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EUROCOPA 2000

Bélgica tuvo más pujanza

La selección anfitriona resuelve con una victoria la cita inaugural en un partido infame.

Santiago Segurola

En la ceremonia de inauguración salió un muñeco gigantesco, como de ocho metros, o así, que mereció jugar este partido infame. Habida cuenta de que el muñeco es una versión en poliuretano de Kenneth Andersson, lo mismo sirve para jugar como delantero diana, que es el nombre que se da ahora a los delanteros que cabecean todo lo que les echen: un balón, un ladrillo, una cabra... Para tal empresa, mejor un muñeco de ocho metros. Que no regatea a una silla, tampoco lo hicieron los suecos y los belgas. Como la sinceridad obliga, hubo medio regate. Lo intentó Alexandersson en el primer tiempo y casi le sale. La jugada de Alexandersson provocó una nostalgia infinita de los tiempos en los que la habilidad era valor considerable en el fútbol. Ahora, no. Por lo menos, en Suecia y en Bélgica.Ganaron los belgas, con gran alboroto en Heysel. Se celebró la victoria como si nadie la esperara, como si los goles fueran algo sorprendente en el fútbol. Había razones para la sorpresa. Si nadie regateaba a nadie, si no se daban dos pases seguidos, si la pelota sufría malos tratos, cómo podía nadie confiar en algo tan estupendo como un gol. Pero los hubo. El primero, con fallo de por medio. Roland Nilsson se equivocó en el despeje y Goor marcó con un remate cruzado. En el segundo intervino la mano de Mpenza, que se acomodó el balón y clavó la pelota por la escuadra. Pero el partido merecía una jugada llena de mediocridad, perpetrada por el portero belga, que convirtió en gol una cesión sencillísima. De Wilde quiso controlar el balón, pero se enredó, se desequilibró y se lo dejó a Mjallby, que se fue solo hacia la portería.

Suecia dependió tanto de Kenneth Andersson que acabó encerrada en su juguete. El hombre tocó todos los pelotazos que le enviaron, para hacer bueno el malicioso anuncio que se publicó en Nueva York antes de un partido de los Metrostars: el fútbol es juego donde la gente es feliz cuando le golpean con un balón en la cabeza. Al parecer, los americanos han visto mucho de Andersson. Cabeceó con fanatismo la pelota, sin mirar demasiado hacia adónde. Una vez estuvo a punto de marcar, tras un saque de córner, pero el balón se escapó a un palmo del poste. Eran los primeros minutos, cuando Suecia parecía dispuesta a llevarse el partido. Bélgica, que ha andado medio deprimida en los últimos años, tardó en salir a flote.

Lo hizo a través de Wilmots, futbolista inteligente y mandón que oficia de entrenador. Aunque el oficial es Robert Waseige, Wilmots no dudó en acercarse al técnico en el primer tiempo y decirle exactamente lo que se debía hacer en el partido. Waseige tomó nota y se sentó en el banco.

El partido se equilibró, lo que no significó nada bueno. Se igualó en percusión. Abundaron los choques y los saltos, pero Suecia salió perdiendo porque el factor Keneth Andersson perdió importancia poco a poco. El delantero centro comenzó a saltar cada vez más lejos del área belga, en lugares donde Andersson pinta poco. De la calidad del encuentro hablaba el silencio del público, que recibió el gol de Goor con un sobresalto. Al primer tanto se añadió el segundo en el arranque del segundo tiempo. Champán para todos en Heysel.

La segunda parte resultó más festiva, pero no mejor. Marcaron los suecos tras el cómico error de De Wilde, y el partido entró en un ida y vuelta que provocó el entusiasmo de la gente. La entrada de Larsson inyectó algo de agilidad al ataque sueco, donde decepcionó Alexandersson. Ljunberg abandonó su puesto en el costado izquierdo e ingresó en el eje, donde causó algunos problemas a la defensa belga. En una de sus incursiones estuvo a punto de superar a De Wilde, que se rehízo de su error en el gol con una valiente salida frente al jugador sueco.

A Bélgica se le apreció una serenidad imprevista tras recibir el tanto. Excepto el cabezazo de Mjallby que sacó el portero con dificultades, todas las ocasiones hasta el final del encuentro fueron suyas, en muchos casos con varios jugadores llegando como caballos al área. Por lo visto, de eso se trataba el partido: de una cuestión de fe. Y en ese sentido, los belgas fueron mucho más firmes que los suecos.

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