Épica
Cuando terminó alguien dijo la palabra épica. El Barça desalentado de los últimos días remontó una eliminatoria difícil en un tiempo adverso y con todas las casualidades en su contra; pero jugadores y público salvaron el honor por encima de la libreta famosa de un holandés errabundo que contamina de intolerancia todo cuanto toca. De pronto, en el campo de juego se dirimió no sólo un encuentro de fútbol sino la búsqueda de la definición esencial del juego: unos contra otros a ver quién introduce antes la pelota en el campo adverso; dice Vicent que esta es la única competición en la que veintidós multimillonarios corren como locos vigilados por tres oficinistas que ganan tanto como un maestro de escuela. Los multimillonarios son frágiles de ánimo, aún no tienen veinte años y cuando se deprimen deambulan por el campo como si tuvieran miedo de la sombra que proyectan. Sobre el terreno, cuando salen al estadio, son superhombres hasta que les marcan el primer gol, y después renquean con el aire un poco ridículo del que ha sido fotografiado con los calzoncillos sucios. Sudan poco, porque lo suyo ahora no es la disciplina rural que tenían Di Stefano o Cruyff, que deambulaban por todo el campo como si la pelota fuera múltiple; ahora los futbolistas viven en zonas sagradas, por las que además -como en el caso de Rivaldo- son capaces de matar su relación con el entrenador. Esa falta de sudor y esa ausencia de ganas les hace, muchas veces, encerrarse en sí mismos, recluirse en las consolas y declarar apestados a los restantes miembros de su club. Luego todo eso hace titulares numerosos en las semanas tediosas en las que no se produce la competición propiamente dicha.
Uno tiene nostalgia del campo embarrado y del llanto general cuando el club perdía en batallas verdaderamente épicas: aquella final en la que el Barça perdió por la mínima en Berna, frente al Benfica, cuando el fútbol era la radio y los perdedores eran héroes cansados porque se habían vaciado en el campo. Ahora todo es quirúrgico y está hecho con tiralíneas, e incluso un entrenador -Van Gaal, del Barça- esgrime la venganza como artilugio para amenizar las riñas de entre semana. Después, como ante el Chelsea, los jugadores y la afición se confabulan, todo el mundo se olvida del desastre y alguien dice la palabra épica como si no hubiera pasado el tiempo.