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Acordémonos de Birmania y de Serbia.

Timothy Garton Ash

Han pasado diez años desde que el pueblo de Birmania votó abrumadoramente a la Liga Nacional para la Democracia, encabezada por Aung San Suu Kyi. Pero la junta militar se negó a reconocer el resultado, y el pueblo de Birmania ha sufrido otra década de opresión por un Estado militar brutal y corrupto. Cuando viajé allí esta primavera, encontré uno de los países más hermosos del mundo, y uno de los regímenes más espantosos. Experimenté un clima de terror comparable al de la Rumania de Ceausescu. Conocí personas que habían pasado años en prisión incomunicada y se habían visto reducidas a comer ratas. Ahora que se aproxima el décimo aniversario, la junta está arrojando nerviosamente más personas a las cárceles. ¿Qué se puede hacer respecto a un lugar como éste? Estados Unidos y el Reino Unido han encabezado una política de ostracismo y presión. Lideran la ronda anual de condenas de la ONU y otras organizaciones internacionales, incluida la Unión Europea (donde, en el plano interno, Francia y Alemania se han mostrado partidarias en ocasiones de una línea más suave, más inclinada a la "détente"). Estados Unidos ha prohibido nuevas inversiones en Birmania, y el Reino Unido ha instado recientemente a las principales empresas británicas, incluida Premier Oil, a reconsiderar su posición allí. Una moción presentada en el Parlamento británico hace unos días resume la estrategia anglo-estadounidense: "Ejercer la máxima presión posible sobre el régimen".Creo que es una estrategia absolutamente acertada. La mejor forma de explicar por qué es contestar a tres objeciones importantes contra ella. La primera objeción es la hipocresía y los dobles raseros. No tenemos pelos en la lengua a la hora de criticar el historial de derechos humanos de Birmania, pero nos volvemos melifluos cuando le toca el turno al de China. Vamos a la guerra para parar el expolio de Kosovo por parte de Serbia y, sin embargo, hablamos con palabras equívocas sobre el de Chechenia por parte de Rusia. Pues bien, el comienzo de una respuesta honrada a esta objeción es: sí, son dobles raseros. Sin embargo, la conclusión adecuada no es que deberíamos suavizar nuestras críticas a Birmania o a Serbia. Es que deberíamos ser más francos en nuestras críticas a China y Rusia.

Y, sin embargo, eso no significa que debiésemos actuar de forma idéntica: por ejemplo, instar a nuestras empresas petroleras a abandonar China y Rusia. Diferentes circunstancias requieren diferentes medidas. No es posible tratar a países grandes y poderosos de la misma forma que a los pequeños. En el mundo moralmente imperfecto de las relaciones internacionales no es incorrecto mezclar las consideraciones de interés nacional con las de los principios. Y es correcto distinguir entre regímenes que pueden estar abiertos a las críticas y aquellos que, como el birmano, parecen enteramente sordos a ellas. Si su actitud cambiase, también podría cambiar la nuestra.

La segunda objeción es: "No ha funcionado". Quienes conocen bien Birmania están comprensiblemente preocupados por la caída en espiral del país hacia una ciénaga de pobreza, adicción a las drogas, sida y retraso educativo cada vez peores. Afirman que 10 años de línea dura anglo-estadounidense, desalentando la inversión extranjera y los créditos al desarrollo y el turismo, han perjudicado al pueblo, pero no han llevado al régimen a la mesa de negociación. Que, dado que "no ha funcionado", a lo mejor valdría la pena probar una línea más suave. Y que, en cualquier caso, es seguro que algunos beneficios "se filtrarían" hasta los hombres y las mujeres de a pie.

Una vez más, los argumentos resultan muy familiares. Y una vez más hay que decir que hay algunos regímenes, y algunos momentos, en los que dicha suavización sería oportuna: por ejemplo, a la hora de animar a una dictadura a seguir por el camino de reforma en el que ha intentado embarcarse. Pero mi opinión es que éste no es uno de esos regímenes y tampoco uno de esos momentos. De hecho, el problema real no es que haya habido demasiada presión, sino que no ha habido suficiente, ni externa ni interna.

A pesar de los valientes esfuerzos de Aung San Suu Kyi y su asediada Liga Política para la Democracia, la oposición interna no ha sido capaz de organizar el tipo de presiones sostenidas contra los gobernantes que el ANC consiguió en Suráfrica y Solidaridad en Polonia. Mientras tanto, el frente relativamente unido de la política occidental está minado por el hecho de que el mayor vecino de Birmania, China, apoya al régimen militar (y se beneficia de él), mientras que su otro gran vecino, India, mantiene la ambigüedad, y varios países asiáticos ricos, como Japón y Singapur, siguen invirtiendo en Birmania y sólo hacen críticas leves y privadas.

Esto conduce directamente a la tercera objeción: que dicho ejercicio de poder es una expresión del imperialismo moral occidental. Birmania tiene otros valores, sí, esos famosos "valores asiáticos". A esto hay una respuesta breve y suficiente. La política defendida por Estados Unidos y el Reino Unido es la preferida por los representantes democráticamente elegidos de Birmania. Aung San Suu Kyi me dejó esto claro cuando hablé con ella a comienzos de año, igual que ha hecho en muchas ocasiones. Por supuesto, hay birmanos amigos de la democracia que piensan de otra manera, y siempre es una empresa arriesgada decir lo que desea "el pueblo" en una dictadura. Pero éste es un caso excepcionalmente claro, en el que un líder y un partido por los que ha votado una gran mayoría en las últimas elecciones democráticas del país mantienen una postura nada ambigua.

En todos esos casos, me parece, el punto de vista de quienes están en el terreno, luchando por la democracia en el propio país, debería ser una consideración principal si no determinante del todo. Esos puntos de vista no siempre serán partidarios de los embargos y las

sanciones. Tomemos la oposición serbia, por ejemplo, que en la actualidad se ve ferozmente atacada por el régimen de Milosevic (aunque cualquiera lo diría a juzgar por las noticias que nos sirven habitualmente, igual que no nos enteraríamos de la miseria continuada de Birmania). A pesar de lo dividida que ha estado esa oposición, prácticamente todos los representantes con los que yo he hablado están de acuerdo en que la mayoría de las sanciones occidentales son contraproducentes. Un levantamiento controlado de las sanciones que perjudican a la población, combinado con una cuidadosa explicación al pueblo serbio de por qué se hacía esto, y un endurecimiento simultáneo de las sanciones dirigidas específicamente contra Milosevic y sus secuaces; ésta sería la mejor forma de ayudar a la causa de la democracia en Serbia. Aunque no soy excesivamente optimista acerca de las posibilidades de dicho planteamiento, estoy convencido de que vale la pena intentarlo. Lo que es sólo salsa para la oca birmana podría ser arsénico para el ganso serbio.

Entretanto, no tuve más remedio que reírme cuando, poco después de mi visita a Birmania, el ministro de Asuntos Exteriores serbio se presentó allí, en medio de efusivas declaraciones oficiales de admiración y apoyo mutuos. ¡Estados rebeldes del mundo, uníos! Deberíamos acordarnos de Birmania. Deberíamos acordarnos de Serbia. Y, como queremos lo mismo para ambas, deberíamos hacer cosas diferentes respecto cada una.

Timothy Garton Ash es escritor y profesor en el St Anthony's College de Oxford, su libro Historia del presente: ensayos, retratos y crónicas de los 90, acaba de ser publicado en España por Tusquets.

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