Los políticos, antes de la política JORDI SÁNCHEZ
Francesc Trillas manifestaba la semana pasada en una carta, y no sin razón, algunas observaciones críticas a mi artículo Los políticos después de la política, publicado en estas mismas páginas el pasado 19 de abril. Trias ponía de relieve que las condiciones de acceso a la actividad política son tanto o más relevantes que las situaciones de salida con las cuales los que han ejercido la política desde la vertiente profesional deben encararse. Efectivamente, coincido con él que buena parte de los problemas que hoy se manifiestan en la política tienen sus raíces en los mecanismos de acceso existentes.Una primera constatación es que la política en nuestros días, para ser vivida, requiere en la mayoría de ocasiones una opción profesional. Es verdad que no hay reglas escritas por las cuales las direcciones de las formaciones políticas tengan que estar ocupadas por personas que viven de su actividad política. Pero un repaso a las diversas ejecutivas de los partidos (catalanes y españoles) pone en evidencia que sin ser una ley escrita ésta es una regla al uso. ¿Cuántos integrantes de estos núcleos de dirección viven del ejercicio de una profesión que se ejerza al margen de toda realidad institucional y política? En las grandes formaciones, probablemente ninguno, y en las pequeñas y medianas, algunos más que tienen el riesgo de desaparecer si las formaciones ganan en capacidad de influencia y poder. La consecuencia inmediata de esa situación cuando se produce un conflicto entre los intereses de partido y los institucionales es que los primeros acaban cediendo ante los segundos. La autonomía de los partidos ante determinadas instituciones de gobierno (sean del nivel que sean) se reduce enormemente con el riesgo de que eso incremente la distancia entre el partido y los simpatizantes, que pueden ver como su organización ya no tiene capacidad de intervención ante determinados problemas de nuestra sociedad.
Una segunda constatación es que los mecanismos de selección de los políticos para ejercer cargos de responsabilidad que se aplican dentro de las formaciones políticas no responden a criterios equivalentes a los que rigen en el libre mercado. Las únicas garantías que uno puede tener no pasan tanto por la solvencia profesional como por disponer de un buen apoyo de aquellos -pocos- que deciden. Sólo muy recientemente se han iniciado procesos de primarias, pero en las formaciones que eso ocurre, los resultados de las mismas sólo afectan a las primeras figuras. La afinidad o sintonía con los que deciden la composición de las listas puntúa mucho más que otros criterios, y qué duda cabe de que el peso de la tradición (haber sido elegido con anterioridad) es también una garantía elevada para volver a serlo, en una acción de alto valor conservacionista. El riesgo de este proceso es que las personas con mejor preparación y aptitud para el ejercicio del cargo queden apartadas. E incluso que las personas que disponen ya de una posición en el mercado laboral duden de intentar dar el salto a la política profesional para evitarse situaciones donde el currículo no es lo que cuenta, sino otros criterios menos objetivos. Y también, aspecto que Trias no parece compartir, por el hecho de que la retribución de la actividad política, hoy en España, no está muchas veces acorde con la retribución que las responsabilidades derivadas del cargo deberían suponer.
Los criterios de ingreso primero y supervivencia después que se dan en los escenarios políticos profesionales son, lamentablemente, poco transparentes y no aguantan comparación con los que se producen en otros campos. Eso explica, también, las dificultades que algunos pueden tener para salir de la política profesional. El desprestigio social de la actividad política y la falta de especificidad profesional de algunos políticos juegan a favor del mantenimiento de los mismos dentro del sistema político y en contra de su renovación.
Posiblemente todos confundamos la profesionalidad en el cargo que un servidor público debe tener con la idea de la política como profesión. Creo que no es bueno para la sociedad que alguien tenga como única experiencia profesional en su carrera la actividad política. Sólo unos pocos pueden aspirar a dedicar unas cuantas décadas a la actividad política de forma profesionalizada. Son los que más capacidad de liderazgo tienen y que disponen de más visión política. El resto sólo debería aspirar de forma razonable a dedicar espacios acotados de su vida profesional a la política. Max Weber, el gran sociólogo alemán, planteó la dicotomía entre quienes vivían para la política y los que vivían de la política. Es evidente que se puede vivir de la política sin que se pueda dejar de vivir para la política. Hay multitud de ejemplos en todas las formaciones de personas que viviendo -profesionalmente hablando- de la política, se desviven también para la política. Lo que deberíamos poder hacer es que quienes quieran vivir para la política no tengan necesariamente que vivir de ella. Y sobre todo que aquellos que sólo viven de la política sin vivir para ella, dejen de hacerlo.
La democratización de los partidos políticos es una tarea urgente e imprescindible para la reforma de la vida política en nuestras democracias. Una de las consecuencias que esa reforma debería tener es precisamente sobre todo el proceso de selección de cargos de responsabilidad política, ya sea para el interior del partido o hacia el exterior en instituciones públicas. En este último ámbito es posible que una reforma del sistema electoral, otra asignatura pendiente en Cataluña, pudiera contribuir eficazmente en establecer un nuevo mecanismo de selección. Los modelos que permiten que el ciudadano escoja directamente a su representante y que no se deba conformar con una lista como si de una oferta comercial se tratara (compre uno y llévese 19) pueden ser una buena corrección a nuestro sistema actual.
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