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Una cita AGUSTÍ FANCELLI

Parecía una frase de Clausewitz -a quien no he leído pero, de tanto verlo entrecomillado, como si lo hubiera hecho- en boca de un obispo negro. La he buscado en un diccionario de citas, de esos que suelen resolver varios párrafos a costa de Clausewitz, pero no la he encontrado. Debo suponer por tanto que es original de Desmond Tutu, toda vez que aprovecho esta tribuna para sugerir a los diccionarios que la incluyan en sus próximas ediciones. La frase dice así: "La paz se hace con los enemigos".El optimista personaje emblema contra el apartheid surafricano la pronunció en la Universidad Pompeu Fabra a propósito del conflicto vasco, tras haberse excusado por no opinar más concretamente sobre el asunto y recordando lo mucho que los surafricanos detestaban las lecciones de doctrina democrática llegadas de fuera. Por más sensatos que sean tales razonamientos, no puedo estar del todo de acuerdo: muchas veces son justamente las miradas exteriores, limpias de polvo y paja y a condición de que sean inteligentes y humildes, las únicas capaces de llevar alguna luz a regiones mentales y físicas seriamente deterioradas por un interminable periodo de oscuridad.

"La paz se hace con los enemigos", dice Tutu. Es decir, el obispo da por supuesto que existe una guerra, de lo contrario no hablaría de paz ni de enemigos. Hay una guerra, efectivamente, con una larga lista de muertos de un lado y de otro, aunque los muertos de los últimos tiempos caen a un solo lado. Se trata de una guerra entre el fascismo, que es la intolerancia frente al otro, se revista con los colores que se revista, y la democracia, de la que los diccionarios de citas suelen explicar que es el más imperfecto de los sistemas de gobierno si se excluyen todos los demás.

No sé si lo dice Clausewitz, pero en toda guerra hay que suponer que los contendientes aspiran a la paz. En realidad, cada uno aspira a su paz, de modo que hay dos o más -según los conflictos- ideas de paz no homologables sobre un mismo tablero político. Ello da lugar a un simulacro de juego en el que no existen reglas, sino sólo golpes bajos hasta que al otro no le quede más remedio que sentarse ante el tablero en condiciones de inferioridad. En última instancia, la aspiración del que lucha es ver al contrario por fin humillado, incapaz de otra respuesta que no sea la de tumbar al rey sin haber movido peón: es el modelo de la bomba atómica que obligó a Japón a claudicar en lo que constituye uno de los partidos más cortos de la historia. Dicho de otro modo, la guerra nos asemeja como ninguna otra cosa a las bestias porque implica la negación radical del juego, definido justamente por la capacidad de representar al conflicto sobre un plano sin rastro de sangre. Sin embargo, acabada más o menos brutalmente una guerra, lo que se impone es una sola paz, más o menos brutal según las condiciones anteriores, pero en cualquier caso única, situada sobre un tablero muy concreto. "Las paces" es pura contradicción, imaginería simple para consumo inmediato antes de la batalla. Sólo la paz es juego auténtico, porque incluye la noción del contrincante. Por eso es profundamente humana y queda tan lejos del alcance de las bestias.

Los políticos se llenan la boca de paz. ¿Es realmente esa paz única, o bien cada uno busca su propia paz, llámese elecciones anticipadas o soberanía absoluta? Por las declaraciones escuchadas tras los últimos asesinatos, me parece que hay mucho más de lo segundo que de lo primero. No descubro una voluntad real de jugar el único partido posible. Acaso faltan jugadores de talla como el obispo Tutu, un tipo que ha dedicado toda su vida a este deporte y que un buen día se pasó por la Pompeu Fabra, se excusó por no querer opinar sobre el conflicto vasco y añadió algo que debería quedar registrado en los diccionarios no ya de citas, sino en los políticos: "La paz se hace con los enemigos".

Señor obispo, siga usted no opinando sobre el conflicto vasco. A mí me ha ayudado más usted con la sabiduría y el buen humor desplegados en la Pompeu Fabra que todo el fardo de declaraciones inútiles que llevamos a cuestas en este país. Hace usted santamente recomendando a los políticos que destierren de su lenguaje la palabra nunca. ¿Cree que le escucharán? A mí me cuesta ser tan optimista como usted, aunque los diccionarios de citas digan de la esperanza que es lo último que se pierde.

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