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A Coruña celebra el título de Liga

La noche de los cabellos rubios

Los jugadores del Depor se tiñeron el pelo y comieron marisco hasta el amanecer

Xosé Hermida

Para no tentar a la fortuna, que tan diabólica se había mostrado en ocasiones anteriores, en el Deportivo todo el mundo aseguraba durante la semana que no había ningún preparativo especial para la fiesta del título. Pero en las afueras de la ciudad, a salvo de las miradas del público, aguardaba un autobús descapotable con una inscripción de caracteres gigantescos: "Campeón". Y en el vestuario, alguien se encargó antes del partido de aprovisionarse de tinte para el cabello. De ese modo, con el pelo teñido de rubio, los jugadores del Deportivo se subieron al autobús e iniciaron una delirante gira por la ciudad, que vivió la mayor manifestación de alegría colectiva de su historia. Augusto César Lendoiro, el presidente, la comparó incluso con las gestas de la heroína local, María Pita, quien encabezó en el siglo XVI la resistencia a los saqueos del pirata Francis Drake. Con la ciudad entera agotando las existencias de licor, los futbolistas acabaron la fiesta recluyéndose en un restaurante para comer marisco y bailar hasta al amanecer.Cada uno rebuscó en su panteón particular y escogió un héroe para ofrecerle el título. En esas circunstancias, los argentinos nunca tienen dudas: Turu Flores y Scaloni lucieron toda la noche camisetas con el número 10 y el nombre de Maradona.. Otros portaban dedicatorias para familiares o amigos, como Donato, quien se acordó de la enfermedad que aqueja a su antiguo compañero del Atlético de Madrid Antonio Orejuela. Pero lo que uniformó a todos los jugadores fue ese tinte rubio que daba al siempre discreto Mauro Silva el aspecto estrafalario de Dennis Rodman.

Un gentío enloquecido les rodeó a la salida del estadio, y el vehículo tardó casi una hora en poder arrancar después del partido La marcha recordaba a la cabalgata de los Reyes Magos. La muchedumbre hacía intransitable las principales calles de la ciudad. Desde lo alto, los jugadores se contorsionaban exultantes y repartían besos y sonrisas.

A duras penas y gracias a la escolta policial, el autobús pudo alcanzar la plaza de Cuatro Caminos, el santuario donde el deportivismo celebra sus triunfos. Allí la multitud se había excedido en su entusiasmo: dos semáforos cayeron derribados y a alguien no se le ocurrió mejor idea que prender fuego a un árbol. Cuando llegaron los jugadores, la muchedumbre agitaba ya ejemplares de las ediciones especiales de los periódicos locales. Tras los saludos, el autobús dio media vuelta y regresó al estadio. Los jugadores se fueron a la ducha y a las tres de la madrugada empezaron a cenar en un restaurante junto a la playa de Riazor, propiedad del club.

Los percebes y las cigalas se estiraron hasta el amanecer. El comedor, que se mantuvo cerrado a la prensa y los curiosos hasta el momento de cortar la tarta del título, ofrecía el aspecto de una boda, porque, además de los futbolistas y sus esposas, acudieron otros familiares -como el padre de Donato, su viva estampa, que repartía besos y abrazos a todo el que se acercaba a él- y muchos amigos del club. Los directivos entraban y salían, se abrazaban con periodistas y conocidos y repetían para combatir su propia incredulidad: "No es un sueño. Lo estamos viviendo". Lendoiro, como siempre, se mostraba algo más comedido: "Soy muy feliz, pero esto ya lo he vivido otras veces. Creo que sentí la misma alegría cuando ganamos el primer campeonato de fútbol infantil con el Ural ".

A la hora de las celebraciones, la fogosidad argentina volvió a hacerse notar: Lionel Scaloni comandaba todas las iniciativas y se subía a su silla para seguir cantando, incansablemente, "campeones, campeones". Eran casi las cinco de la madrugada y la mayoría de los comensales ya rechazaba los platos de pescado que aún se distribuían por las mesas. Los futbolistas se habían apuntado al habano y la copa de champaña. Scaloni reclutó secuaces y los jugadores se dirigieron a la mesa del presidente: lo asieron en volandas y lo mantearon en el aire.

El entrenador, Javier Irureta, muy contenido hasta entonces, ya no resistió más. Con una bufanda al cuello, y acompañado de su mujer y sus dos hijas, se decidió a marcarse unos pases de baile. El modo en que los ejecutó denotaba que no está muy acostumbrado a esos excesos. Su ayudante, amigo y, sobre todo, confidente, Francisco Delgado Melo, también derrochaba felicidad, aunque parecía mantenerse un tanto al margen de la fiesta. A Melo, que coincidió con Irureta en la época en que ambos jugaban en el Atlético de Madrid, le gusta cultivar la austeridad: es vegetariano y en las concentraciones lee libros de Schopenhauer, filósofo del pesimismo. Un buen antídoto para los momentos de euforia.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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