Una cura de humildad
Victor Bonilla (29 años) pertenecía a la última camada de futbolistas colombianos que asombraron en la Copa de América. Un grupo que combinaba la habilidad tradicional de su país con la velocidad resolutoria en el área. Bonilla era probablemente el más europeo del colectivo y el goleador más acreditado. La Real Sociedad, noqueada por al marcha de Kovacevic al Juventus, vio en el delantero colombiano una alternativa barata y rompedora. Del panzer yugoslavo, coriáceo y rompedor, transitaba hacia un futbolista más fibroso que jugaba unos metros más atrás que los delanteros al uso. El goleador del Deportivo de Cali fue traspasado al Rentistas de Uruguay, a sabiendas del interés del equipo español para encarecer la operación, y Bonilla aterrizó en San Sebastián en busca de un lugar prioritario en la principal Liga europea.Pero Bonilla tropezó varias veces en poco tiempo. Primero, porque la Liga española tiene dos velocidades más que la colombiana (o uruguaya); segundo, porque la Real, un equipo sólido, se derrumbó como un castillo de naipes, lo que dificultó su adaptación (siempre a la sombra de Kovacevic); tercero porque el entrenador que los fichó (Bernd Krauss) fue destituido en la novena jornada. Y cuarto, porque el Consejo de Administración eligió a Javier Clemente como gestor de la crisis.
Bonilla se hundió en su propia confusión. Desapareció del equipo y hasta del banquillo, y se convirtió en un habitual de los descartes. Un accidente de madrugada (resuelto con daños de chapa en su todoterreno) le restó crédito en la grada. Harto de la situación cometió su último error al afirmar que si Clemente seguía en la Real otro año (como estipula su contrato) él no seguiría en San Sebastián. Clemente le reprimió, y se lo quitó de en medio a la primera oportunidad.
Aquel delantero europeo de una excelente selección colombiana se veía relegado a la segunda división del fútbol español y a un equipo, el Salamanca, que había metido la marcha atrás hasta casi romper el motor y abandonar el ascenso. Tras media temporada en cabeza el equipo salmantino se vino abajo e, incluso, sus propietarios acabaron destituyendo al técnico, Mariano García Remón, cuando el conjunto charro aún era líder de la categoría.
Nuevo olfato
Otro reto para un internacional cedido por un equipo de Primera División. Espoleado por el descenso de categoría, Bonilla no sólo recuperó la alegría (ser titular hace milagros) sino el olfato de gol. En su debú se asomó a la red en un par de ocasiones ante el Logroñés. En los dos partidos siguientes de nuevo encontró la portería contraria y logró desatascar el motor del equipo y devolverle la ilusión del ascenso.
Probablemente, Bonilla es feliz en Salamanca. Ha interiorizado la humildad y quizás olvidado el fracaso en la Real Sociedad. Su futuro sigue en el aire. Con Clemente en la Real, el retorno es casi imposible. Jankauskas, un lituano rompedor pero nada singular, le ha comido el terreno. El Albacete, el sábado, restó un poco de ilusión al equipo salmantino. Bonilla no marcó. Esta vez tropezó con el poste, pero volvió a ser el jugador decisivo.
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