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Crónica de Catalunya Ràdio MONTSERRAT CASALS

Hola, buenos dias."Somos una radio institucional y tenemos que estar presentes". Son palabras textuales de un alto cargo de la radio pública catalana a su corresponsal en París el día en que el alcalde de Barcelona, Joan Clos, tuvo la mala suerte de viajar a la capital francesa justo 24 horas después de que el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, pronunciase una conferencia en la Universidad de la Sorbona y condecorara al historiador Pierre Vilar. A la corresponsal se le subió la indignación a la lengua: "No somos una radio institucional, sino una radio pública, que no es lo mismo". El silencio se hizo al otro lado de la línea digital.

Desde Barcelona no se quería entender que "público" e "institucional" no son sinónimos y que para cualquier corresponsal, una especie de periodista-redacción siempre solo con todas las secciones a cuestas, lo único que importa es el criterio de selección: si se produce en el mismo día y momento una fusión de compañías aéreas, un rebrote del escándalo municipal de París, una huelga de funcionarios y el Valencia y el Madrid preparan la final de la Copa de Europa, el corresponsal sabe que Pujol y su conferencia y Clos con su documento en favor de los derechos humanos son acontecimientos que no debieran merecer más que un breve. Pero no: en Catalunya Ràdio, el criterio de selección de noticias funciona de manera proporcional a su dependencia de los cargos políticos. El presidente de la Generalitat o cualquier consejero atraviesa los Pirineos y la corresponsalía se convierte en sección ecos de sociedad.

Catalunya Ràdio es el pariente pobre de la Corporación Catalana de Radio y Televisión. En los documentos que prepara el nuevo Consejo de Administración se dice muy poco de ella y sus vasallajes. Sólo interesa TV-3, con sus deudas y su dudoso equilibrio en el minutaje de políticos en pantalla, pero la única realización informativamente rentable -y sensata- de la Corporación ha sido precisamente radiofónica, la creación de Catalunya Informació, la emisora de información continua, el "parte", como se la conoce popularmente. Y no deja de ser paradójico: Catalunya Informació nació gracias al cierre de ciertas corresponsalías: el ahorro internacional iba a servir a la causa nacional.

Cuando Miquel Puig toma a los anglosajones como modelo para resolver las dificultades del grupo, irrita. De entrada, ¿por qué citar una CNN cuya especialidad no es hacer programación matinal para animar el desayuno de los niños -proyecto del señor Puig-, sino retransmitir en directo guerras y juicios de presidentes fogosos? ¿Cómo atreverse a citar a la BBC, con cuyos presupuestos da vergüenza compararse? ¿Cómo olvidar que esa BBC, al igual que cualquier ente público destinado al servicio informativo del ciudadano y pagado por éste, es deficitaria? Además, la BBC ya no es un modelo incontestado, como lo prueba el que ahora dé marcha atrás a su decisión de fusionar en una sola sus redacciones de radio y televisión. ¿Es esa idea la que Puig quiere imitar ahora?

Desde esta corresponsalía no se comprende que la Corporación nunca se haya interesado por el funcionamiento de la radio y la televisión públicas en Francia. Sólo Pasqual Maragall se ha molestado en conocer sus alambicados organismos, esos que permiten una información crítica y veraz, que no se casa ni con un presidente gaullista ni con un gobierno de izquierda plural.

Los medios públicos franceses acaban de resolver, además, un viejo litigio laboral: el que suponía que los periodistas de televisión cobrasen más que sus colegas radiofónicos por el mero hecho de salir en pantalla y trabajar para un medio más caro. Parecía como si la radio permitiese cantar las noticias haciendo calceta. Las huelgas, que han dejado varios días las antenas de Radio France sin voz, y las estadísticas que confirman el peso informativo cada vez mayor de la radio han servido de argumentos contundentes. Para una mayoría de franceses es más creíble lo que ven en la radio que lo que oyen en la televisión.

Una misma crónica, de idéntica duración, cuesta a TV-3 30 veces más que su equivalente radiofónico. En Francia, este desequilibrio de costos no existe: sin contabilizar sus ingresos publicitarios, el presupuesto anual de France 2 (televisión) es de 2.400 millones de francos (60.000 millones de pesetas); el de France 3 (televisión regionalizada), de 3.300 millones (82.500 millones de pesetas); el de Radio France es de 2.600 millones (65.000 millones de pesetas). El presupuesto de Catalunya Ràdio es de poco más de 4.000 millones de pesetas; el de TV-3 es, como mínimo, 10 veces mayor. Sus déficit respectivos andan con la misma exagerada desproporción.

La disparidad entre París y Barcelona no se refleja sólo en las cifras, sino también en la dependencia publicitaria. La hora de mayor audiencia y emisión más mimada de Catalunya Ràdio sólo dura 26 minutos, los restantes son para una publicidad en exclusiva. No se potencia una política de vasos comunicantes, sino un reino de taifas y de privatización encubierta.

Esos presupuestos que la Corporación mantiene dentro de una nebulosa, son aceptados por la dirección de Catalunya Ràdio, por fidelidad política, y por unos sindicatos que no los cuestionan mientras se mantengan los absurdos convenios firmados en la época de Alfons Quintà y que conceden, entre otras medidas antiperiodísticas, el pago de primas por el simple hecho de dormir en otro lecho que el familiar. El resultado es que nadie, excepto si el Barça anda de por medio, sale de las redacciones porque cuesta demasiado caro; que no se contrata a periodistas, sino que se usa y abusa de becarios en puestos que necesitan de aquéllos.

Asistimos a la degradación progresiva de un servicio público. El nuevo equipo de la Corporación, sin periodistas y con muchos políticos, se prepara para terminar la labor de destrucción. Josep Ferrer, experto en auditorías, es el hombre elegido por Puig para dar razones económicas a decisiones de otra naturaleza. Puyal criticaba ayer en este diario, en una entrevista en el suplemento Quadern, esa conversión del ciudadano en consumidor. Cuando la pareja Convergència y Unió acabe su mandato en la Generalitat, dejará detrás de ella una radio pública lista para los encantes. Ellos no dirán, como Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca, aquello de "siempre nos quedará París", sino "siempre nos quedará una privada".

Montserrat Casals es corresponsal en París de Catalunya Ràdio.

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