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Última jornada de Liga

Las dos caras del césar

Augusto César Lendoiro, que fundó y presidió su primer club a los 15 años, es un caso único en el fútbol español

Xosé Hermida

Cuando todos los demás chicos del colegio soñaban con ser futbolistas, él, consciente de que Dios no le había conducido por la senda de la habilidad balompédica, decidió fundar su propio club y convertirse en presidente. No tenía más de 15 años, pero allí se inició una carrera que, cuatro décadas después, le ha encumbrado al trono más alto de la Liga. Tal vez sus progenitores ya intuyeron ciertas dotes de mando en aquel bebé nacido en 1945, en Corcubión (A Coruña), y por eso decidieron anteponer al apellido paterno, César, el nombre de Augusto. Lo cierto es que entre los defectos de Lendoiro nunca ha figurado la falta de ambición. Fracasó en la política, su otra gran dedicación, pero en el fútbol español ha llegado más lejos que nadie.Otros clubes modestos y de ciudades relativamente pequeñas -A Coruña no llega a los 250.000 habitantes- han conseguido fugaces momentos de gloria. Pero los logros de Lendoiro no tienen precedentes: ha mantenido a su equipo entre la aristocracia del fútbol español durante siete años, que culminaron ayer con la consecución del título de Liga, tras haber alcanzado también la Copa del Rey en 1995. El Deportivo es un club saneado, con un capital muy repartido entre casi 20.000 accionistas y un presidente que se mantiene en el cargo desde hace 12 años a salvo de cualquier oposición interna.

Un dirigente atípico

Por tradición, la clase dirigente del fútbol español se ha nutrido de una cantera de patanes enriquecidos súbitamente y aventureros de todo pelaje ávidos de celebridad. Lendoiro representa lo contrario de ese infame arquetipo: pasó por la Universidad, no es especialmente adinerado, se movió alrededor del deporte durante casi toda su vida y, además, entiende de fútbol. Lo demostró en el verano de 1997, cuando le dedicaron alguna que otra guasa por asegurar que su reciente fichaje, Rivaldo, era mucho mejor que otro brasileño, Giovanni, entonces en el Barcelona. Tres años después, a Rivaldo se le considera el mejor futbolista del mundo y Giovanni se ha ido con la música a la Liga griega.

Licenciado en Derecho que nunca ejerció la abogacía, Lendoiro siempre ha sido un tipo tenaz, que suele rendir por aburrimiento a los que tienen que negociar con él. Forjó su carrera profesional en A Coruña como director del Liceo La Paz, un colegio privado, aunque relativamente popular. El cargo le sirvió para desarrollar la vocación deportiva que había iniciado cuando, con 15 años, fundó el Ural, un club de fútbol base. Lendoiro impulsó una práctica minoritaria que se cultivaba en el colegio, el hockey sobre patines, y la convirtió en un fenómeno de masas en A Coruña. El equipo alcanzó la División de Honor, fichó a los mejores jugadores del mundo y, con el Deportivo hundido en Segunda, llegó a discutir al fútbol su hegemonía popular.

El hockey, trampolín

El éxito del hockey convirtió a Lendoiro en un personaje admirado, y él se dejó seducir por los peligrosos encantos de la política. Aceptó una oferta del PP para ser su candidato a la alcaldía y desafiar el poder del socialista Francisco Vázquez, antiguo compañero de pupitre. Lendoiro entró en política con la furia de un rinoceronte y se rodeó de los asesores equivocados. A despecho de la antigua amistad, inició una campaña desaforada basándose en algunos casos de corrupción que salpicaban a Vázquez. Tanta agresividad recibió un duro castigo en las urnas. Lendoiro se enfrentaría dos veces más a Vázquez y en ambas salió ampliamente derrotado. La espina se le clavó en las entrañas.

El fútbol le ofreció la oportunidad de encauzar sus ambiciones. En 1987, con el Deportivo al borde de la quiebra y del descenso a Segunda B, un grupo de socios recurrió a la fama que le habían labrado los éxitos del Liceo y le ofreció la presidencia del club. En tres años ascendió el equipo a Primera y en tres más lo puso a punto de ser campeón. Pese a los fracasos en las urnas, los éxitos deportivos propulsaban su carrera política y su afición favorita era acaparar cargos: secretario de Deportes de la Xunta de Galicia, senador, diputado, presidente de la Diputación Provincial...

La pugna con Vázquez derivó en una especie de duelo sin cuartel que se convirtió para Lendoiro en una obsesión personal y le enfrentó a buena parte de los poderes locales. Su afabilidad fue derivando en desconfianza, cuando no en verdadera manía persecutoria. Si recibía un arbitraje desfavorable, lo atribuía al deseo del Gobierno socialista de perjudicar a un club presidido por un militante del PP. Cuando un medio de comunicación publicaba algo que no era de su agrado, lo consideraba también como el producto de oscuras maniobras del PSOE. La gente se encariñaba con un viejo entrenador, Arsenio Iglesias, y él lo interpretaba como un intento de ocultar sus propios éxitos. Tan poco se fiaba de la gente que el personalismo de su gestión en el Deportivo alcanzó notas desternillantes. "Este asunto lo lleva Augusto personalmente", era la frase más socorrida entre sus directivos.

Lendoiro pareció dividir el mundo entre amigos y enemigos, sin posibilidad de término medio. Y se convirtió en un hombre con dos caras: un perspicaz dirigente deportivo que se adelantaba a los tiempos con iniciativas novedosas -su-ya fue la primera propuesta de que los clubes vendieran individualmente los derechos televisi-vos- y un obstinado polemista, siempre dispuesto a entrar en las batallas más estériles. Un hombre recatado en sus declaraciones futbolísticas -nun-ca ha criticado en público a ningún técnico o jugador- y un feroz fustigador de la prensa crítica.

Fuera de la política

Su mundo nunca fue el de la política y poco a poco se perdió entre las inextricables discordias internas del PP gallego, que el año pasado acabó apartándole de cargos institucionales. Lendoiro decidió entonces volcarse de nuevo en su sueño de adolescencia. Anunció que se iba a dedicar al club a tiempo completo, y la asamblea de socios, casi por unanimidad, acordó establecerle un salario equivalente al 1% del presupuesto anual (6.000 millones de pesetas esta temporada). Ya sin la pesada carga de la política y con la Liga regalándole satisfacciones, Lendoiro se desprendió de su antigua crispación. El título no le ha podido llegar en mejor momento. Tanto se ha esforzado por recuperar su viejo talante conciliador que hasta acaba de hacer las paces con Vázquez, el viejo compañero de pupitre cuyo poder ambicionó durante 12 feroces años. Ahora ya no lo necesita: ser campeón de Liga colma todas las ilusiones de aquel muchacho que no servía para futbolista.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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