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Cambio de rumbo en la Iglesia católica española

Juan José Tamayo

Durante los últimos años no han dejado de oírse voces de teólogos/as, religiosos/as, sacerdotes y colectivos cristianos de distintas tendencias ideológicas que han pedido a los obispos españoles una declaración pública de petición de perdón por el apoyo de la jerarquía católica al bando de los sublevados contra la República durante la guerra civil, por la interpretación de la contienda como cruzada y por la legitimación religiosa de la dictadura de Franco, que dio lugar al tan anacrónico como represivo nacional-catolicismo, reedición aumentada del paradigma católico-romano medieval con tonos hispánicos.Los obispos han hecho oídos sordos a estas demandas y han dado razones de distinto tipo para negarse a pedir perdón, como que la jerarquía no actúa a golpe de corneta, o que no es responsable de lo que entonces sucedió, o que durante la guerra civil la Iglesia católica no fue cómplice de los sublevados, sino sujeto paciente y víctima del bando ateo, o que deben ser las izquierdas de los años treinta (socialistas, anarquistas comunistas) quienes deben arrepentirse por las decenas de obispos, los miles de sacerdotes y las decenas de miles de seglares cristianos que fueron ejecutados por el simple hecho de ser creyentes. Excusas todas ellas, a mi juicio, para no cumplir con una de las exigencias evangélicas más auténticas, cual es pedir perdón a quien se ha ofendido de pensamiento, palabra y obra, con el consiguiente propósito de la enmienda. A lo mejor lo que les falta es esto último y tenga razón uno de los chistes aparecidos en la prensa, en el que aparece un obispo diciendo: cómo vamos a pedir perdón por lo que hizo la Iglesia católica durante la guerra civil si hoy volveríamos a hacer lo mismo.

El cardenal Rouco Varela ha cerrado el tema -yo creo que en falso- dando como razón de la negativa eclesiástica que la Iglesia sólo da cuenta de sus actos a Dios. Éstas han sido sus palabras: "La Iglesia no trata primariamente de agradar a los hombres al revisar su pasado. Se examina ante Dios, juez justo y miseriordioso, del que ha recibido su misión y ante el que se sabe responsable".

La resistencia numantina episcopal a pedir perdón choca con la actitud del papa Juan Pablo II, que, en reiteradas ocasiones -más de cien- y en distintos escenarios -incluidos aquellos en que se produjeron los atentados cristianos contra la vida-, ha pedido perdón por los pecados más graves de la Iglesia católica a lo largo de su historia, como la Inquisición, el holocausto judío, la actitud patriarcal, la intolerancia y el recurso a la violencia para eliminar a los disidentes de dentro y a los supuestos enemigos de fuera, etcétera.

Choca también con la actitud de otros episcopados católicos prestos a pedir perdón por su silencio cómplice o su colaboración directa en situaciones similares.

Pero no es necesario salir de nuestro país para confirmar la contradicción que encierra la actual negativa de los obispos españoles. En la Asamblea Conjunta celebrada en Madrid, en 1971, en la que se reunieron los obispos españoles y sacerdotes representantes de todo el clero de nuestro país, se sometió a votación la siguiente proposición: "Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está con nosotros (primera carta de Juan, 1, 10). Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos 'ministros de reconciliación' en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos". La proposición contó con 137 votos favorables, frente a 78 negativos, 10 blancos, 3 nulos y 19 iuxta modum, lo que suponía el apoyo del 55%. Con todo, no llegó a aprobarse, porque el reglamento interno de la asamblea exigía los dos tercios para que una proposición fuera aprobada.

Las actuales actitudes episcopales demuestran el cambio de rumbo de la Iglesia española de cara al siglo XXI. Tras la transición política y religiosa, se ha venido gestando un cambio de paradigma eclesial, que ha llegado a su cenit con la elección del cardenal Rouco Varela al frente de la Conferencia Episcopal Española. Si, hace 30 años, el clima eclesial era de reconciliación y arrepentimiento, con propósito de la enmienda, hoy parece haberse impuesto el "mantenella y no enmendalla", pues no sólo no se pide perdón, sino que se están promoviendo numerosos procesos de beatificación de mártires de la cruzada, que frenaron en su momento Pablo VI y el cardenal Tarancón. Una vez más, la jerarquía católica española camina en dirección contraria a la historia.

El nuevo paradigma eclesial se caracteriza por la pérdida de la memoria histórica y la consiguiente renuncia a asumir las responsabilidades del pasado, por la negativa a pedir perdón con la consiguiente renuncia a lo específico de la ética cristiana, el abandono del profetismo con la consiguiente renuncia a uno de los elementos fundamentales de su identidad y la integración en el sistema, del que se esperan ventajas y privilegios en lo referente a la enseñanza de la religión en la escuela y a la ayuda económica que la Iglesia recibe a través de la asignación tributaria. Y no soy yo quien lo dice. Fue el propio secretario de los obispos españoles quien, en un gesto de sinceridad, desveló sus cartas hace un par de meses, al afirmar que los obispos esperaban continuar las conversaciones con el nuevo Gobierno, "especialmente en los dos temas que más nos preocupan: la regulación definitiva de la enseñanaza religiosa escolar y la asignación tributaria".

Una Iglesia más preocupada por el indoctrinamiento de los niños y los jóvenes a través de la escuela que por la educación en la fe dentro de la comunidad cristiana; una Iglesia más interesada por ampliar la recaudación de fondos procedentes del Estado que por formar comunidades cristianas vivas tiene poco que ver con el movimiento liberador de Jesús de Nazaret en que dice fundarse.

Una jeraquía que se niega a reconocer sus errores ante la historia y apela sólo al juicio de Dios se encuentra en las antípodas del Concilio Vaticano II, que presenta a la Iglesia como peregrina en la historia, santa y pecadora, necesitada de purificación constante y en permanente actitud de reforma. Además, el Dios cristiano a quien dice dar cuentas remite derechamente a la historia como espacio donde se juega el destino humano y se juzgan las acciones de las personas y las instituciones. "La Iglesia", afirma la Constitución del Vaticano II sobre la la Iglesia y el Mundo Actual, "se siente íntima y realmente solidaria con el género humano y la historia".

Tras conocer las estrechas prioridades de la jerarquía en el testimonio de uno de sus máximos dirigentes, no puedo menos que preguntarme dónde quedan para ella los grandes desafíos del cristianismo ante el siglo XXI: la globalización y sus consecuencias discriminatorias para personas, pueblos, etnias y continentes enteros excluidos; la increencia y la idolatría; la pobreza estructural que afecta a dos terceras partes de la humanidad; las agresiones del modelo de desarrollo científico moderno contra la naturaleza; las posibilidades de la fe en medio de una cultura de la increencia; el pluralismo religioso y el diálogo interreligioso; el feminismo y sus repercusiones en el pensamiento cristiano y en la organización eclesial; la reforma de la Iglesia católica conforme a criterios de participación.

Llama la atención la falta de sensibilidad episcopal hacia los problemas que más sacuden la conciencia colectiva de los ciudadanos y ciudadanas y de las instituciones sociales y políticas de nuestro país, en cuya respuesta están comprometidos creyentes y no creyentes de base. Por ejemplo: la violencia contra las mujeres y los niños, las dramáticas consecuencias del conflicto Norte-Sur en el Estrecho, la insolidaridad con el Tercer Mundo, el racismo y la xenofobia, la integración de los inmigrantes y gitanos en los colegios católicos, etc.

Al final, en la Iglesia católica española está empezando a hacerse realidad la constatación de Georges Bernanos: "Los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente incluso bajo la cruz de Cristo".

Juan-José Tamayo es teólogo.

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