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RAÍCES

La voz perdida de Berenguer

Una profesora traza en Cádiz un perfil inédito del escritor

Veinte años después de su muerte, Luis Berenguer (El Ferrol, 1923-San Fernando, 1979) sigue siendo un desconocido en las aulas universitarias, en los manuales de literatura y en los anaqueles de las librerías. Su obra, dispersa en ediciones menores, no ha sido reimpresa hasta la fecha. Pero quizás el mayor enigma de cuantos puedan rodear la figura del escritor sea el relativo a su personalidad. Un interrogante al que la profesora de la Universidad de Cádiz (UCA) Ana Sofía Pérez-Bustamante trata de dar respuesta en el libro Los pasos perdidos de Luis Berenguer, presentado recientemente al público.Para la realización de esta obra, Pérez-Bustamante ha contado con un material de excepción: además de los testimonios de su familia y de las personas que le trataron, la profesora ha tenido acceso a su biblioteca privada y a textos autocríticos inéditos que desvelan nuevos perfiles del autor de El mundo de Juan Lobón.

"Luis Berenguer fue un autor que se movió entre tres esferas", explica Pérez-Bustamante, "el mundo socioprofesional de la Marina de guerra, donde se le consideraba un bohemio; el de su familia, una especie de reducto creado por él mismo, y el de los escritores, donde en el fondo era un advenedizo".

Las referencias literarias del joven Berenguer fueron las de cualquier lector adolescente de posguerra: Baroja y Unamuno; Juan Ramón y Bécquer, entre los poetas. Y también Nietzsche, "como posibilidad y tentación, que debió inculcarle miedo a su propia fuerza".

Los derroteros que condujeron a Luis Berenguer desde el ámbito militar a los círculos literarios en los que se manifestó acaso tardíamente como excepcional novelista no se explican sin profundizar en los complejos y frustraciones que arrastró hasta el final de su vida. "Berenguer no se ve como personaje, su vida no le parece interesante", asegura la autora del estudio. "A la hora de decantarse por las letras, se siente culpable de ambición y vanidad. Por una parte, teme desplazarse, y por otra, defraudar a su padre, al que adora".

En cualquier caso, Berenguer comenzó a frecuentar el madrileño Café Gijón, donde era valorado más por sus convidás que por sus méritos literarios. El gallego sintió que, de seguir allí, no lograría prosperar como escritor, y por ello eligió como destino San Fernando, fascinado "por los barrios de pobreza y pecado", al decir de Pérez-Bustamante. "Era consciente de que si se hubiera quedado en el Gijón, no habría escrito nada. Tal vez el éxito del Lobón le abrió los ojos".

Padre de 11 hijos, hombre profundamente religioso y estrictamente moral, el advenimiento de la democracia sorprendió al escritor con el pie cambiado. "Se sentía desplazado", explica Pérez-Bustamante, "sin dejar de ser consciente de que le habían educado en unos valores que ya no servían, en un mundo de herencias y marinos ilustres que, quisiera o no, era el suyo". En aquella encrucijada, el escritor se reconoce como "una persona muy sola que encontró su salvación en la literatura".

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Novelas de carne y hueso

La capacidad de Luis Berenguer para trazar nítidos perfiles humanos, configurando personajes de enorme solidez, es sin duda uno de los grandes valores de su narrativa. Observador agudo de la realidad sureña, fue adoptado sin reservas en la nómina de escritores andaluces de su tiempo a pesar de su procedencia gallega.Según el testimonio de aquellos que le conocieron más estrechamente, Berenguer se hallaba felizmente integrado en el ámbito isleño, donde se dejaba fascinar por la elocuencia de los limpiabotas, los flamencos aficionados, los hormiguitas empleados en las salinas o los marineros del caño de Saporito.

Su novela Leña verde denunció la pobreza, el servilismo y el atraso que favorecían el derecho de pernada de los señoritos, un mundo que no le fue del todo ajeno. También se enfrenta al caciquismo el protagonista de El mundo de Juan Lobón, la obra que le rescató del anonimato y le granjeó el respeto de sus compañeros de oficio literario. Aquel cazador furtivo, libre y primitivo, al igual que los personajes de Leña verde, fue una recreación literaria de seres reales.

En Marea escorada, Berenguer vuelve a ser testigo, tan compasivo como impotente, de vidas ajenas. El pescador sin nombre que sirve de eje central a esta historia, así como sus peripecias, son también extraídos de episodios verídicos.

Sotavento, otro de sus títulos, se inspira directamente en gentes y episodios de la familia de Berenguer a lo largo del siglo XIX. La citada Leña verde, por su parte, se nutre de datos autobiográficos que llegan hasta la reelaboración de su iniciación erótica, de la mano de una criada de la casa llamada Florita. En la misma línea, pero en un tono más introspectivo y psicológico, se desarrolla La noche de Catalina virgen.

Su última novela, Tamatea, novia del otoño, escrita quizás en sus horas más bajas, es un autoanálisis ideológico del autor en los tiempos de la transición. Todo ello acaba dotando a la producción de Berenguer de una sensación vital que trasciende los márgenes de lo literario. Fue, no obstante, reacio al autorretrato. Más bien permitió que las personas de su entorno, cada una con su historia a cuestas, configuraran como las piezas de un rompecabezas el retrato -y el relato- de su propia vida.

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