Cuando el fútbol padece el mal de altura
El pésimo partido inaugural despachado de cualquier manera por belgas y suecos tiene, al menos, una explicación: el mal de altura. Se sabe desde los tiempos remotos que en el fútbol prima el centro de gravedad, y cuanto menos palmos levante del suelo mucho mejor. La coordinación es más adecuada y los pies obedecen mejor. Salvo excepciones, las fintas, los regates, la astucia, siempre han sido atributos de jugadores de pierna más bien recortada.Ni con dos técnicos en el banquillo parecen haberlo aprendido los suecos, un grupo de chicarrones escandinavos cuyo equipo inicial se presentó en Heysel con una media de 183,9 centímetros. Cualquiera de los once daría la talla en un campus de la NBA. Incluso Ljungberg, el enanito del equipo con 176 centímetros, se manejaría como playmaker. Y no digamos el portero Hedman, con su 1,94 o el torpón delantero centro, Kennet Anderson (1,93), que tendrían relieve bajo el aro. En Suecia todas las líneas dan la talla, pero ninguna como su defensa: Nilsson (1,76), Patrik Andersson (1,86), Björklund (1,85) y Mellberg (1,86). Nilsson, el más pequeñito, falló en el primer gol belga, y en el descanso el dúo técnico -Tommy Söderberg y Lars Lagerbäck- le condenaron a la ducha. En su puesto irrumpió Lucic (1,86). Más altura, cuando lo cierto es que Nilsson había tenido un fallo de coordinación con los pies.
Para no ser menos, los anfitriones enfilaron el campeonato con sólo dos jugadores por debajo del 1,80 (Mpenza y Deflandre) y una media de 183,3 centímetros. Un flequillo más abajo que los suecos. Lo justo para ganar un partido que estuvieron a punto de estropear tras la rocambolesca pifia de De Wilde (1,81). Porque en estos tiempos modernos ni siquiera los porteros deben crecer demasiado. Tradicionalmente han sido los más sobresalientes en las fotos de conjunto, pero hoy día tienen poco vuelo y demasiado trabajo con los pies. Y a De Wilde, como a la mayoría de colegas y enemigos de ayer, le sobró talla y le faltó talento.
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