Barcelona y la nueva economía JOAN TRULLÉN
Barcelona está inmersa en una de las operaciones estratégicas de mayor envergadura de las últimas décadas, la renovación de las áreas industriales del Poblenou. Se trata de convertir el viejo Poblenou, cuna de la industrialización de Cataluña, en un nuevo distrito de actividades basado en las nuevas tecnologías de la información y en la nueva economía del conocimiento.El objetivo es apoyar desde el urbanismo la localización en Barcelona de las actividades que se considera que van a encabezar la nueva economía. La operación afecta a 115 manzanas del ensanche que totalizan una superficie cercana a dos millones de metros cuadrados, en las que se espera que en un decenio radiquen alrededor de 100.000 puestos de trabajo.
¿Es cierto, preguntaba recientemente Oriol Bohigas, que habrá demanda empresarial y capacidad gestora para llevar a cabo un proyecto de tal envergadura? Podemos extender la cuestión como propone el historiador Jordi Nadal: ¿será capaz la Barcelona actual de integrarse plenamente en la nueva revolución tecnológica del mismo modo que fue capaz de participar en primera línea en la revolución comercial y en la revolución industrial?
Frente al discurso recurrente de la pérdida de peso económico y tecnológico de Barcelona se ha de imponer la realidad de una de las economías urbanas europeas que encabeza la naciente nueva economía en Europa, como destacaba recientemente Business Week.
En primer lugar debe quedar claro que desde el punto de vista de la capacidad competitiva de una ciudad, Barcelona tiene el liderazgo destacado entre el conjunto de ciudades españolas, y aparece como la primera y principal economía urbana de España y del conjunto del sur de Europa. Sorprenderá la rotundidad con la que he expresado esta idea, que contrasta con la tesis del Titanic, tomada prestada de Félix de Azúa, según la cual la economía de Barcelona se hunde sin remedio y, paralelamente, Madrid emerge como la capital económica de España.
Aportemos al debate algunos datos básicos. La capacidad exportadora de Barcelona fue en 1998 de 3,7 billones de pesetas, frente a 1,7 billones de la segunda ciudad española, que es Madrid. Es decir, la economía de Barcelona exportó el 22,5% de los bienes exportados en España, incluyendo la agricultura, frente al 10,5% de Madrid. Por lo que a importaciones se refiere, Barcelona alcanzó el 25,7% de España frente al 24,2% de Madrid. Por tanto, la economía de Madrid presenta una tasa de cobertura que, de acuerdo con mis cálculos, era de un bajísimo nivel, el 35,7%, frente al 71,8% en el caso de Barcelona. Madrid produce servicios para el conjunto de España, Barcelona se coloca en el mercado global mucho mejor.
La tendencia al déficit comercial de la economía de Madrid es explosiva, y generaba a finales de la década de los noventa buena parte del déficit exterior de la economía española. Añádase a dicho déficit la importante progresión de exportaciones de capital de las grandes empresas españolas allí radicadas, en un intento muy costoso de convertirse en ciudad exportadora de servicios hacia América Latina. Por el contrario, la economía de Barcelona presenta una tendencia a mejorar su tasa de cobertura comercial pasando del 50% en 1989 al 75% en los últimos años.
Por tanto, de la capacidad competitiva de Barcelona depende hoy el equilibrio económico exterior de España. Barcelona exporta por valor de Madrid, Valencia y Bilbao juntas. Fortalecer las bases competitivas de Barcelona constituye un objetivo estratégico para el futuro de Barcelona y para el futuro de la economía española. Barcelona ya no es la fábrica de España que importaba, transformaba y vendía a un mercado interior protegido. Constituye la quinta metrópoli industrial de la Unión Europea en una economía abierta.
Por otra parte, el cambio de base económica de Barcelona en el último decenio ha sido notable. Dos tercios de las exportaciones son hoy de bienes de intensidad tecnológica alta o media alta. La tasa de cobertura de los bienes de intensidad tecnológica alta ha pasado del 29% en 1988 al 63% en 1997.
El segundo gran cambio estructural que afecta a la economía de Barcelona concierne a la delimitación del área económica en la que se dan las relaciones diarias de residencia-trabajo y, en definitiva, al alcance del área metropolitana. Barcelona ha saltado de escala metropolitana en los últimos 15 años y ha pasado de un área que incluía 3,6 millones de habitantes y 1,7 millones de empleos a una realidad prácticamente idéntica a Madrid, con 4,4 millones de habitantes y casi dos millones de empleos.
La dinámica metropolitana ha permitido que ciudades de tan antigua industrialización como Mataró, Sabadell o Terrassa compartan con Barcelona externalidades propias de una gran metrópoli. La extensión del área metropolitana responde a la extensión de los mercados a los que dirige su producción el conjunto de la metrópoli. Se está configurando una metrópoli policéntrica en la que el municipio de Barcelona cumple unas tareas de servidor central de una red de ciudades muy bien tramada.
Cambia la composición productiva de la ciudad de Barcelona reforzando las actividades terciarias como servicios a las empresas, formación o mediación financiera, y, en mi opinión, aquí se encuentra una de las claves para el éxito del Proyecto Poblenou.
El dilema no está hoy entre usos industriales o usos terciarios. Tampoco está entre nuevas tecnologías de la información y viejas actividades productivas. La cuestión es hoy la de fundar la economía en el saber hacer, en el conocimiento.
La cuestión está en impulsar la localización de actividades que tengan en común unos atributos propios de la nueva era tecnológica y económica: uso o generación de nuevas tecnologías o de nuevos saberes; alta densidad de empleo y alto nivel de generación de valor añadido. Así lo recoge la modificación del Plan General que propone el Ayuntamiento de Barcelona. En su conjunto, la demanda neta de suelo para nuevas actividades definidas de este modo ha crecido en Barcelona en los últimos cinco años alrededor de unos 300.000 metros cuadrados anuales. Hay demanda porque hay actividad.
El desplazamiento de determinados centros de decisión desde Barcelona hacia Madrid atraídos por la proximidad al poder central va contra la corriente general. Si en lugar de entender el proceso de localización de sedes como un juego de suma cero se entendiera como un juego cooperativo, se debería incentivar la especialización productiva en las dos ciudades.
Si cede la capacidad competitiva de Barcelona, puede ceder el entero equilibrio económico de la economía española. Y así deberían entenderlo las grandes corporaciones españolas de servicios, que tienen en Barcelona el grueso de su demanda, instalando allí sus sedes tecnológicas.
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