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Dime quién te subvenciona y te diré qué creen que eres

VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR La Feria de Sant Adrià está gestionada por la Federación de Entidades Culturales Andaluzas de Cataluña (FECAC). Recibe dinero del Departamento de Cultura de la Junta de Andalucía y de las áreas de Cultura del Ayuntamiento y de la Diputación de Barcelona. La Generalitat canaliza su aportación a través del Departamento de Bienestar Social, una entidad que uno se imagina subvencionando antes metadona que fiestas populares. Uno de los objetivos de la FECAC consiste en recibir su subvención autonómica del Departamento de Cultura.

La FECAC ofrece a las entidades que deciden participar en la feria solar, agua, electricidad, neveras, mostradores y farolillos, y descuentos en los materiales para las casetas. Éstas tienen váter, pero en el exilio interior, de manera que, ante un código azul del aparato digestivo, todo el mundo hace lo que puede donde puede, o se va a hacer cola a unos sanitarios móviles y congestionados, rodeados de señoras practicando el vejiga-sutra.

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Una caseta de Sant Adrià recibe nombres como Peña Andaluza Juan de Arcos, Casa de Castilla-La Mancha, PP, o Amigos de Isla Cristina. Las casetas son grandiosas. Cada una es diferente. Hay un concurso que premia a la mejor. Hay una caseta con una reproducción de la Torre del Oro. La ves y parece que un millonario tejano se haya llevado la Torre del Oro a Sant Adrià.

Una caseta catalana consiste en una gran barra y en un gran espacio, saturado de sillas y mesas de alquiler. Contrariamente a lo que ocurre en Sevilla, aquí la gente prefiere estar sentada. Hay un escenario con una niña prodigio que canta coplas o un grupo de amigotes que canta sevillanas. Cuando no hay nadie en el escenario, por megafonía suenan casetes de gasolinera. Sant Adrià, contrariamente a Sevilla, es ensordecedor.

Una caseta está gestionada por una entidad andaluza de alguna ciudad del cinturón barcelonés. Suele tener más de 100 asociados que pagan no más de 2.000 pesetas al año. Cada caseta les cuesta de dos a cuatro millones de pesetas. Los asociados son los que trabajan en las barras. Gratis. La comida y la bebida que se vende en las casetas tienen un precio homologado por la FECAC, de manera que en todas las casetas todo vale lo mismo. Los beneficios de una caseta tras la feria -más de un millón de pesetas; a veces tres millones- se utilizan para las actividades que las entidades realizan a lo largo del año. La feria es, de hecho, una actividad más.

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El paso del tiempo. El año del emigrante andaluz full-time es denso. En febrero celebra el Día de Andalucía, y la FECAC organiza actos culturales, institucionales y reparto de premios varios durante un cenorrio anual. En abril-mayo toca la feria. Después viene el Rocío, con excursión a algún sitio con virgen ad hoc. De septiembre a noviembre la FECAC organiza el Concurso Nacional de Cante Yunque Flamenco. Entre los tres mejores del planeta, según la FECAC. El calendario de la FECAC se cierra con un seminario cultural. A este programa se agrega el particular de cada entidad, generalmente relacionado con el santoral de la comarca de origen de los asociados. Es, en fin, un programa denso, saturado de aberris-egunas, que requiere cierta dedicación y que atrae a muchas menos personas que la feria. Sus seguidores posiblemente conforman el grupo duro de la feria, que tal vez puede vivir en Cataluña una realidad social paralela.

La perspectiva caballera. Un impacto diferencial entre Sevilla y Sant Adrià es el mundo equino. En Sevilla, el recinto de la feria se consagra durante el día a los caballos. Coches de caballos y señores vestidos de señor del cartel de Nitrato de Chile se pasean por la feria. El esfuerzo institucional por la uniformización también llega hasta este colectivo. Los conductores de los coches de caballos están sometidos a cierta reglamentación. De hecho, van vestidos de Miguel Ligero, de Curro Jiménez o de Johnny Walker. Próximamente, me comenta una autoridad, se someterá a uniformización los propios coches de caballos, "no sea que al final aparezca uno como el carro del anuncio ese de los amish". La gente sin coche ni caballo acude a ver los coches y los caballos vestidos de gala. Resulta difícil ocupar la calzada si no se es jinete. O caballo. En Sant Adrià también hay caballos. Son jinetes que montan más macarra que los sevillanos. De hecho, algunos no saben montar. Gastan cara de John Wayne. No llevan el traje nitrato de Chile, llevan camisa descamisada, medalla rociera y gorra. Gastan una estética mezcla de señorito que vuelve de una juerga que ha salido chunga y de peón que va a desalambrar. La gente les cuadra. No permiten que ocupen la calle. A veces les increpan. Ejemplo de increpación. Un señor ante un caballo y un jinete, le dice al jinete: "Es que me recuerdas por qué me fui de mi pueblo".

Uniformes que no uniformizan. O sí. Otro hecho diferencial entre Sevilla y Sant Adrià son los trajes de flamenca. Señoras vestidas de sevillana en Sant Adrià, pues muy pocas. Y están en esa edad en la que John Ford decía que la naturaleza las protege -menores de 16 y veteranas de Corea-. La señora rubia Llongueras y con alguna relación estética con María Teresa Campos es la que más apuesta por el traje sevillano. Entre las jóvenes alevines triunfa el traje andaluz minimal, entre traje andaluz y uniforme de aerobic, tipo bailaora haciendo precalentamiento. "Es más cómodo", me dice una mamá. Luego agrega: "Y mucho más barato". En Sevilla hay señoras vestidas de sevillana a gogó. Vistas de espaldas, abunda la señora con el final de la espalda tipo señora-que-se-casa-con-Grouxo-Marx-en-cada-peli. Pero también abunda la señorita con un final de espalda tipo, glups, no-te-esperabas-este-final-pollo. Un traje vale sobre 30.000 pesetas, y cada año cambia el modelo. El de este año potencia tanto la cintura y el muslo que debe de estar prohibido en más de un Estado. En la caseta de la COPE, del PP o del Club Pineda -un country club parecido al Real Club de Polo de Barcelona, que, por cierto, no tiene caseta en Sant Adrià ni se le espera-, todas las señoritas llevan ese traje. En Sant Adrià, ninguna. Un punto de conexión entre las chicas de ambas ferias es que son el sexo que más baila. Un punto de diferencia es que las sevillanas suelen bailar y sonreír a la vez, mientras que las de Sant Adrià lo bailan todo con cara de Dama de Elche, quizá porque han aprendido a bailar en una academia, o quizá porque, mientras bailan, a diferencia de las chicas sevillanas, están haciendo algo místico.

Dos teorías de la Feria. Se estima que en Sevilla -700.000 ciudadanos-, 29.002 unidades familiares, es decir, 90.196 sevillanos, tienen caseta. Antonio Romero, de IU, explica ese dato así: "Sevilla es una ciudad hospitalaria. Su feria, no". Y, muy en la línea del discurso de IU y del pique entre Málaga y Sevilla, agrega: "En Málaga no existe ese problema. Hemos prohibido la privatización de las casetas". ¿El carácter cerrado de la feria de Sevilla dibuja algo de la sociedad andaluza? Alfredo Sánchez Monteseirín explica: "La caseta es una prolongación de la casa propia, es normal que en tu casa entren sólo tus amigos". Aun así, cree que la feria se está abriendo, pues "las casetas públicas no han parado de crecer desde la transición". Sobre la Feria de Sant Adrià y su carácter abierto, opina: "Es posible que los andaluces de allá intenten no reproducir la Andalucía que dejaron, y que hoy ya no es así". ¿La feria como algo cerrado? Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, opina: "Hace 30 años sí lo era, yo mismo no podía entrar. Con el traslado del recinto en 1973, las casetas abiertas y la ampliación de socios de las casetas para rebajar su coste, todo ha cambiado". Miguel Terriño, jefe de protocolo y prensa de la FECAC, cree que "en Sevilla a la gente del pueblo le toca pasear. Aquí, no. Las casetas cerradas aquí son un mal recuerdo de lo que dejamos atrás." Manuel Vázquez, presidente de la Hermandad Rociera Virgen del Rocío La Esperanza, de Badalona, dice: "Me sentiría incomodísimo en Sevilla. Aquí somos más plurales y no hacemos veto a nadie". Y, luego, medita sobre el desplazamiento: "Aquí somos andalussus, y allí catalanes. La feria de aquí no es de Sevilla, es de los andaluces de Cataluña. ¿Diferencias entre los andaluces y los andaluces de aquí? Yo, en Andalucía, me siento extraño en mi tierra. Me crujen muchas cosas. Aquí un pobre es pobre. Allí tiene gallinas y yo le estoy pagando el PER". ¿Se sentiría cómodo en la feria de Sevilla? Manuel Hurtado, presidente de la Peña Cerdanyola, medita sobre ello: "La pregunta sería al revés; ¿se sentirían cómodos los sevillanos en esta feria?".

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