio, inscrito en su antiguo colegio.
No todo son carencias. Hay que reconocer que Telefónica, al menos, se ha preocupado por su aislamiento. Les ha colocado un poste telefónico. Hasta el viernes, al menos, carecía de aparato. Pero el poste allí estaba.
A los problemas logísticos se suman otros estéticos. Las calles, antes, no tenían nombre. Hoy lo tienen, que el Ayuntamiento se ha molestado en bautizarlas. Pero, visto lo visto, existen dudas de si no hubiera sido mejor seguir en el anonimato. ¿A quién le dice uno que vive en la Transversalsexta? Así, como suena y todo junto. O ¿cómo imprimir tarjetas ofreciendo casa en la calle Acceso a Marconi?
La doctrina Álvarez del Manzano hace estragos. Así, mientras el alcalde de Madrid se preguntaba por qué vienen a la capital emigrantes que nadie ha llamado, la concejal del distrito de Villaverde, Nieves Sáez de Adama, donde está enclavada la colonia Marconi, justificaba el abandono del barrio casi en la misma doctrina de su jefe de filas:
-Ellos sabían dónde iban a vivir, sabían que ésta era una zona complicada. Yo no sé si alguien les ha vendido una moto.
Que no hubieran venido, vaya.
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