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Tribuna
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Mi pueblo

Las cámaras y los reporteros de Madrid Directo, programa informativo de la televisión autonómica, realizan a diario el milagro de convertir a la gran urbe, despersonalizada villa, heteróclita corte, en un patio de vecindad, un remedo a escala reducida del escenario global donde todo tiene su correspondencia. El rescate de Elián tiene su versión local en la peripecia, en el ejemplo de otro niño madrileño, sin balsa, ni frontera, transformado en rehén de una querella matrimonial, secuestrado, sin mares por medio, por uno de los cónyuges y su familia. La inundación que ha devastado remotas regiones tiene su parangón en los sótanos anegados de las viviendas de un barrio del extrarradio de la Villa.El mundo en un grano de arena, el microcosmos y el macrocosmos. Ya lo dijo Hermes Trimegisto, quien fuera que fuese, lo que es arriba es abajo y lo confirma la sabiduría parda de los refranes: "En todas partes cuecen habas". Madrid Directo convierte cada televisor autonómico en una ventana, un balcón doméstico, sin visillos ni persianas, al que asomarse sin culpa como aquel "diablo cojuelo" que levantaba el hojaldre de los tejados madrileños para ver la carne de la empanada.

Gracias a los satélites conocemos mejor el último confín de Indochina y el cogollo de África que el patio de nuestra casa, nada humano nos resulta ajeno, nada inhumano nos conmueve. El vecino ecologista conoce mucho mejor los problemas de subsistencia de la ballena azul o la probable extinción del cachalote moteado que la fauna microscópica y mucho menos fotogénica que habita en las conducciones de agua del edificio en el que vive. Un niño de Sri Lanka que llora ante los objetivos y micrófonos de la CNN produce más compasión y solidaridad que el que mendiga en la esquina más próxima que no tiene cámara que le ladre.

Madrid Directo compensa en su medida este irremediable desfase, sirve de espejo y de recordatorio. Los reporteros del programa bullen en las encrucijadas de la ciudad, de dramático accidente a simpática celebración, de acto cultural a manifestación reivindicativa, detrás de las ambulancias o de las limusinas, a pie de calle, a ras de suelo.

Cuando las vacaciones, Semana Santa, verano o Navidad convocan al éxodo masivo, la ciudad de Madrid adquiere más que nunca su carácter de pueblo en el que todos se conocen y los informadores de guardia, tras los consabidos reportajes de grandes avenidas sin tráfico y paisajes urbanos despoblados, se centran más en lo autóctono, en el imposible y olvidado folclor que de vez en cuando aflora como una tenaz mala hierba bajo el asfalto y el empedrado.Madrid se ve menos cosmopolita y metropolitano que nunca, por ejemplo, con los ritos de su Semana Santa, una semana santa provinciana, de ciudad castellana de tercera. Casi tan provinciana, pueblerina y entrañable como aparece en las fiestas caniculares de San Cayetano y La Paloma, con sus aires de verbena casera y castiza con organillo, chocolate, churros, polvo, sudor y limonada.

El pelo de la dehesa rebrota entre el acero, el hormigón y el metal, sobre los aparcamientos subterráneos y los carriles de las autopistas y los reporteros de Madrid Directo se dedican a la antropología recreativa y reflejan las costumbres autóctonas.

En los días festivos, el equipo del programa también sale de excursión al campo sin abandonar los límites triangulares de su parcela autonómica. El programa informa, tanto en días laborables como feriados, sobre lo que ocurre en otras ciudades, villas, pueblos y aldeas de la Comunidad de Madrid, pero durante las vacaciones, aprovechando la bienaventurada sequía de atascos, accidentes, catástrofes y violencias, es cuando los exploradores descubren, entre los pliegues del Guadarrama o en las planicies de La Sagra, tradiciones insólitas, ancestrales fiestas paganas o cristianas, recuperadas por el orgullo local, o recién creadas como esas "pasiones vivientes" que amenizan la Semana Santa de algunos pueblos madrileños que tal vez aprendieron recientemente, espiando las imágenes de Madrid Directo, a reivindicar su antiguo patrimonio o a inventarse uno nuevo, a no conformarse con ser un grumo de la gran papilla global, puré virtual para todos.

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