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MIGUEL Á. LOTINA - ENTRENADOR DE OSASUNA

La sensatez como argumento

A Miguel Angel Lotina (Meñaka, Vizcaya, 1957) la Primera División del fútbol español le había dejado un mal sabor de boca y una especie de nudo en el estómago. Ilusionado, casi encandilado por el reto, duró un mes como entrenador del Logroñés (el equipo en el que había jugado durante ocho temporadas). De aquello extrajo conclusiones, tantas que incluso estuvo a punto de borrarse del mapa e incluirse en la lista anónima de los entrenadores de categorías inferiores del Athletic. Tampoco se fió del proyecto del Numancia, al que convirtió en el gran milagro del fútbol español y renunció a la élite que había forjado sorprendentemente en Soria. Prefirió otro proyecto de reconstrucción en Osasuna y aquí si parece dispuesto a estrenarse en condiciones en la máxima categoría.Lotina, un futbolista mediano, ha aprendido que el fútbol se basa en el concepto del denominador común. Los equipos modestos se basan en el promedio de calidad, la actitud se les supone. No es una cuestión de estrellas (demasiado lejanas para las posibilidades terrenales de estos equipos) sino en la identificación con el objetivo. Con esos principios ha reconstruido Osasuna, un equipo desnortado en los seis últimos años, al que Lotina ha dado la forma de la sencillez.

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Lotina sabe su oficio de memoria. En Soria alcanzó el éxito absoluto convirtiendo a un equipo menor en una reunión de voluntades. Su andadura en la Copa del Rey (cayó en semifinales con el Barcelona, tras una colección de víctimas ilustres) y los ascensos consecutivos a Primera y Segunda División, sólo con producto nacional, acrecentaron la imagen de buen gestor futbolístico que desde entonces le acompaña. Atrás quedaron los padecimientos vividos en el Logroñés (aunque sigue residiendo en La Rioja) y en el Badajoz (uno y dos meses, respectivamente) y por delante, la tentación de probarse entre los mejores.

En Osasuna, el éxito ha sido más local. El equipo navarro no es, ni deportiva ni sociológicamente, el Numancia. Pero el procedimiento ha sido el mismo. Osasuna también coleccionó víctimas en la Copa del Rey (Real Sociedad, Deportivo, Valencia) antes de tropezar con el Barcelona. Dos veces no son el fruto de la casualidad. Dos ascensos, tampoco.

Ahora se enfrenta a la tentación del estigma que tanto cultiva el fútbol español. Le ocurrió a Mané, convertido por arte de magia en benefactor y buen gestor de la escasez. La última campaña del Alavés le ha redimido del emblema del buen samaritano. Antes, le había ocurrido a Javier Irureta, perseguido por el mismo emblema. Ha necesitado conseguir un título de Liga con el Deportivo para romper el tópico. Lotina empieza a partir de hoy su andadura particular. Nace como hacedor de ascensos y ligero de equipaje en el contraste del éxito. Las sopresas del Numancia, de Osasuna, de la Copa del Rey son historia. Proezas cotidianas en un mundo sin memoria.

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