_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Peter Pan y los muchos hijos

¡Hijos, con los pocos que hay y la guerra que dan! Sin ir más lejos, la semana se nos ha llenado de ellos, pero no anticipemos. Resulta que un juzgado asturiano acaba de obligar por sentencia a que dos padres divorciados se encarguen respectivamente de la manutención y el alojamiento de un retoño. Hasta aquí la cosa se presenta normal, aunque no lo hubiera sido en aquel franquismo que algunos parecen añorar pues lo tienen siempre en la boca (¿sabrán sus hijos, me refiero a los hijos de los mentantes, que entonces no se divorciaba?), pero el asunto adquiere tintes dramáticos, por no decir de sainete, cuando nos enteramos de que el retoño en cuestión no es más que una pobre criatura de 27 años. Un bebé perfectamente formado que no se resigna a trabajar alegando que las ofertas que le llegan no responden a sus expectativas laborales y, claro, para eso mejor la sopa boba.No es fácil pronunciarse sobre qué extremo del asunto produce mayor asombro, si el criterio del juez que emite la sentencia haciéndose antes el Salomón -¿no divide en dos al crío asignándole nido paterno y alpiste de mamá?- que el justo y comprensivo -¿no estará favoreciendo, se le ocurre a uno tontamente, que el parásito se enquiste para siempre?- o la pertinaz vocación de Peter Pan del mucha-cho, que no por extendida choca menos, puesto que condena a los padres a una paternidad eterna de biberones, cambio de pañales y bonitos paseos por el parque. Pero hay más. Este caso tan chusco contiene una componente metafórica que no habrá pasado desapercibida a los más sagaces, ya que se refiere a la querencia por la Casa del Padre que algunos profesan negándose a crecer. No debería despistarnos el hecho de que adopte una jerga repleta de independencias y de construcciones de esto y lo otro -mesas, artefactos o naciones-, porque no se trataría más que de la cortina de humo destinada a esconder que detrás sólo late la añoranza de la teta y del jardín de infancia donde no había "viejos esquemas de interpretación política" y sí el convencimiento de que "atacar a la juventud vasca es atacar al futuro de Euskal Herria", además de mucha nocilla y zumosol.

Por contraste y frente a tanto peterpanismo, hay una serie de hijos a los que se les está queriendo hacer adultos a marchas forzadas. Por ejemplo en Barakaldo, donde tres críos han de asumir su condición de peligrosos sociales y enemigos públicos a sus 4, 7 y 8 años, mientras unos 600 han de bregar con el duro aprendizaje de la intolerancia inducidos por unos padres que, sin saberlo -¿por qué no se apuntarán a un cursillo?-, sólo obedecen a un impulso como el que llevó no hace mucho a que una multitud linchase en Guatemala a un turista japonés porque decían que había tratado de robar un hijo, a un impulso en el que concurren el no contrastar el rumor inicial -¿qué peligro puede representar un mocoso?- y el ceder a los prejuicios sobre el distinto, al punto de verle capaz de cometer cualquier atrocidad, creyendo todo eso tan firmemente que se cierran la razón a los aspectos que esa conducta excesiva supone, ya sean xenófobos, ya de abuso de fuerza, ya de injusticia para los propios hijos. Las últimas noticias hablan de que el fenómeno podría desbordar Barakaldo y adoptar las formas de un extraño referéndum también sobre hijos de esto o de lo otro.

Llegados ahí, el censo podría correr a cuenta de los mormones, que de esto de linajes, genealogías y solares saben un huevo, sobre todo ahora que parece haber más tiempo para elaborarlo gracias a que otra clase de hijos, los pródigos, estarían regresando. Quién sabe, a lo mejor con este principio de inicio de retorno a la casa ampliada de donde no debieron salir para concursar con el Gran Hermano se evitan pronunciamientos sobre quién compone la junta de vecinos o quién será el administrador y si hace falta antena parabólica para captar las voces ancestrales. Aunque por si acaso, más valdría no ir sacrificando todavía los terneros bíblicos no vaya a ser que al hijo, por pródigo que parezca, le tire más el Peter Pan que lleva dentro y acabe por volverse al país de Nunca Jamás con los Niños Descarriados.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_